La movida electrónica bogotana: la generación del éxtasis-2

Así inició la movida electrónica bogotana: 'la generación del éxtasis' (Parte 2)

Continuación del relato de quien vivió la escena musical electrónica en la capital; el camino para que Bogotá sea referente de la electrónica en Latinoamérica

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julio 11, 2023
Así inició la movida electrónica bogotana: 'la generación del éxtasis' (Parte 2)

Tuve acceso a las fiestas que se hacían en un Restaurante Campestre llamado el viejo sartén justo después de un peaje en la 230 con séptima, justo después también del límite de Bogotá, donde no aplicaba la hora zanahoria de Mockus, que empezaba a la 1 am.

Carlos Saravia mi amigo, importaba Glow Sticks de Miami (esas luces con un líquido fluorescente en su interior) y eran nuestra entrada gratis a las rumbas que organizaba Nano Pombo (Q.E.P.D.) y su empresa Morrocco en dicho lugar. Digo gratis porque a diferencia de los afters del centro de Mutaxion (ver primera parte) acá si cobraban, y no era barato. Afortunadamente para mí,  Pombo y Saravia eran muy amigos y no solo le regalaba boletas, sino que nos dejaba vender los Glow Sticks dentro de la fiesta, ahí vi por primera vez tribus urbanas como los Candys,(ver imagen) y uno que otro traqueto.

Por ser completamente ilegales en estos afters todo lo que pasaba también era ilegal: Cortaban el agua de los baños-más adelante explicaré porque lo hacían-, nunca vi un extinguidor ni ruta alguna de evacuación en caso de incendio y sobre todo bastantes drogas. La cultura rave o electrónica en su conjunto es casi inconcebible sin drogas, o al menos sin metáforas de drogas: por sí sola, la música ya droga al que la escucha, pero si había éxtasis o LCD pues mucho mejor. Ciertos fines de semana había más dealers que consumidores y cuando se equilibraba la asistencia, el 90% de la gente tenía alguna substancia corriéndole por el sistema sanguíneo, los Candys solo se quitaban el chupo de la boca (¡¡) para tomar agua, le roían un pedazo a la pepa y medio hablaban entre ellos, de resto era solo baile. Nos compraban una que otra barra fluorescente y era bien interesante verlos tambaleándose como si practicaran un arte marcial, juagados en sudor, en estado de goce puro dibujando extraños patrones geométricos en el aire y dejando una estela de color por los glow sticks.

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 Después de la 1am ya empezaban a llegar los “mágicos” o traquetos con sus respectivas acompañantes operadas desde las cejas hasta los tobillos, era la moda de los implantes en las tetas ,les quedaban gigantes, y ahí nosotros nos arrojábamos a ofrecerles los Glow, a ellas se les hacía de lo más “charro” las luces que vendíamos (collares, brazaletes, barras y caritas sonrientes con adhesivo para la ropa) y le pedían al novio que les regalara uno de cada uno, el mágico en cuestión la empezaba a condecorar como a un General Africano, dos collares, tres brazaletes y un par de caritas en cada teta, (para algo le pagó la operación no?)

-Jijijiji gracias papi decía, y se ponía a brincar con todas esas luces colgándole, quedaba como una chiva rumbera fluorescente, el man nos pagaba lo que le decíamos y cuando le íbamos a dar el cambio nos miraba como diciendo: ¿En serio? Y con el dedo índice nos indicaba despectivamente,  pfff quédense con esas chichiguas.

-Gracias patrón a la orden, atinábamos a decir.

Ya como a las 3am la rumba estaba en su apogeo y nosotros ya por fin con casi todo vendido nos tocaba el turno de empezar a disfrutar de la fiesta, la mayoría del producido nos lo gastábamos ahí mismo: Una pepa para cada uno y un ácido dividido entre tres. En esa época los Dj´s de las rumbas de Nano mezclaban mucho un   género llamado Tribal Techno que era básicamente muchísimas percusiones electrónicas repetitivas con un efecto semi-hipnótico, con unas líneas de bajo potentes, gruesas,  era una metralleta digital de 128 beats (golpes) por minuto, el Dj que más mezclaba ese subgénero era Jay-way (Jairo) un pelado gay que se ponía una falda negra como de indígena Emberá, flaco de pelo muy corto y tremendamente ensimismado en el mezclador y los dos tornamesas. Con la pepa ya haciendo efecto, cada uno de los 128 golpes por minuto me hacían mover un pequeño pedazo de músculo, para así  completar una especie de baile como si tuviera una banda para trotar en casa bajo mis pies y en un espacio limitado (a esa hora el lugar estaba lleno) trataba de moverme en sincronía con la toma Guerrillera que salía del Sound System, tiempo después leí en algún lado que las percusiones repetitivas en las ceremonias indígenas son un medio para llegar a estados alterados de conciencia, no sé,  tal vez nos pasaba a todos un poco eso en los raves; pero cuando el ácido reclamaba su lugar las luces estroboscópicas y sus noventa destellos por minuto me hacían ver -no sé que veía Sarabia- una película de rostros, olores de 20 perfumes todos a la vez,  gestos y cuerpos en éxtasis, cada flashazo era una foto diferente: Muecas desencajadas, besos furtivos entre dos manes, el traqueto juagado en sudor con los ojos cerrados en tremendo viaje introspectivo mientras la mona seguía brincando sin parar, y mucha gente con gafas oscuras chupando una colombina -el dulce potencia y alarga el efecto de la pepa- Era la Psicodelia Digital a 90 cuadros por minuto.

