Colombia: el cuento donde siempre ganan los malos

Colombia: el cuento donde siempre ganan los malos

Los notables hombres de este país yacen muertos, en el olvido de la pobreza y en la humillación de su anonimato en la historia que es contada por el malo

Por: Juan Antonio Mayorga Pinedo
marzo 15, 2022
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Colombia: el cuento donde siempre ganan los malos
Foto: Pixabay

Humano es errar, pero solo los estúpidos perseveran en el error
(Marco Tulio Cicerón)

¿Acaso hay una cita que pueda resumir en gran parte lo que sucede en la sociedad colombiana durante décadas? Apostaría a que sí. Sin embargo, vale la pena analizar nuestra trayectoria histórica desde nuestra concepción como república, no hace falta atravesar por los fatídicos terrenos de nuestras casi 12 guerras civiles (si acaso documentadas) para darnos cuenta de nuestra pobreza intelectual.

Somos una república que se fecundó entre la guerra fratricida y los fanatismos políticos que no quisiera nombrar con nombres propios, porque aún siguen haciendo de las suyas, más ahora en época electorera; a este asqueroso fanatismo doctrinario súmele el peor de todos, aquel que ha sumido al mundo conocido en un oscurantismo nefasto, aquel que desde hace mil setecientos años sigue trabajando (aunque ahora a capa caída) para controlarnos como una masa voluble llena de miedos, hablamos de la santa iglesia católica que durante la época de la violencia tuvo mucho que ver con la sangre derramada en el doloroso siglo XX, que muchos estudioso denominan como el periodo de La Violencia en Colombia.

La nación suramericana enriquecida por la ubicación privilegiada que ocupa es el escenario de una tragicomedia, una novela que es rencauchada con el pasar de las décadas como para no aburrir ni perder relevancia ante las nuevas generaciones.

Su historia obedece a un círculo vicioso de hechos dolorosos que suceden una y otra, y otra vez ¿Cuántos Uribes hemos tenido en nuestra historia republicana? ¿Cuántos tratados de paz fracasados? ¿Cuántos hechos de corrupción? ¿Cuántos hechos de violencia? ¿Clientelismo? como dice Cicerón, seguimos en el error, pero qué estúpidos somos los colombianos que no nos damos cuenta.

Construir fuerzas de choque debidamente armadas
(Laureano Gómez, jefe del Partido Conservador)

El monstruo (apodo conocido para Laureano) aquel enemigo acérrimo del partido contrario, con toques fascistas y formas de actuar un poco peculiares a las del presente partido de gobierno, aquella propuesta tan desafortunada se podría decir en palabras un poco actuales que quería una especie de “paramilitares” en su época llamados como policía política, los famosos pájaros y chulavitas que depredaban las zonas rurales del país, bestia en busca de sangre ¿Se le asemejan cosas del pasado con el ahora?

Haga el ejercicio nada mas de buscar un noticiero de los años 80, de inmediato notará que pareciese el mismo que vio hoy en la emisión de las 12:30 a.m. Ahora hagamos el ejercicio de leer juiciosamente nuestra historia y encontraremos semejanzas que asustan.

Examine nuestra clase política de inmediato encontrara que a lo sumo cambian de nombres porque sus apellidos son exactamente los mismos, como si obedeciesen a un hecho de sucesión monárquica ¿A esto le llamamos democracia?

Elija entre los doctores Santos, Lleras, Ospina y ahora los niñatos Galán, no quiero dejar atrás a los prohombres pertenecientes de la pequeña pero influyente clase intelectual y periodística del país los Samper, que desde los 1800s tienen candidato a la presidencia (estos viven de criticar a su propia clase ¡visionarios!) ¿A esto con orgullo se refieren algunos constitucionalistas acerca de ser la más antigua democracia de la región? Pera esto no es más que un patético chiste.

Esta jauría es la creadora de construir una maquinaria (de la que tanto menciona Ingrid Betancourt en debates) que obedece a una estructura que privilegia únicamente a su clase, bajo el estandarte del todo vale, a estos les debemos el rencaucho novelero cada diez años.

Esta clase política lleva consigo las mismas dinámicas de hace siglos; visibles con más exaltación cuando nos ubicamos en las contiendas electorales, estos prohombres viajan desde sus majestuosas viviendas a las zonas apartadas del país para entablar las únicas interacciones con la lumpen, la que tan solo necesitan para un solo día (las elecciones), para ser un político colombiano debe carecer de honor, de lealtad, obviamente de nobleza, son unos lambones de profesión, fingen sonrisas como reina de belleza en certamen, tal vez hablamos de una misma situación.

Su deber es infundir miedos ¿Cree usted que la herramienta mentirosa sobre convertirse en Venezuela o Rusia es nueva? Sí, es nueva, porque antes asustaban con la extinta Unión Soviética, usada durante la Reforma agraria de Pumarejo (1936) cuando hablaban de quitar tierras, someter campesinos, entre otras ignorancias que terminaron creyendo los asustados electores; usaron la URSS para deslegitimar la candidatura del caudillo Jorge Eliecer Gaitán, aquella clase no tuvo más remedio que atentar contra su vida, no encontraron cómo pararlo; aun hoy lo siguen haciendo, infundir un miedo a la lumpen, aprendieron bien de las dinámicas de la poderosa Iglesia católica.

El cuento llamado Colombia dice tener un puñado selecto de hombres esculpidos por la moralidad, decencia, buenas costumbres, inteligencia, carisma, etc. estos tipos dijeron ser la representación de los buenos, de los amantes de la libertad, en muchas ocasiones han debido comprar con papel moneda su imagen y hasta los votos (Gerlein lo entendió formidablemente, escuche los niveles de descaro de un político).

La sociedad colombiana en su mayoría se deja seducir de las sucias palabras de aquellos hombres “buenos” que usan las pasiones como herramienta para infundir esos fanatismos que logran encontrar en los corazones del pueblo, durante la violencia los rojos propiciaban a la defensa de sus ideales como diera lugar, mientras los azules tramaban dirigir a sus seguidores a la muerte para exterminar a su enemigo, las pasiones, el mal de los colombianos.

Estos buenos han dominado todo el escenario institucional de la nación, la sociedad colombiana obedece de formas diferentes a los mandatos de su jefe o su adorado político, cegado por su imagen, bajo palabras o los miedos infundados garantiza siempre seguir, a veces volteando su cabeza para no ver las acciones corruptas de aquella bestia que se desata cuando logra su cometido.

¿Estos son los buenos? ¿Los que por estos días dicen ser los salvadores, pero son un rencauche de la misma novela? ¿Los mismo que infunden miedos rencauchados de hace más de setenta años? ¿Los mismos que promueven acabar con el otro a bala? ¿Esos?

No, los que siempre han ganado en este cuento llamado Colombia son los malos, esos malignos que acechan contra lo que es bueno, esos malignos que nos tienen sumidos en la pobreza más escabrosa (váyase a la costa Caribe y detrás de los lujosos hoteles encontrará a los niños recogiendo las basuras de los turistas) en una guerra civil no declarada, en la muerte, en el hambre, en la ignorancia y en la pobreza, esos que dicen ser buenos son los lobos que en etapa electoral se disfrazan de ovejitas salvadoras ¡No más!

Los notables hombres buenos de este país yacen muertos en unas fosas comunes, en el olvido de la pobreza y en la humillación de su anonimato en la historia, claro, contada por el malo.

A los buenos que les han de pasar las cosas malas provocadas de una vida injusta, les hago este pequeño homenaje.

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