Si la temporada invernal 2010 puso en evidencia las consecuencias de robarle espacios al agua, la sequía evidenciará aún más el costo de no vivir apegados a las lógicas de la naturaleza.
Hace un par años decir que Colombia era uno de los países más ricos en agua era casi incuestionable. Ahora las atribuciones al fenómeno del “Niño” como el responsable de la actual sequía parecen ser el comodín explicativo a la hora de dar cuentas. Tal parece que nos acostumbramos a explicaciones amañadas. Si bien el Fenómeno del Niño será el responsable de un brote de emergencias por desabastecimiento de agua, no es menos cierto que la acumulación histórica de malas decisiones sobre el territorio es sin duda el telón de fondo.
No hay duda de que la pérdida de cobertura boscosa que entre 2011 y 2012 superó el área total del Quindío según IDEAM con 295.892 hectáreas de bosque para ser exactos, es, en buena medida, la responsable de la crisis hídrica en distintas partes del país. Lo que poco se dice es que miles de ésos árboles han caído para dar paso a proyectos agroindustriales con altísimas tasas de consumo hídrico. El caso de Inparme S.A, dedicada al cultivo de palma en el Meta, cuenta según sus propios informes de sostenibilidad con una concesión de 1390 litros de agua cada segundo.
Un salto a la minería no es menos preocupante. Sólo para aspersión y cargue de carbón, la empresa Cerrejón gasta 17.000 metros cúbicos de agua al día. El asunto no es aislado a la sed que se vive en la zona. A un consumo humano de 70 litros al día, se podrían abastecer nada menos que 2 millones de Guajiros según informes de la misma Contraloría General de la Nación. Nada diferente el caso de Caño Paujil, un pequeño drenaje del Cesar, que fue concesionado en su totalidad a la empresa Drummond Ltd, según resolución ministerial 0431 de 2008. La empresa minera, cuanta con el derecho legal de captar más de 51 millones de litros de agua al día, el equivalente para abastecer 3.200 personas día. Paradójicamente el croquis de la huella hídrica generada por el “desarrollo” en Colombia pasa también por el modelo hidroeléctrico.
Ituango, un represamiento de 975 millones de metros cúbicos de agua, es sólo uno de los casi 23 proyectos hidroeléctricos de exportación energética. No se equivoca el pueblo indígena Embera-Katio en el Noroccidente Antioqueño, al decir que “represar el río es como obstruir las venas de una persona”. No hay que ser experto para saber que la irrupción de cauces naturales afecta el equilibrio hídrico de los ecosistemas.
Muchos no hemos terminado de entender la fotografías de miles de Chigüiros muertos literalmente de sed, y ya comienzan a brotar nuevas imágenes de animales marchitos sobre el suelo wayúu. Más aún, comunidades enteras sin agua.
No es difícil pues argüir que la sequía en zonas como el Caribe ha sido más un asunto de prioridades sobre el patrimonio hídrico que un fenómeno natural. En ése contexto se pregunta el primero de los Ministros de ambiente en Colombia Manuel Rodríguez Becerra en su columna del Tiempo el 27 de julio de 2014: “¿Qué ha pasado con los cuantiosos recursos económicos para proteger las cuencas, que, solo para el años 2012, ascendieron a 458.000 millones?”. Sin duda una buena y pertinente pregunta que deberán contestar a las Corporaciones Autónomas Regionales.
