La dura caída del Flaco Solorzano, uno del grandes de la televisión colombiana

La dura caída del Flaco Solorzano, uno del grandes de la televisión colombiana

El caleño se encuentra en mala condición económica a pesar de tener una de las carreras más impresionantes. Igual nadie le quitará lo bailao

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febrero 03, 2023
La dura caída del Flaco Solorzano, uno del grandes de la televisión colombiana

En el último concierto de Rubén Blades los que llegamos temprano vimos en una de las cabinas ubicadas en el tercer piso del Movistar Arena una figura larga, vestida de verde que bailaba mientras se escuchaba el piano de Eddie Palmieri. El gran Flaco Solorzano era, una vez más, y a sus 59 años, el rey de la rumba bogotana. Los últimos años no lo habían tratado tan bien. Antes de la pandemia intentó invertir con los pocos ahorros que le había dejado esa pasión, a veces tan mal paga, que es la actuación. Junto con su novia decidió montar un negocio de chorizos que bautizaron, con mucha gracia, como la choriserie. Iban bien pero explotó la pandemia y, en un momento, el flaco vio como todo se desvanecía. Así que tuvo que devolverse a Cali, a viajar esporádicamente a Bogotá, la ciudad donde llegó hace cuarenta años dizque a estudiar derecho y terminó convertido en uno de los actores de carácter más queridos por los colombianos. Cada tanto regresa a Bogotá a trabajar. Y eso que estaba haciendo, poniendo la música esperando a Ruben Blades, era una de sus bellas artes.

Siempre fue un contestón. Y eso que era tímido con las mujeres. Pero apenas escuchaba los sones furiosos de Willy Colón Fernando Solórzano dejaba de ser él. Como si el espíritu de Yoruba y todos los dioses del Caribe lo poseyeran. No creía en nada. No comía de nada. Y en la pista de baile había, a comienzos de los años ochenta, gente más brava que él. Es que irrumpían los mafiosos, lavaperros y capos, en plena avenida 5. Ellos y sus hermosas mujeres y él, largo y fino como un puñal, sacaba a bailar a sus novias y lo hacía también que le terminaban haciendo rueda a punta de palmas, como si no fuera un imprudente sino una especie de tótem venido de otra galaxia. De ese contacto con esos mafiosos Fernando arrancó a hacer la investigación exhaustiva que lo terminó convirtiendo en uno de los actores más prestigiosos del país encarnando, por supuesto, a capos carismáticos, frescos y temibles.

Y pensar que Fernando no nació en Cali. Su papá, un capitán de fragata, estaba trabajando en Cartagena cuando él nació. Su primera casa fue en el barrio Manga, cuando este era sinónimo de casas lujosas, de esplendor Caribe. A los cuatro años se fue a vivir a Cali. Y en Cali fue el rey.

Después de sacarle el brillo a más de una discoteca en Cali se fue a vivir a Bogotá, a estudiar derecho en la Universidad Externado de Colombia. Pero la salsa seguía galopando por sus venas, como si no tuviera sangre sino sabor y pasaba sus noches en Quiebracanto, el bar del movimiento en la capital. Allí conoció a otros enfermos por la música que, además, le jalaban a la actuación. Dago García y Juan Carlos Villamizar lo invitaron a irse a vivir a una casa en la Candelaria. Se inventaron un taller de actuación y empezaron a forjar la carrera que los tres tendrían en la televisión.

Y la gloria llegó en 1990. Tenía 27 años cuando le dieron la oportunidad cuando interpretó a Nelson Sanchez, un clarinetista medio contestón en la novela Música maestro. Era una manera para desquitarse de lo que siempre soñó ser y nunca pudo, músico. Pero con otros colegas como Bruno Díaz o el gran Fernando Gonzalez Pacheco salió de gira con la orquesta de la novela. Su banda sonora se convirtió en uno de los discos más vendidos del país. Fue la consagración para el Flaco. Aunque, bueno, tuvo que esperar diesciete años mas para convertirse en un monstruo sagrado.

Pedro el escamoso le ayudó a cimentar su leyenda. Incluso le hizo cumplir uno de sus sueños, presentarse en el Madison Square Garden junto a Miguel Varoni y Juancho Arango, bailando el pirulino. Aún resuenan en su cabeza los aplausos, aún puede ver los flashes estallando.

En el Rey, esa obra maestra de José Antonio Dorado, el Flaco interpretó a una de las leyendas negras de Cali, el mafioso Pedro Rey. Su vida y su muerte. Se convirtió en un icono. Su fama fue tanta que, una vez, estaba comiéndose un cholado en La Nada, una de las esquinas más famosas de Cali, cuando una camioneta de vidrios polarizados frenó en seco. Lentamente uno de los vidrios fue descendiendo y un hombre gordo, que colgaba del cuello dos cadenas gruesas, como si fueran mangueras de oro. El flaco se asustó, ¿cuántas escenas trágicas no empezaron así en una ciudad tan violenta como la suya? Así que esperando lo peor vio como el gordo, desde la ventana, levantaba su pulgar y le decía

-Bien pelado, ¡así es que es!

Y, sin miedo al éxito, ni al encasillamiento, el Flaco siguió apareciendo en obras cumbres de las narcoseries hasta que el maná se secó y como le sucede a los actores en este país se quedó sin gasolina, sin reservas. Y lo que quedó fue el desierto, el lugar de donde espera salir.

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