Nuestra posición crítica referente a nuevos proyectos de centrales hidroeléctricas en nuestro país se fundamenta en la evidencia histórica sobre el mal manejo y las nefastas consecuencias que han tenido algunos de esos desarrollos.
Hay una evidente inequidad en la distribución de beneficios cuando se emprenden estos proyectos que perjudican a miles de personas. Se inundan los suelos más fértiles, se generan grandes desplazamientos, se desacomodan comunidades que reciben compensaciones muy bajas.
Aunque las condiciones han mejorado un poco desde los años 70, cuando la gente estaba muy desprotegida, todavía hay asuntos por resolver como por ejemplo el predial compensatorio.
Lo que pagan estas empresas por el territorio inundado a los municipios es insignificante. Son compañías a las que solo les interesa el recurso natural, a costa del daño a comunidades y del daño ambiental. No hay un real compromiso con el desarrollo endógeno.
Entre más diverso sea el territorio, aumentan los perjuicios, sobre todo en un país como Colombia, donde los endemismos (especies únicas) de flora y fauna son altísimos.
También está la eutroficación, por la aparición de algas que limitan la producción de oxígeno en aguas y la liberación de gas metano a la atmósfera por la gran cantidad de biomasa (vegetación) que se descompone en zonas embalsadas”,
Colombia es uno de los países más ricos en biodiversidad del mundo, con muchos casos de endemismo, es decir especies que solo están en un lugar específico. Y si una actividad económica va a provocar un daño ecológico irremediable, no se puede aceptar. Ese no puede ser el costo del progreso.
