El niño Dios me regaló un ajedrez cuando yo tenía unos cinco años. Te detallo: desde que tuve uso de razón y me asomé a la puerta principal de la sala pude ver las actividades recreativas de los chicos de la cuadra en el frente de la casa en que vivía. Allí había un terreno plano en el cual se escenificaban partidos de bola de trapo, por lo general en horas de la tarde. Ya por la noche el peladero era punto de reunión para charlas, juegos tradicionales y duelos ajedrecísticos. De tal manera que veía practicar el juego a muchachos mayores que yo y, por sana curiosidad y competitividad innata, quería participar en este entretenimiento. Mis padres notaron que me llamaba la atención el campo de batalla de los 64 escaques solaces y los 32 trebejos guerreros, y por eso lo incluyeron en los obsequios del 25 de diciembre de 1965. Quince años más tarde, en 1980, fui uno de los clasificados en la categoría de menores de 20 años del juego ciencia por el departamento del Atlántico, entre los que estaba Aroldo Obando, quien fue campeón nacional juvenil ese año, y por tanto representó a Colombia en el mundial sub-20 realizado en Dortmund, Alemania, el cual fue ganado por Garri Kaspárov.
Traigo lo anterior a cuento para meter una gruesa y sólida cuña a favor de la profesión y pasión de los geniales Bobby Fischer, José Raúl Capablanca, Magnus Carlsen y otros grandes maestros. De paso, también para impulsar la propuesta de incluir esta disciplina concentrativa como asignatura en escuelas o colegios. En Colombia, con un currículo cerrado a las instituciones educativas de básica y secundaria, hay 80% de áreas fundamentales y 20% de optativas, en las que no se incluye el ajedrez.
Los estudios sobre los beneficios del deporte cerebral son muchos. Uno importante es Sumario de las investigaciones del ajedrez en la educación, del norteamericano Robert Ferguson Jr., quien asegura que los niños que lo practican aumentan sus capacidades de lógica, creatividad y lectura que quienes no lo practican. El experimento consistió en poner a prueba estudiantes de quinto y sexto grado de un área rural, que no jugaban ajedrez. Fue así como un grupo recibió clases a diario en la materia. A los cinco meses, los que dieron clases ajedrecísticas aumentaron sus niveles de memoria y razonamiento verbal. "El ajedrez, enseñado de forma metódica, aumenta los niveles del coeficiente intelectual de niños en edad escolar de ambos sexos y de cualquier nivel socioeconómico", destacó Ferguson.
Si miramos a vuelo de pájaro, vemos que el primer pasatiempo mental es, por desgracia, bastante menospreciado en nuestro medio, incluso en centros de educación superior. Recuerdo que la Universidad del Atlántico, para 1980, tenía un gran salón con un club muy organizado y activo. Al poco un rectorcitucho de pacotilla se le ocurrió que dicho salón debía ser clausurado, cosa que en efecto hizo el bellaco; el reemplazo fue un cuchitril situado a un lado de una canchita.
Creo que sí hay respaldo, pero es mínimo: la directiva de un ente educativo, cuando necesita conformar el equipo para participar en competencias, pregunta quiénes saben mover las fichas y a estos se les da unas prebendas menores. Y hasta ahí llega la cosa.
Luego es vital que este deporte intelectual, que aquí te estoy metiendo por los ojos, sea una materia de tercero a quinto de primaria, por lo menos de forma inicial y en calidad de optativa, con el debido sostenimiento en las instituciones educativas del Estado y también en las privadas. Este sería un factor indispensable para recoger frutos a corto plazo que, de manera comprobada, deja el toma y daca ajedrecístico. Un gobierno comprometido con una enseñanza asertiva de excelente calidad debe adelantar las gestiones para lograr esta meta. Si no lo concreta el actual, estoy seguro de que lo impulsará el nuevo que vendrá en el 2022.
Hoy el patrocinio respectivo está en su nivel más bajo debido a la coyuntura del cóvid 19. RCN realizaba eventos de Ajedrez al Parque, los cuales fueron cancelados por la persistencia de la pandemia. Los eventos de programación anual de las ligas brillan por su ausencia, debido a la emergencia sanitaria que sabemos. A pesar de todo la anterior, aficionados muevefichas o jugadores competitivos seguimos practicando este grato esparcimiento de modo virtual en monitores, táblets o celulares. Cuando hay un contendor al frente, en el físico de plástico o madera.
Si no hay ajedrez en tu casa, seguro puedes adquirir uno. En un almacén deportivo lo puedes conseguir. ¿Que no sabes mover las piezas? Eso es simple: puedes aprender, en YouTube hay decenas de cursillos superdidácticos.
Ya te veo, de ávido, hojeando revistas de españolas abiertas. No seas malpensado: no se trata de magazines con fotos de chicas hispánicas en poses pornográficas, sino de variantes en una de las aperturas más populares del chess: 1. e4 – e5. 2. Cf3 – Cc6. 3. Ab5 –... La C mayúscula significa caballo, y la A, alfil. Las otras piezas son R, rey; D, dama; T, torre; para el peón no se usa ninguna letra en la anotación algebraica, que es la usual. No es nada del otro mundo, si eres neófito. Significa que hay filas y columnas en el cuadro para indicar el movimiento consecutivo de los trebejos. Por intersección, se identifican las 64 casillas del cuadro: ocho letras para las columnas, y ocho números para las filas. El primer recuadro de abajo, lado oficial de las blancas, e inicial de izquierda a derecha, es obviamente el a1.
Basta que una persona sepa mover las fichas para que no se le considere “analfajedro”. Por acronimia, propongo la palabra analfajedro como neologismo que significa analfabeto del ajedrez. ¿Tú lo eres? Si no, bien, nota alta, punto, excelente; si sí lo eres..., ¿me entiendes, Méndez?
