Todo cuanto sucede en la política colombiana, que es tan caótico, es producto de la debilidad de los partidos políticos. En una sociedad con organizaciones políticas poderosas los mecanismos de escogencia de candidatos están precisamente reglados; son resultado de liderazgos reconocidos, de carreras políticas y de votaciones internas. Nadie amanece con ganas de ser Presidente de la República y se lanza al ruedo como lo hemos visto por estos meses en Colombia, con candidatos a huevo.
No se trata de añorar las épocas del bipartidismo colombiano, que llegó a ser excluyente. Pero, si esos dos partidos, el Liberal y el Conservador, hubieran tenido la inteligencia de abrirse a nuevas corrientes de opinión, de reconocer las nuevas realidades sociales, podrían haberse fortalecido de tal manera que los candidatos a la presidencia salieran hoy de sus filas. Lo que hicieron, a nombre de la paz política, por cierto, fue monopolizar y turnarse el poder, burocratizarlo al extremo y convertir lo público en patrimonio partidista (o personal).
Como consecuencia alrededor de esos dos partidos y afuera, comenzaron a surgir nuevas organizaciones políticas buscando espacios de representación, incluyendo la subversión armada, que no fue más que un subproducto de esa exclusión. El último gran evento de importancia política histórica, la promulgación de la Constitución de 1991, nacida precisamente para acoger a esos nuevos grupos, es la directa responsable de la atomización de la política, hecha con las mejores intenciones de ampliar la participación ciudadana, pero con la cual se empedró el camino del infierno.
Importante en toda sociedad que haya muchos candidatos a la presidencia; la multiculturalidad del mundo moderno lo exige, pero igualmente importante es que haya partidos políticos que decanten internamente esas aspiraciones. Los candidatos a las nominaciones de los partidos Demócrata y Republicano en Estados Unidos son muchos y se van reduciendo a medida que las elecciones primarias, que son eventos intrapartidistas, despejan la viabilidad de pocos nombres, hasta llegar a las convenciones nacionales que escogen sus candidatos.
En Estados Unidos, y el ejemplo es adecuado porque nuestro sistema político nació inspirado en la Constitución de Filadelfia, ha habido tercerías individuales; personas que se consideran con la influencia y el dinero suficientes para enfrentar las maquinarias partidistas. Ross Perot, ha sido el ejemplo más sobresaliente, sin éxito. Donald Trump trató de hacer lo mismo, pero comprendió pronto que sin la estructura del Partido Republicano no llegaría a ninguna parte y empezó su campaña contra otra docena de candidatos, con éxito. Esas estructuras partidistas, centenarias, jerarquizadas, que reúnen los más diversos intereses, están lejos de estar constituidas por ángeles, pero son indispensables. Todo partido es una maquinaria política por definición. Allá y aquí.
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Todo partido es una maquinaria política por definición, y su desprestigio ha llevado a una ruptura de la relación estrechísima que debe haber entre el poder ejecutivo y el legislativo
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Lo cual nos lleva a la madre del cordero. El desprestigio de los partidos políticos en Colombia ha llevado a la preeminencia de los movimientos de opinión, con frágiles organizaciones, y a una ruptura de la relación estrechísima que debe haber entre el poder ejecutivo y el legislativo. Hoy los candidatos más opcionados a la presidencia, Gustavo Petro, Sergio Fajardo y Federico Gutiérrez no poseen detrás de ellos una organización política que pueda denominarse un partido, sino que están batiéndose en coaliciones variopintas, para conformar grupos (que no partidos), que hagan viables sus candidaturas. Con el desorden que todo eso conlleva y con el agravante que ninguno tendría una mayoría en el Congreso, satanizado por la opinión, que se elige casi que en contravía de ellos. Curiosamente han sido el Partido Conservador y el Centro Democrático, o sea la derecha histórica, los que han elegido sus candidatos como Dios manda.
De las tres coaliciones existentes, y se podría aventurar que el presidente saldrá de una de ellas, porque el mecanismo cierra la opción a aventuras individuales, la del Pacto Histórico está liderada por un caudillo popular de sobresalientes habilidades políticas, Gustavo Petro, y su coalición es más bien una estrategia electoral para diversificar sus apoyos, pues ganará esa nominación y un cupo en la segunda vuelta de todos modos; el Equipo Por Colombia, es un grupo de dirigentes regionales unidos por un uribismo más o menos vergonzante, construido sobre la base de que esos apoyos, que son poderosas maquinarias electorales, los llevarán la segunda vuelta, aunque está por verse si los votos parlamentarios son endosables en las presidenciales, algo que contradice la experiencia; y la Coalición Centro Esperanza, son un grupo de dirigentes de diversas procedencias políticas, sin mayores organizaciones detrás de ellos, que han trabajado con juicio por dos años, para crear una opción de centro alejada de los extremos, que atraiga al voto de opinión.
En ese paisaje de dirigentes sin partidos cualquier cosa puede pasar. ¡O tempora!, ¡O mores! como decía Cicerón en sus catilinarias, recordando tiempos más sensatos.
