Un adulto mayor decidió acabar con su vida debajo de un puente, en el norte de Popayán.
La escena de esta persona colgada bajo la estructura fue descubierta por personas sin hogar, la mayoría extranjeros, que pernoctan allí.
Bajo el puente acaban convergiendo, un hombre que no quiere vivir más, porque la existencia se le ha convertido en una tortura, y los que se aferran a la vida, aunque esta sea tan miserable como para acabar en los subterráneos de una ciudad como Popayán.
Han llegado de tierras lejanas guiados por la esperanza de un porvenir mejor.
Pero un día cualquiera, en esa larga ristra de días penosos que configuran sus vidas, se encuentran con un cuerpo que oscila en la gélida madrugada.
Se mece lentamente en medio de la maraña vegetal, empujado por las corrientes de aire que provienen del río Cauca.
Lo contemplan en silencio, como a un ídolo, alguno se santigua.
El murmullo de las aguas entre las sombras se levanta indiferente, como si la naturaleza aún agreste en esos rincones inhóspitos de la ciudad no supiera del dolor humano.
Arriba, sobre el asfalto de la Panamericana, el tráfico ya enciende su fragor matinal.
