Codicia de gobernantes (I)

Codicia de gobernantes (I)

Este comportamiento no es más que una expresión de la 'hybris', pero con repercusiones significativas para la sociedad en su conjunto

Por: Orlando Solano Bárcenas
mayo 08, 2018
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Codicia de gobernantes (I)

En muchas regiones del mundo, de Latinoamérica y sin que se escape Colombia, la política, las administraciones y las campañas electorales suelen estar signadas por la pleonexía del mundo griego o la cupiditas del latino; es decir, por la codicia, la avaricia, la desmesura, la soberbia y el desconocimiento del pueblo. Esta patología no es sino una manifestación más de la hybris. Ahora con consecuencias no solo individuales sino también sociales.

En la mitología griega la hybris —personificada por la desmesura y la insolencia insaciables era castigada con violencia por las erynías, perras furiosas que mordían y azotaban sin piedad a los enfermos de soberbia y orgullo desmedidos para proteger el orden social. Castigaban en el mundo terrenal y en el más allá, en especial a aquellos que afectaran el equilibrio del universo por solazarse en una desmesura que les hiciera olvidar su condición de mortales. También castigaban la pretensión de querer ser iguales a los dioses. Los transgresores eran enviados al fondo del gélido Tártaro y era tal la crueldad de estas fieras desencadenadas que hasta el propio Zeus les temía. En el mundo romano tomaban el nombre de furias, cambio que en manera alguna les dulcificaba el carácter o les hacía vacilar en el rigor.

Ver: ¡Desmesura de gobernantes!

La pleonexía es una forma más de la desmesura no solo en tanto que fenómeno psíquico individual sino también de psicopatología colectiva. Bajo la forma individual, es considerada como una enfermedad del alma. Bajo la forma colectiva, es vista como una enfermedad social.

Del estudio de estas dos patologías se encargaron Platón y Aristóteles. De sufrirla, los ciudadanos gobernados por tiranos corruptos, codiciosos y arrogantes. Ayer, como hoy en día.

Abstenerse de actuar con pleonexía, es darle aplicación a la justicia. Lo que exige tratar de no obtener ventajas sobre los demás apoderándose de lo que les pertenece, las propiedades, los salarios, el empleo o bienes en general. Tampoco se debe negarles a los demás lo que les es debido, prometido o faltarles al respeto debido a todo ser humano.

El modo de vida del sabio debe ser la moderación, que debe permitirle alcanzar la areté, la excelencia del ser pensante, buen ciudadano y ético en todas sus actuaciones. En tanto que virtud ciudadana la areté le concede la valentía, la moderación, el equilibrio y la justicia. El sabio que la practica deviene en ciudadano destacado, útil, prudente y perfectible. Es la armonía entre estas virtudes lo que permite que la justicia se haga realidad. La virtud es entonces fruto de larga ascesis y disciplina severa que le den al individuo control sobre sí mismo frente a situaciones o actitudes de hedonismo, desmesura y pleonexía. El virtuoso, prefiere el esfuerzo y no el facilismo individual.

Lograda la virtud entre los ciudadanos individualmente considerados, se hace factible trasladarla a lo social y a lo institucional con vistas al logro de la formación de una ciudadanía activa, pensante y libre de pleonexía. Tanto la del gobernante como la de los propios ciudadanos.

La riqueza desmedida, codiciosa y avarienta desata funestas consecuencias sociales porque divide la polis y la llena de odios. La riqueza pleonéxica hace del hombre un esclavo del dinero, alguien que no conoce límite o lindero alguno. Es de su esencia, la falta de mesura porque la riqueza sin medida es otra forma de la hybris. Máximas de la Grecia antigua eran: "La riqueza no tiene término. Koros, la Saciedad, engendra la hybris". "Los que hoy tienen más, ambicionan para mañana el doble". Ayer, como hoy.

