Los cuatro hermanos gomelos de Villavicencio vueltos pilotos de Pablo Escobar

Los cuatro hermanos gomelos de Villavicencio vueltos pilotos de Pablo Escobar

Los Sierra Pastrana pagan condenas en EEUU. Les cobraron haber sido los pilotos que aterrizaban en pistas imposibles con 600 kilos de coca en la nave

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diciembre 10, 2022
Los cuatro hermanos gomelos de Villavicencio vueltos pilotos de Pablo Escobar

Tenían clase. Clase de verdad. Mientras los Castaño hacían una réplica de la Venus de Milo en su bañera, a 24 kilates de oro, o Gonzalo Rodríguez Gacha, en Guasca, hacía una réplica del más ostentoso de los ranchos mexicanos, los Sierra Pastrana eran felices con su bajo perfil. Tenían un apartamento de tres habitaciones en el Rodadero, con vista al mar, de balcón modesto y uno de 150 metros cuadrados en Rosales, intentando pasar por lo que ellos creían que eran, unos respetados hermanos de Villavicencio, de familia acomodada, cuyos padres les habían pagado una carísima carrera en la Fuerza Aérea Colombiana.

Eran Miller, quien obtuvo su licencia de aviador el 10 de abril de 1981, mientras el director de la Aerocivil era Álvaro Uribe; Oscar Humberto, a quien le salió el permiso un año después, el 16 de junio de 1982. Miki, y Ricardo.

En los archivos del DAS Miller Sierra Pastrana aparece como un piloto de confianza de los mafiosos mas poderosos. Su cliente favorito fue Rodríguez Gacha pero una vez el ejército lo asesina, se fue a trabajar con Leonidas Vargas. Fue por él que conoció a otro de sus mentores, Amado Carrillo, el temible Señor de los cielos. La primera vez que Miller y Oscar Humberto Sierra Pastrana mojaron titulares de prensa fue el 29 de julio de 1983 cuando cayeron a 1.300 kilómetros al norte de Lima mientras transportaba 1.175 kilos de cocaína. En ese vuelo se destacó el tercero de los hermanos Sierra Pastrana. Argemiro cayó el 21 de agosto de 1991 y fue condenado a 135 meses de cárcel. Salió el 22 de octubre del 2001 y fue extraditado a Colombia. Diez años después la Corte Suprema lo puso en un avión a Buenos Aires por que fue pedido por el gobierno de ese país debido a un enredo de una avioneta y unos dólares que nunca pudo explicar.

Sin embargo Miki, como llamaban a Oscar Humberto, era el más avezado. Fue el maestro de Nelson Fabio, el último de los hermanos Sierra Pastrana que se le midió al tráfico de cocaína. Su principal cualidad era la de ser un piloto suicida, capaz de lo imposible. Se sabía de memoria además las pistas clandestinas que había en el Caribe y Centro América. Con el advenimiento del chavismo logró mayor notoriedad. Sin comprobarse que grado de participación tuvo el gobierno de Hugo Chávez, Miki era el amo y señor de pistas en Apure y era el intermediario, el hombre escogido para tranzar con las autoridades militares de Venezuela.

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El narcotráfico se disparaba y en Colombia la idea de Carlos Lehder, el segundo hombre más poderoso del Cartel de Medellin, daba réditos. Él no quería a los mexicanos de intermediarios porque sabía que buena parte de la ganancia obtenía se esfumaría mientras se engrasaba a los incipientes carteles aztecas. Así que compró Cayo Norman, una isla en las Bahamas a pocos kilómetros de las costas de la Florida donde pequeñas embarcaciones recogerían la droga y la llevarían a los Estados Unidos. Los pilotos serían vitales para hacerlo. La primera súper estrella de los pilotos narcos fue Álvaro Suárez Granados, uno de los mentores en el narcotráfico de los hermanos Sierra Pastrana y quien fuera durante varios años el piloto de confianza de Pablo Escobar.

No existe un ranking de hazañas de pilotos narcos, pero lo que hizo el Coco, como le decían, debería estar en alguna estadística. Se estima que logró meter a México 20 toneladas de coca que los jóvenes Chapo Guzman y Caro Quitero conseguían ubicar en Estados Unidos. Esas 20 toneladas se le transformaron al capo mayor 80 millones de dólares. Cuando mataron a Escobar, Suárez Granados se metió con los hermanos Rodriguez Orejuela. Como si fuera un doble de acción logró aterrizar en Estados Unidos un avión atestado de droga sin ser capturado. A los jefes del Cartel de Cali les alcanzó a hacer 40 vuelos y les trajo de regreso la friolera de 150 millones de dólares.

El 11 de octubre del 2011 ellos entraron en el espiral descendente que acabó con su imperio. Ese día 350 efectivos de la policía, cuidadosamente preparados, lanzaron, en tres ciudades del país, Santa Marta, Medellín y Bogotá, un operativo para desarticular a los pilotos que surtían de droga al Cartel de Sinaloa, en ese entonces encabezado por el Chapo Guzman. En ese momento Oscar Humberto ya trabajaba para Daniel “El loco” Barrera. Estaba en su amplio apartamento en Rosales, con su familia. Mikki no tenía escoltas, sólo un conductor desarmado. No llevaba cadenas ni relojes de oro. Sólo su confianza de que jamás podrían hacerle nada, de que sería invisible para sus enemigos. Pero esa noche vio como agentes de la policía colombiana, en acción conjunta con la DEA, entraron a su casa y lo pusieron contra el piso.

Un año duró su defensa, encabezada por Joaquín Pérez, el reconocido abogado de los narcos, intentó bloquear su extradición pero, al final, lo inevitable: fue extraditado a los Estados Unidos donde se pudre en una condena de 25 años.

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