1915 prometía que la vida continuaría plena y feliz como hasta ahora había discurrido, en los dieciséis años de la vida de Helen. Vivía con su familia en Boston, Massachusetts. Cursaba décimo grado, los sábados iba al cine con sus amigos, los domingos a la iglesia, y después se reunía la familia completa a almorzar, padre, madre y dos hermanos mayores.
Douglas era un muchacho apuesto, gentil, y había conocido a Helen uno de esos días de cine y helado. Tenía dieciocho años y su vida prometía tener novia, ir a la universidad y luego casarse para formar un hogar. Un día se decidió y pidió a la chica que lo hacía soñar que fueran novios. Ella aceptó complacida e iniciaron una relación juvenil despreocupada y con muchos sueños.
A pesar de la vida plácida y tranquila que se vivía en la ciudad donde discurrían los días alegres de estos jóvenes, el mundo vivía la tragedia de la Primera Guerra Mundial que se había iniciado en 1914, con el asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona astro-húngara.
No podían vivir el uno sin el otro, así que decidieron casarse, hablaron con sus padres y sus respectivas familias dieron el permiso. Fue una ceremonia hermosa, celebrada en Septiembre de 1916, en el otoño, cuando el follaje de los arces cambian de color y envuelve a la ciudad en el espectáculo cromático carmesí y dorado de la temporada.
La primavera fue recibida con la noticia más feliz, Helen esperaba su primer hijo. Pero el regocijo duró poco, recibieron una noticia devastadora. Douglas fue llamado a servir a la patria y se enlistó en el ejército para ir a la guerra, cuando el gobierno ordenó el reclutamiento obligatorio
A pesar que Estados Unidos se mantuvo neutral en los primeros años de guerra, tuvo un papel decisivo al entrar en la lucha en Abril de 1917, cuando se develó un complot de Alemania para ayudar a México a recuperar Texas, Nuevo México y Arizona
Douglas fue destinado a la trinchera de Cantigny, y partió a Francia. Se despidieron en medio de un dolor que los destrozaba por la separación, y la incertidumbre de cuándo volverían a estar juntos. Dejó a su chica con dos meses de embarazo.
Desde el primer día se enviaron cartas de amor, de esperanza, de dolor por la separación, y de horror por lo que vivía el joven soldado. Tres meses después de su partida, Helen ya no recibió mas misivas de su amado, hasta que fue reportado como baja en combate, sin mas explicaciones, de cómo y cuándo.
Aunque la ayuda estadounidense fue fundamental en los primeros meses, al final de la guerra el número de bajas fue de nueve millones de soldados muertos, no solo en batallas, sino por epidemias y la hambruna. Aunque entró tardíamente, Estados Unidos fue el gran vencedor junto con Gran Bretaña y Francia.
Helen dio a luz una niña a quien llamó Stephanie. El tiempo se encargó de mitigar su dolor y finalmente se casó de nuevo cuando su hija tenía cinco años. Su esposo era diplomático de carrera y vivieron largos períodos en París, España, Italia y Países Bajos. La adolescente de entonces no conocía la historia de su padre.
Cuando regresaron a Estados Unidos, Stephanie de 14 años entró a la secundaria. Allí conoció a Albert y se hicieron grandes amigos. Un día lo invitó a su casa para que su madre lo conociera, y de pronto, observando una fotografía sobre la chimenea de un par de soldados abrazados, señaló a uno de ellos y dijo" es mi padre", luego al otro y dijo "era amigo de mi padre".
La sorpresa de ambas fue diferente. Para Helen, porque no conocía al hombre que había estado en el mismo lugar con Douglas. Para Stephanie, porque no sabía que su padre había estado en la guerra. El muchacho las invitó a su casa para que conocieran al que había sido compañero de Douglas. Por él supieron que a los pocos meses de haber llegado murió en combate y una bala en medio de la frente acabó con su vida.
De regreso a casa, visiblemente conmocionadas, Helen decidió que era el momento que su hija conociera toda la historia y le entregó como regalo póstumo, las cartas que Douglas había escrito para su amada. Así fue como Stephanie conoció la historia de amor y dolor que permaneció oculta por tantos años. Ahora el soldado le narraba el horror de la guerra, el amor intenso por su madre, y la ilusión por ese hijo que esperaban.
En la soledad de su cuarto, Stephanie se sentó suavemente en su cama, cerró los ojos y acercó las cartas a su cara para tratar de percibir su olor y experimentó el dolor más grande: él no supo nunca que fue padre de una hija.
Nota: Es un hecho de la vida real, narrado a la autora por Stephanie, un día cualquiera sentadas en la sala de mi casa. Me conmovió profundamente saber que ella conserva las cartas de su padre, por eso decidí contar su historia.