La ebriedad que produce la riqueza puede llegar a ser locura. El que tiene quiere siempre todavía más. De “medio”, la riqueza pasa a ser “fin” insaciable, ilimitado, jamás satisfecho. La riqueza suele tener como trasfondo motivacional la pleonexía, el deseo de tener más que los otros o tomar más que la parte que a uno le corresponde. Es el hambre de tenerlo todo para sí sin compartirlo. Ayer, como hoy en día.

En el pensamiento griego la pleonexía se personifica en Koros, Eris Hybris formas todas ellas de la Sinrazón y expresión del Orgullo desmedido de los oligarcas. Para estos no es sana competencia sino arrebato y expoliación que engendra injusticia y opresión del débil. Ayer, en las tierras campesinas del Peloponeso; hoy, en los valles de los países de la pobreza.

La pleonexía es disnomía, ley injusta. Es ilegalidad y desorden civil. No en vano es hija de Eris, la Discordia. Compañera de andanzas de Adikía, la injusticia. Amiga de Até, la Ruina. Compinche de Hybris, la violencia. La pleonexía es lo opuesto a la eunomía, al orden cívico que le garantiza a la polis su armonía.

En oposición al codicioso, el gobernante no pleonéxico es aquel que practica la sofrosiné. Es decir, el que por practicar la templanza respeta la proporción, la justa medida, el justo medio y tiene como lema: “Nada en demasía”. Su accionar es ponderación, moderación y equilibrio entre dos extremos. Es por esta práctica que el sofronités se sitúa entre dos extremos, los plutócratas y los proletarios, identificándose con la función encomendada a la “clase media” de ser guardiana de la arkhé, la razón primaria.

La sofrosiné es virtud propia de los nomotetas, de esos creadores de normas que expresan una voluntad media o “proporcional” que le garantice a la polis un punto de equilibrio, una mesura que le permita reemplazar la fuerza por la racionalidad y reconocer la isonomía, la Igualdad ante la ley. Razón más norma, es la combinación que asegura la existencia de una polis sana. Mezcla difícil de conseguir, ayer como hoy. Pero, necesaria utopía.

Los ciudadanos conscientes de sus deberes no deben alinearse con el pesimismo de anacarsis, el sofista que se regodea en comparar las leyes con “telas de araña” que sirven para detener a los débiles y a los pequeños, pero que son desgarradas con suma facilidad por los ricos, los poderosos y los pleonektés. Un pueblo consciente de su valía no puede aceptar la adikía. Menos la pleonexía. Ideal de ayer, dificultad de hoy en día.

En resumen, ni la codicia del alma enferma del gobernante, tampoco la codicia de la ciudad enferma.

La pleonexía como enfermedad del alma

El pleonektés es el codicioso, el avaro, el que quiere tener mucho. Es el apetito insaciable de poseer bienes materiales para satisfacer la propia vanidad, para acumularlo todo con egoísmo, sobrevalorando la imagen personal y autoproclamándose ombligo y centro del universo. El pleonektés cree ser alguien a quien se le debe todo. Eran codiciosos arcontes, perpetuados en el cargo; al igual que los nomotetas de hoy, también sin límites en la duración del ejercicio de los mandatos.

La pleonexía se asevera como una enfermedad, una psicopatología de dominar a los demás, de aherrojarlos. Es una impulsividad pleonética que lleva al “autointerés”, a obtener ventaja propia lograda a expensas de los demás con codicia y deseo permanente de expansión. Es un estado de constante insatisfacción que empuja a tener más de lo que se ha recibido en justa proporción.

Como forma de la Codicia, la pleonexía es la ambición desordenada de riquezas que nada sacia, es la avidez que desata el ansia de acumular, la rapacidad que impulsa al despojo, a la ambición de tenerlo todo a cualquier precio. Es la concupiscencia que termina “rompiendo el saco”, como en las burbujas de Wall Street o en las refinerías de costo exorbitante de los “finos” de cualquier ciudad del Caribe.

Llama la atención que sea el “Cerdo” el animal que simboliza la Codicia en todas las mitologías y culturas. Infortunada asimilación si tenemos en cuenta que tan noble animal acumula grasa, pero no “engrasa”.

