El cambio de Adán Petro
Opinión

El cambio de Adán Petro

Con el síndrome de Adán, Petro cree que hay que arrancar de cero, cambiarlo todo. Ojalá los electores tengan en cuenta que cambiar no implica necesariamente mejorar

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abril 15, 2024
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El idioma ha sido uno de los mayores afectados por la politiquería y por el abuso de quienes ejercen ese oficio. Palabras que tenían gran significado, que trascendían, los políticos se encargaron de perratearlas. Y una de las manoseadas ha sido el vocablo cambio.

Centenares de políticos en Colombia y el resto del mundo han sustentado sus carreras y sus campañas sobre ese término . “El cambio es ahora”, “el gobierno del cambio”, “cambio radical”, “cambiamos o nos cambian”. Es el famoso síndrome de Adán: todos los que acceden al poder se sienten en el primer día de la creación. Todo lo que hubo antes de ellos no sirve. Hay que cambiarlo.

Claro que el abuso de esa palabra obedece a que el electorado le fascina el cambio, la novedad, lo diferente. No importa que un gobierno lo haga bien, el que lo sucede debe cambiarlo todo. Un político que se atreva a ofrecer darle continuidad a las políticas de su antecesor está condenado al fracaso.

El gobierno de Gustavo Petro es la muestra perfecta de esta patología social y gramatical. Su lema, cómo no, es el Gobierno del Cambio. Y hay que admitir que el presidente ha sido consecuente con ese eslogan. Para Adán Petro, todo lo que se construyó en los 200 años de la vida republicana de Colombia no sirve. Por lo tanto hay que eliminarlo y arrancar de cero. Cambiarlo todo.

Para Adán Petro el sistema de salud de este país es el peor del mundo. En repetidas ocasiones ha hecho esa afirmación, sin tener el menor sustento. O, lo que es peor, manipulando los datos.  Que la Organización Mundial de la Salud lo destaque como uno de los mejores de América Latina y el 35 del mundo, a Adán no le merece la menor credibilidad.

Lo que pretende este gobierno no es reformar ese sistema, si no cambiar el actual por uno diferente. El actual sistema buscó promover una alianza entre los privados y el Estado para darle una salud digna a los colombianos. Y lo consiguió. Hace 20 años apenas el 33 % de los colombianos estaba cubierto en el campo de la salud, hoy lo está el 96 %.

Lo que pretende Adán Petro, enceguecido por su inflexible ideología marxista es que el Estado sea el único administrador en salud sea el Estado. Que el estado haya demostrado ser un pésimo administrador, no importa. Hay que estatizar. Hay que cambiar.

Lo propio ocurre con la reforma pensional y con la laboral. Ambos temas requieren ser reformados, pero no cambiados. En el campo de las pensiones, una gran conquista que obtuvimos los colombianos fue la posibilidad de escoger a qué entidad queremos entregarle el manejo de nuestros aportes. A un fondo privado o a Colpensiones.

Ese es un gran logro. Porque a unos les conviene una cosa y otros, otra. Por ejemplo a las personas que tienen ingresos bajos y trabajos que no ofrecen estabilidad les conviene estar en un fondo. Por la sencilla razón de que en esos fondos los aportes se convierten en un ahorro y quien no alcance a sumar las semanas que se requieren para pensionarse, al final de su vida laboral recibe lo que ahorró.

El Gobierno lo que busca es sacar del negocio de las pensiones a los fondos privados y, como ocurre con la salud, que el Estado lo administre. Lo cual no soluciona el grave problema que tiene ese sistema: que en Colombia pensionarse es un enorme privilegio al cual puede acceder un solo pequeño porcentaje de la población.

Ese fenómeno surge del hecho de que apenas el 50 % de la fuerza laboral colombiana tiene un trabajo formal. Y los trabajos formales son los que posibilitan acceder a las pensiones. Casi la mitad de los empleos en el país son informales y quienes están en esa condición no cotizan para salud ni para pensión.

No se necesita ser Adam Smith o Keynes para concluir que lo hay que hacer es aumentar la formalización laboral. Pero, paradójicamente, la reforma que esta promoviendo Adán Petro va en el camino contrario. Esa reforma busca darle una serie de beneficios a los privilegiados que gozan de un empleo formal: aumentar las horas extras, proscribir los despidos con justa causa, inflexibilizar la contratación…

Lo cual es muy bueno para los empleados actuales, pero muy malo para la generación de nuevo empleos, porque encarece la contratación. Un gobierno sensato, que no esté condicionado por sesgos ideológicos, lo que haría es fijar normas que faciliten la contratación de nuevas personas.   

Esa reforma tiene un claro objetivo político: fortalecer los sindicatos que el gobierno ha convertido en sus principales aliados. Los $1.000 millones que Fecode, el poderoso gremio de los maestros, aportó a la campaña de Adán Petro no fueron un gasto sino una inversión.


Los $1.000 millones que Fecode, el poderoso gremio de los maestros, aportó a la campaña de Adán Petro no fueron un gasto sino una inversión, la contraprestación es esta reforma laboral


La contraprestación a ese generoso aporte es esta reforma laboral que busca preservar e incrementar los beneficios  de los que goza esa casta privilegiada que es la clase sindical. No importa, por ejemplo, que Emcali esté al borde de la quiebra porque sus costos laborales son exorbitantes: 17 sueldos al año, prima de lluvia, de calor, jubilarse a los 20 años de labores sin importar la edad, becas de estudio para los hijos de los trabajadores, etc. La oligarquía de overol que llaman.

El diccionario de la Real Academia de la Lengua define la palabra cambiar como “dejar una cosa o situación para tomar otra”. Y esa otra que uno toma puede resultar peor que lo que existía. Ojalá los políticos y, sobre todo, los electores en lo sucesivo tengan muy en cuenta que cambiar no implica necesariamente mejorar. 

Y que cuando detrás de los cambios está un político motivado no por buscar mejores resultados sino por unas  taras ideológicas, los cambios suelen ser para peor.    

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