Granda y la clase dirigente chichipata de Colombia
Opinión

Granda y la clase dirigente chichipata de Colombia

Mezquina, acostumbrada a propinar puñaladas traperas. Es lo que ha hecho de nuestro país un ente retardatario y odioso en el concierto continental

Por:
octubre 22, 2021
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La situación presentada con Rodrigo Granda, otra vez Granda, el mismo que el gobierno Uribe hizo secuestrar en Venezuela e ingresar torcidamente al país, para luego presentarlo como detenido en Cúcuta, y que vergonzosamente para él tuvo que liberar por cuenta de la presión internacional, digo, la situación presentada en México con Rodrigo Granda, ha puesto de moda a ese país y su gobierno en Colombia, esta vez por el Acuerdo de Paz.

El uribismo ha sido siempre así. Traicionero, embustero, hipócrita. Lo ha demostrado durante este gobierno en forma reiterada. ¿Quién se olvidó de su montaje internacional en la frontera con Venezuela, cuando en pocas horas iba a tumbar a Maduro? ¿O de sus denuncias contra Cuba como estado patrocinador del terrorismo? ¿O de todas y cada una de sus jugaditas contra el Acuerdo de La Habana? Sinceramente repugnan.

Es obvio que también detestan a Andrés Manuel López Obrador, al que incluyen con Evo y otros dentro de los regímenes castrochavistas. Pretendieron de nuevo bajar dos pájaros de un solo tiro. Por un lado burlarse de las garantías jurídicas reconocidas constitucionalmente en Colombia a favor de los firmantes de la paz, y por otro crearle un lío jurídico y político al gobierno mexicano. Conseguir la deportación de Rodrigo Granda a Paraguay y desacreditar a AMLO.

Que el ministro de Defensa de Colombia haya salido a desmentir que su gobierno activó una alerta roja de Interpol en contra de Rodrigo Granda, más bien confirma el hecho. Lo sostienen fuentes de alta credibilidad en México. El gobierno colombiano sabía que una delegación del Partido Comunes asistiría a un seminario internacional en la capital mexicana, y que la JEP había concedido la autorización legal para su desplazamiento.

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Alguien concibió la trampita, y la pusieron en práctica. Si México le daba ingreso al país, estaba obligado a capturarlo y deportarlo al Paraguay. Doble banda, para morirse de la risa

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Los de Comunes habían cumplido con cada uno de los requisitos derivados del Acuerdo de Paz, así que no había nada que hacer. Al menos pública y lealmente. Alguien concibió la trampita, y la pusieron en práctica. Si México le daba ingreso al país, estaba obligado a capturarlo y deportarlo al Paraguay. Doble banda, para morirse de la risa. Entiendo que funcionarios de la cancillería mexicana examinaron la posibilidad de un asilo político allí.

Cosa que Granda no quiso aceptar. Porque es un hombre de palabra. Los de Comunes no vamos a tramitar permisos para salir del país, con el sagrado compromiso de regresar en el plazo estipulado, para quedarnos en el exterior y burlarnos de todo el mundo, incluido el Acuerdo de Paz. Así que se regresó a Colombia, a darle la cara a la JEP y responder por sus hechos en los términos pactados. Allá Duque, su jefe y sus consabidas jugarretas.

Eso llama a pensar en la calidad moral de la clase dirigente colombiana. Mezquina, acostumbrada a propinar puñaladas traperas. Es lo que ha hecho de nuestro país un ente retardatario y odioso en el concierto continental. Hasta tanto llega su desgracia ética, que si uno de sus hijos, Juan Manuel Santos, se atrevió a concertar y firmar tras larguísimos debates un Acuerdo de Paz, eso lo convirtió para siempre en un renegado despreciable.

Amo a Colombia, a su gente, a las realizaciones hermosas y conmovedoras nacidas de su entraña de pesares y sueños. Al más grande escritor del siglo XX, Gabriel García Márquez, lo detestan en los círculos del poder porque fue amigo personal de Fidel Castro y describió la masacre de las bananeras con fidelidad imperdonable, señalando la responsabilidad del gobierno y su arrodillamiento ante el oro gringo, como lo denunció Gaitán.

Esa clase dirigente colombiana no ha hecho nada por realzar la historia de luchas y heroísmo del pueblo de su país. Cuando uno recorre la Calzada de los muertos y visita las pirámides del Sol y la Luna en Teotihuacán, y percibe la grandiosidad majestuosa y abrumadora de la civilización que hizo posible aquel prodigio, envidia sin duda al Estado mexicano, que hizo todo por contar al mundo el tesoro inigualable que guarda en su territorio.

Igual si tiene ante los ojos la basílica de Guadalupe, llamada oficialmente Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe, elevada a los pies del cerro de Tepeyac. Hace ya casi cincuenta años que fue construida la Nueva Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, a un lado de la tradicional de origen colonial. El conjunto arquitectónico, visitado por más de veinte millones de personas de todo el mundo cada año, nos deja sin palabras.

¿Qué tal la magnificencia del Paseo de los Próceres en Caracas? ¿O del mausoleo de José Martí en La Habana o el del Che Guevara en Santa Clara? Nada hay que se parezca a esos portentos en Colombia, donde prima una clase dirigente chichipata, agiotista, miserable. Se reitera en casos como el de Rodrigo Granda. ¿Será que por fin vamos a ver expulsar esa gente para siempre?

 

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