En la mitología griega encontramos la enfermedad mental de la pleonexía en el prototipo del “ambicioso”. Por ejemplo en Midas, rey de Frigia. Monarca a quien Dionisos le concedió todo lo que anhelaba. Pero que fue duramente castigado en su hybris o desmesura por haber solicitado tener la cualidad de convertir en oro todo lo que tocara. Para su desgracia, este poder se le concedió y de tal manera que hasta el agua y la comida se le convertían en el rico pero poco manducable metal. Pese a esta desmesura, Midas tuvo la rara suerte de ver condonado su castigo; algo no muy frecuente entre los dioses, rigurosos en materia de sancionar comportamientos execrables cuales la arrogancia, la codicia y la desobediencia o cualquier otra actitud que pudiera desafiarlos o ir contra la moral y las buenas costumbres de la época. Algo que hoy en día se extraña, por la estulticia del demos.

Los dioses griegos concedían a los humanos gracias y favores, pero les castigaban el uso abusivo del talento o la ventaja otorgada. Maldecían al pleonektés por el mal o desviado uso que le diesen a los favores recibidos. La arrogancia, codicia o crueldad en el ejercicio desataban la cólera divina. En esa época, el rayo vengador de Zeus. Facultad sancionatoria que las divinidades entregaron al demos para que la ejercieran bajo la forma del ostracismo, la revocatoria, la censura y la defenestración de aquellos que abusaran del poder o robaran del erario. Infortunadamente de esta facultad el pueblo no suele tomar conciencia. Del poder de sancionar la perversidad mental del pleonktés, con demasiada frecuencia el demos no hace uso. Tampoco hace uso de su correlato, el deber moral que exige ponerle fin a conductas delictuosas de gobernantes que lesionan la integridad moral, política y económica de la polis. Mecanismos que existen hoy en día pero que solo “adornan” textos sin real aplicación constituciones “para ángeles”.

Roto el pacto por el perjuro, inmediatamente se hacía pasible de recibir una pena por el abuso de la propia alma, ahora corrompida y enferma por la pleonexía y la soberbia extremas. Más grave aún, esta sanción se hacía extensible a la descendencia también golpeada ad infinitum por la implacable cólera divina.

Eran las keres o espíritus femeninos de la muerte violenta, hijas de la noche (Nix); hermanas del destino (las Moiras), de la condenación (Moros), de la muerte (Tánatos) y del sueño (Hipnos); parientes de la discordia (Eris), la vejez triste y solitaria (Geras) y la venganza (Némesis) las encargadas de sorber la sangre a los pleonektés como castigo de comportamientos bellacos, desmesurados o torcidos.

Considera Platón que el hombre “mejor” a diferencia del “peor” es aquel que respeta la Igualdad, es aquel que no ejerce violencia gratuita o vis interesada. Es el humano que conjuga correctamente el pensamiento (theorein) con la acción (praxis). Es el buen ciudadano que contribuye a levantar una comunidad estable por ser capaz de practicar la amistad dentro del grupo, de regocijarse en la moderación y práctica de la Justicia. Tareas que el que es bueno realiza con delectación y convencimiento, por estar consciente de que con ellas contribuye a la construcción de un “orden bello” en el que se deben dar y primar la igualdad geométrica, el sentido de la armonía que proporciona salud al alma y preparación para el ejercicio democrático de la vida en común. La vida en polis lo predica la academia y lo practica el liceo debe ser el resultado de aprobar leyes que eduquen en las virtudes ciudadanas.

También predica Platón que a diferencia del hombre mejor el pleonektés es la persona que solo aspira a realizar sus propios intereses, ambiciones y libido de insaciable poder. Es el individuo que como si fuera un tal Calícles o un tal Trasímaco, se cree el más poderoso y el más fuerte porque ve en la isonomía una ley que es expresión social de debilidad, incapacidad y parasitismo.

