Sandra tenía 22 años. Su hermano mayor acababa de fallecer en un accidente de avión. La pérdida, además de dolorosa fue sorpresiva y fue un duro golpe tanto para ella como para su familia. En ese momento decidió asumir las riendas de un negocio familiar que hasta entonces había administrado su difunto hermano. Sin embargo, las cosas no iban bien financieramente. El negocio se iba quedando estancado y las deudas aumentaban. La quiebra de la familia se hizo inminente. No había forma de pagar un arriendo ni a los acreedores de la empresa. La situación parecía no tener salida.
No obstante Sandra estaba dispuesta a hacer lo que fuera por conservar lo poco que le quedaba a su familia. Tocó muchas puertas y pidió ayuda entre sus conocidos. Mucha gente sabía que estaba necesitando dinero para salir del mal momento que vivía. El rumor llegó a oídos de individuos inescrupulosos que necesitaban mujeres jóvenes, ingenuas y, especialmente, desesperadas. Sandra era la presa perfecta para un grupo de narcotraficantes que necesitaba enviar droga a Estados Unidos. La turbulenta propuesta, que según los individuos era una diligencia rápida, sencilla y segura parecía ser la solución a los problemas. Le ofrecieron 45 millones de pesos, cantidad suficiente para sacar a su familia de la quiebra. Lo único que tenía que hacer era llevar una maleta con dos kilos de droga a Nueva York.
El día del viaje llegó. Sandra ni se imaginaba que ese día su vida se partiría en dos. Contrario a lo que le habían dicho, terminó embarcada la noche anterior con 8 kilos de heroína repartidos en dos maletas grandes que fueron llenadas con su ropa y demás artículos personales. Embarcó un vuelo desde Cali hasta Nueva York. En la capital del Valle pasó migración y controles de seguridad sin mayor problema. Durante el vuelo y a la llegada a Estados Unidos todo parecía ir bien. La joven estuvo a punto de coronar. Lo único que tenía que hacer apenas llegara al hotel era una llamada y una persona recogería la mercancía.
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Sin embargo, cuando estaba por abandonar el aeropuerto de Nueva York un policía le pidió su pasaporte. El individuo estaba por devolverle el documento y autorizarle su ingreso formal al país, pero al ver la cantidad de equipaje que llevaba para solo quince días de viaje sospechó que algo estaba raro. Así fue como terminó condenada a tres años de prisión en dicho país. Sandra pagó su pena entre dos reclusorios. El primero fue en Nueva York. La actriz pasó el que ella misma cataloga como el año más duro de su vida en esa prisión. Posteriormente la trasladaron a otro centro carcelario en la Florida.
En la nueva cárcel la situación, aunque no dejaba de ser dura, era mejor. Sandra tuvo tiempo y espacio para cultivarse. En esa parte de su condena aprendió inglés, trabajó, creció y se fortaleció mentalmente. Había una iglesia, patio, yarda para trotar y cancha. La situación al menos era digna. No obstante, el sitio, donde había 1200 mujeres, era dominado por las reclusas negras norteamericanas. Ella, como latina, fue víctima de racismo y discriminación.
Al terminar su condena, en el año 2005, regresó a Colombia. Una vez en el país decidió que quería ser actriz. Actualmente trabaja con la manager Deisy Marroquín y ha tenido participaciones en unitarios como Mujeres al Límite y Tu Voz Estéreo. Próximamente se le podrá ver en la bionovela de El General Naranjo interpretando al papel de una psicóloga que llega para ayudar a la esposa del protagonista.
Sin embargo, lo que más la llena es su faceta como coach. En 2011 se certificó en danza oriental y conoció a Johana Bahamón, cuya labor en las cárceles de Colombia la cautivó. Desde entonces Sandra ha estado vinculada a la Fundación Acción Interna, pues ella sabe muy bien que todos nos merecemos una segunda oportunidad. Por medio de sus redes sociales se dedica a compartir las enseñanzas y aprendizajes de su experiencia de vida. Próximamente lanzará un libro contando todos los detalles del drama que vivió en Estados Unidos.