Y entonces como todo el mundo ya deshidratado pues no se va hidratar con aguardiente, los organizadores cortaban el agua del Restaurante y vendían agua embotellada a precio de Chivas Regal, recuerden que al ser ilegal la fiesta podía pasar cualquier cosa dentro de ella, pero bueno se compraba, ya habíamos entrado gratis…y cada sorbo sabía a dulce y a gloria, era la gasolina para seguir bailando.

 En esos años los pocos que tenían Internet regaron la voz de una idea importada de la escena electrónica Europea, el P.L.U.R ( Paz, Amor, Unidad y Respeto por sus siglas en inglés) que resumía la filosofía rave, y claro uno sentía con el éxtasis un sentimiento de hermandad, de ganas de abrazar por igual al Candy, al mágico, al que estuviera por delante, pero era un sentimiento químico, uno abraza los parceros(as) genuinamente,  otra cosa era abrazar desconocidos como si fuera una celebración de año nuevo en Times Square en Nueva York, y bueno,  nunca se supo de peleas ni broncas en ninguna fiesta, luego si sirvió para algo la nueva moda del éxtasis en Bogotá, existía el respeto.

Al despuntar el sol la gente se iba yendo de a poco y el Dj no bajaba el voltaje que ya era un poco irritante, debió poner un chill-out más relajado, ya habíamos hecho cardio 3 horas,  y al salir del Restaurante le entraba a uno por los pulmones ese aroma a hierba fresca, a monte que los limpiaba, el amanecer con ácidos todavía en la cabeza me hacía ver la noche muriendo y el sol reclamando su horario con esa mezcla de colores única que tiene la hora mágica como dicen los fotógrafos, que en realidad son 15 minutos de una luz muy especial, ya después llega el bochorno y todo se aplana.

En los 2000 apareció un negocio que patrocinaba muchas raves llamado Tropical Cocktails, que eran básicamente raspados con alcohol, aparecieron locales de la nada y por todo el norte de la ciudad acá no voy a acusar sin pruebas, pero era un secreto a voces su dudoso capital, el caso es que le inyectaban plata para traer Dj´s buenos.

Se volvió el negocio de moda y ayudó mucho a fortalecer la escena, pero como de rápido llegó, desapareció por arte de “magia”.

Otro negocio que les dio por hacer a los empresarios fue coger la marca sin registrar “Love Parade” el famoso festival itinerante de Berlin y traerlo a un sitio fijo,  el parque Jaime Duque el Walt Disney de los pobres, empapelaron paredes y postes con avisos en letras rojas grandes: ¡Love Parade en Bogotá¡ y ponían como invitado internacional al “Dj número uno de Alemania” y si era número uno, pero del pueblito Bávaro donde nació, y rellenaban el cartel con puro talento local, sería como si hoy anunciaran el Glastonbury en Bogotá y los artistas fueran The Mills y Dr Krapula.

En donde sí se metieron la mano al dril fue para traer a Carl Cox, el rey de reyes.

Y de ahí en adelante siguieron con Paul Oakenfold, Deep Dish, Armand Van Helden, Sasha, Fat Boy Slim. Esos sí eran superestrellas, agendaban a Bogotá en sus giras mundiales y nos dimos el lujo de presenciarlos, ya no importa si lavaban plata o los organizadores dejaban de comer e hipotecaban la casa para traerlos, pusieron a una ciudad donde lo máximo que se presentaba era Metallica, en parada obligada para semejantes monstruos. Eso fortaleció la escena local un montón, la vara estaba alta y el público era cada vez más grande.

Hoy en 2023 la escena es tan grande, tan diversa que se volvió de nichos, hay desde raves debajo de puentes (Bogotrax) que sin luces y con una planta a gasolina ponen a poguear punketos al ritmo del Hardcore Tecno, Gabber y Drum & Bass, pasando por Djs residentes en bares por toda la ciudad (House, Dubstep) Guaracha con Yina Calderón (puaj,) la nulidad de Natalia Paris, hasta festivales como el BAUM con entradas de un millón de pesos para ver la creme de la creme (Richie Hawtin, Boris Brechja etc) Bogotá ya es referente de la electrónica en Latinoamérica, bienvenidos al futuro. Escojan.

*Imágenes de los Flyers cortesía Instagram gráfica sonora.

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