Calícles es el ser violento que trata de justificarse a sí mismo y ante la comunidad mediante la fuerza que proporciona más y más poder así sea pasando por encima de los seres individuales o de la propia comunidad. En su enferma desmesura, Calícles, es incapaz de practicar la Amistad y menos la Justicia. La soberbia que demuestra en su ego no contribuye a la empresa colectiva de construir un orden “bello y justo” sino que por el contrario, en su falta de control introduce en la polis el Desorden y el Caos.

Calícles el pleonektés por antonomasia no posee el sentido de la proporción porque carece del equilibrio interior que regula las emociones y lo instintivo. Le falta la inteligencia, el temple y la armonía que dan salud al alma. En él todo es enfermedad, desenfreno y tiranía. Es de la opinión que la justicia sí es la ley suprema, pero siempre y cuando la imponga el más fuerte. Lo justo, afirma, es que el más fuerte se imponga al débil, que el más poderoso tenga siempre el derecho de apoderarse y despojar al inferior de lo que le pertenece. El más fuerte, remata, tiene derecho a mandar sobre el mediocre. Entonces, el que vale más tiene derecho a dominar al que vale menos.

Trasímaco otro enfermo del alma no se queda atrás. Para él lo “justo” es también el cumplimiento de las leyes, pero solo de aquellas que hayan sido hechas por el fuerte y en detrimento de los débiles. La ley no es en su concepción de la vida sino una imposición de los gobernantes hecha al resto de la población con miras, no al bien común sino a la propia conveniencia. Es “justicia”, lo expone sin sonrojarse, solo aquello que aprovecha al más fuerte y le confiere más réditos.

La sed de poder tanto de Calícles como de Trasímaco sentencia Sócrates termina perjudicándoles en lo personal y en su alma de gobernantes. Esto es muy grave y lo es mucho más cuando llega a afectar a la polis y los gobernados. En estos casos, continúa, le corresponde a estos últimos, que son siempre la mayoría, reaccionar en defensa de la comunidad llamándolos al orden, al respeto de la igualdad y a practicar la philía, virtud que le permite a la sociedad desenvolverse dentro de un óptimo ético, social y político.

Aristóteles considera que el pleonektés desconoce y quebranta la justicia distributiva al no hacer un reparto justo de los bienes materiales. Todo lo contrario, los repartos que hace son desiguales, sin término medio en el dar y el recibir (Mesotes); es decir, no los hace en la proporción correcta, la misma que le da a cada uno según el mérito demostrado.

***

El pleonektés, escribe el Estagirita, lo quiere todo para sí aún a costa de la desproporción que aplica en detrimento de la parte más débil. Si no gana, arrebata. El mal reparto hecho se constituye en una de las formas más despreciables de la injusticia social.

El prototipo de los pleonektés, son los oligarcas. Esos ambiciosos que consideran que todo les pertenece, el dinero y los honores de la representación del demos. Combinan el deseo desmedido con la injusticia. Se desviven por tener más, lo que se constituye en injusticia por atentar contra la igualdad. Conducta que afecta irremediablemente las relaciones políticas y la armonía cívica. La pleonexía resulta ser una violación de la justicia distributiva, igualdad geométrica o proporcional que también es llamada justicia “universal” por ser complemento indispensable de la justicia “particular” o “legalidad”.

El Estagirita considera “injusto” al mal ciudadano que viola la ley. También al que falta a la igualdad por tomar más de lo que le es debido. El razonamiento aristotélico va más lejos al considerar injusto y ventajista al que no toma de más de aquello que lo “desfavorece”, dejando esa carga negativa a los más débiles. En otras palabras, es injusto el ciudadano que solo toma lo que lo favorece y no toma de aquello que lo perjudica. Ayer como hoy, es el “vivo” para todo; el de los atajos.

Conductas como las descritas tomar solo lo que da ventaja y rechazar lo que no la da suelen ser guiadas por una acción (avidez) o por una omisión (viveza) doblemente despreciables. Es decir, que el que pide para sí mucho más de lo que se le debe, quitándole a los demás lo que les corresponde, es un injusto, un usurpador, un transgresor. En la censura de la desmesura y el ventajismo la Academia y el Liceo se unirán para diagnosticar una patología individual.

El mentor de Alejandro no ignora que la pleonexía tiene igualmente manifestaciones “políticas” que son muy cercanas a la tiranía, la forma de gobierno más desviada de las tres formas llamadas “puras” de Constitución política: monarquía, aristocracia y gobierno constitucional o politeia. La tiranía la peor de las tres formas “desviadas” junto a la oligarquía y la democracia suele desatar, observa el filósofo, conductas pleonéxicas.

No obstante, la máxima de la experiencia le lleva a constatar que la pleonexía se presenta con mayor fuerza y violencia en la Oligarquía por ser sus miembros los que más toman para sí, los que más quieren acumular honores para sí con voracidad desmedida.

Los oligarcas en su búsqueda perpetua de la desigualdad que los favorezca, no dejan lugar alguno a la philía, a la necesaria amistad que es indispensable para el buen funcionamiento de cualquier comunidad como lo es el cumplimiento de la igualdad aritmética, la exacta garantía de su buena marcha.

La igualdad recíproca o proporcional es el fin de la ciudad, su telos. Es el lazo que mantiene a las ciudades en su existencia. Es por esto que el deseo desenfrenado de bienes y honores se asevera radicalmente contrario a lo político correctamente entendido al ser incompatible con el fin de la ciudad, meta que pide y da a cada uno según el mérito desplegado. La ciudad no quier, bajo ningún supuesto, que las magistraturas en general y los cargos en particular sean fuente de provecho personal, de cohechos o canonjías. No concusión, no cohecho son propósitos firmes de la polis.

El que manda con perversa astucia se aprovecha de la pleonexía. Cuando le corresponde hacer repartos toma para sí la mayor parte, y si se le encarga de cobrar los impuestos igualmente se los apropia en beneficio propio. En el ejercicio de los cargos públicos también se beneficia porque de ellos saca siempre ventaja, aprovechándose de la investidura recibida para nombrar a parientes y amigos exigiéndoles luego grandes ventajas.

El injusto alcanza el éxito social y político más rápido que los demás porque al no tener escrúpulos logra engañarlos con facilidad. Perversa estrategia que también le sirve para “escalar”, reptar y obtener muchas más ventajas que los oponentes. El deseo del injusto de conseguir y acumular mucho más que los otros, deviene así en irrefrenable. Sufren de esta codicia, los más débiles. Ayer, como hoy en día.

En pueblos arcaicos se ha observado que la pleonexía produce disgusto al interior de la comunidad dando lugar a la expulsión del grupo a la persona que siempre quiere más y más, la que nunca tiene bastante, la que jamás se sacia en su afán de codicia, la que procura expandirse constantemente en bienes y honores por ser presa del ansia desenfrenada de sobrepasarlo todo y sobrepasarse en todo.

La pleonexía del gobernante afecta radicalmente la realización del bien común de la sociedad. El pathos que desarrolla pese a ser individual se extiende al grupo cual mancha que avanza rápidamente, fagocitando los bienes públicos y apoderándose en mala forma de los bienes privados. Estas conductas desenfrenadas son las que más enferman a la polis, no solo al gobernante que las sufre.

La pleonexía como enfermedad de la ciudad

En Las Leyes Platón pide estar en guardia contra la peligrosa pleonexía de los reyes porque de no ser justos— pueden caer en la tentación de no respetar las normas que han sido establecidas para el bien de la ciudad. Conductas de este tenor la enferman.

Existen en la obra mencionada, tres ciudades: La ciudad “sana” de Sócrates (1); la ciudad “enferma” de Glaucón (2); y la ciudad “justa” de Sócrates y Glaucón (3).

La ciudad “sana” de Sócrates es aquella que se ajusta a la justicia. La ciudad “enferma” de Glaucón es la que se ve azotada por la pleonexía, por el querer desenfrenado de sus habitantes en acrecentar ilimitadamente el poder de su riqueza, tendencia que termina desequilibrando el orden natural que debe reinar en el modelo ideal de “ciudad sana”.

La ciudad “justa” es aquella polis que limita la tendencia compulsiva a crecer indefinidamente, Es la comunidad que ejecuta el desarrollo dentro de límites razonables sin crear en sus goteras zonas artificiales de ejidos o francas, que aumenten las riquezas de aquellos que se aprovechan en beneficio propio del poder que detentan. Por sí mismos, o por medio de arcontes corruptos.

1. La ciudad sana de Sócrates

La ciudad “sana” es la ciudad natural. Es la forma correcta de una polis que es el buen resultado de la convivencia que surge de la falta de Autarquía. Son entonces las carencias las que obligan a los habitantes a reunirse en comunidad, con el fin de practicar una ayuda mutua que logre superar la pobreza y evite la guerra. Solo la cooperación puede paliar las carencias ciudadanas. La satisfacción de estas se hace posible gracias a la especialización por aptitudes de los distintos oficios dado que con ellas cada uno hace lo que mejor sabe elaborar como en el caso del panadero, el tonelero, el herrero, el agricultor, etc.

Se necesita entonces de la integración recíproca de los oficios singulares como aplicación del principio de especialización por funciones, práctica que beneficia a todos al crear condiciones necesarias para el logro de la máxima felicidad y la mayor satisfacción conjunta de las necesidades básicas.

La ciudad natural o polis sana es la ciudad “verdadera”, porque en ella la justicia se genera naturalmente mediante la concordancia eficaz entre el bien común y el bien individual. En la ciudad sana la justicia es “armonía” y es este equilibrio el que podría dejar a la política sin fundamento, el que haría de ella algo superfluo.

2. La ciudad enferma de Glaucón

La pleonexía de la ciudad “enferma” se da cuando se sobrepasa el límite natural de lo necesario. Sobrepaso que la conduce más temprano que tarde a la pobreza o a la guerra, como consecuencia de enfermar y corromper el ideal de la polis sana. Esta enfermedad es consecuencia de la expansión ilimitada de deseos innecesarios y no saludables de sus habitantes. Este malsano estado de cosas la llena de conflictos de intereses y de mentiras.

Las necesidades de lujo que van secretando las nuevas apetencias la obligan a aumentar las importaciones y el deseo de expandirse territorialmente por medio de la guerra. Festines frecuentes y orgías sibaritas la van debilitando en su moral y buenas costumbres.

La ciudad enferma se vuelve apasionada y pasional, emotiva y llena de conflictos porque al sobrepasar el límite de las necesidades reales termina necesitando mayores ejércitos que la protejan y aumenten los territorios por medio de la guerra de conquista. Es así como se entra en la Philotimía, pero ahora bajo la forma de exigencias exageradas de riqueza hechas por los guerreros-guardianes, a quienes no les conviene acabar la guerra y sí prolongarla con el propósito oscuro de viaticar “al doble” y/o comprar las armas bajo el criterio de “reserva” y sin el necesario control de los censores de la polis.

Ayer como hoy, el interés egoísta de los hoplitas conduce la ciudad a la guerra permanente y a no terminar los conflictos.

3. La ciudad justa de Sócrates y Glaucón

La ciudad “justa” es aquella que reconoce que está en crisis. Es la polis que vive en una proporción permanente entre la pleonexía de sus habitantes y las posibilidades reales de satisfacerlas. Es la que procura ser una superación de la “ciudad de los cerdos” para reemplazarla por la felicidad de la “ciudad de las ovejas”. No de los “borregos”, valga la aclaración.

La ciudad justa logra equilibrar la justicia (el límite) con la pleonexía (la ilimitación). La ciudad justa es una mediación entre la ciudad sana y la ciudad enferma, la indócil, extraviada, destructiva y desequilibrada por la potencia ilimitada de sus propios deseos.

La pleonexía como enfermedad individual y/o social ha sido objeto de estudio por diferentes religiones, filosofías y concepciones del mundo. Es el caso del taoísmo, el pensamiento judeocristiano, los economistas de todas las tendencias y los científicos sociales de diferentes formaciones académicas. En el caso de Colombia hacer este estudio es de vital importancia, como se verá en próxima nota ciudadana.

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