Filosofía del periodismo (para aquí y ahora)

Filosofía periodística (para aquí y ahora)

Ante un periodismo que corta y pega, que no equilibra, que no expone diversas voces, que no contrasta ni fuentes ni argumentos, la única salvación es la educación

Por: Lizandro Penagos
abril 04, 2024
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Filosofía periodística (para aquí y ahora)

“Creo que corremos el riesgo de convertirnos
en la sociedad mejor informada
que ha muerto de ignorancia”.

(Rubén Blades)

Sin siempre asumirlo, la gente considera, por lo general, que los periodistas mienten. Las redes están inundadas de memes que dan cuenta de su superficialidad y de esa pulsión por el escándalo que nada tiene que ver con la vocación informativa; cartelitos que se detienen en la poca profundidad que se refleja en el tejido superfluo de la información sin contexto; que evidencian esa parcialización que atiende el ramillete de los intereses de sus dueños con la manipulación como estandarte.

Y, aun así –o a pesar de ello–, la sociedad pareciera convencida de que la realidad que construyen es verdadera, aunque su discurso sea falso. (Un interesante filón de análisis socioantropológico no abordado). No de otra forma pueden explicarse y entenderse fenómenos políticos en las sociedades actuales, que no reaccionan, que no actúan acorde con las circunstancias, pero que en términos electorales –no aguanta decir democráticos- vadean de una orilla a otra, de un extremo a otro, en tiempos vertiginosos que hasta hace un par de lustros hubiesen supuesto décadas.

Por las inobjetables evidencias de los entramados de corrupción que se mueven en negocios legales que dependen de los recursos públicos de la nación, una buena parte de los periodistas en Colombia considera –la mayoría de las veces en calculado silencio o en círculos diferentes a los de los medios en los que laboran– que las intenciones del gobierno de Gustavo Petro, en cuanto a las reformas propuestas, tienen fundamento.

Familias tradicionales y sus grupos políticos y económicos han tenido –algunas por siglos- acceso a información privilegiada y recursos de erario que los benefician y defienden con un discurso falso en los cargos de elección popular, alterado a conveniencia por los medios de su propiedad y dictado por sus diversos intereses y no por las necesidades de la población que dicen representar. Y en ese sentido, aunque los medios de comunicación sostengan esa tarea de correa de transmisión, muchos periodistas han comenzado a fisurar ese discurso.

Puede ser producto de los incubados principios del periodismo que eclosionan ante lo innegable, de esa condición que emerge ante lo indiscutible, ante los billonarios desfalcos que, de no existir, podrían tener al país compitiendo en la carrera latinoamericana o mundial en una moto de alto cilindraje, pero que apenas nos lleva por un empedrado camino en un vetusto triciclo por las inmensas brechas de la desigualdad y el marginamiento de las mayorías.

Y no es la de estos periodistas, una posición anclada en el rancio comunismo o socialismo, ni siquiera en el progresismo, solo un dictado del sentido común.  Es probable que, ante la revelación permanente de la sarta de mentiras provenientes de todos los frentes, haya comenzado a aflorar una nueva filosofía periodística, aunque esto sería como hablar de una religión irreligiosa, un oxímoron, un nuevo sentido a partir de la oposición de dos conceptos y disciplinas que riñen en apariencia: Filosofía y Periodismo.

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Se ha dicho bastante y con suficiente razón, cuando se analizan –demos por caso– los resultados de las elecciones regionales, que los pilares de la democracia colombiana son la ignorancia y la pobreza, no la educación y la justicia, por ejemplo. Y de allí que sea tan difícil para la mayoría de la población acceder a buena información, para consumir con pensamiento crítico –que debería adquirirse en la formación académica– la oferta mediática cuya concentración de la propiedad se ha calificado como obscena.

No se puede desconocer que Colombia es un país con una población democráticamente desinformada y por ello, entre otros factores adyacentes, políticamente inmadura. Y como la solución nunca sobreviene de quienes causan el problema, algunos periodistas de los medios tradicionales han comenzado a contrastar y difundir información –en la medida de sus posibilidades– de medios independientes y alternativos que ponen sobre la palestra pública en las redes sociales, el verdadero trasfondo de la situación de la nación.

Aunque la fuerza de los hechos y los argumentos debería pesar más que las ideologías y los intereses del poder en sus diferentes caras, la reiteración incesante de información incompleta socava la idea de lo que le conviene al país. Esa mezquindad es la que ha comenzado a fisurarse desde las redes sociales que, si bien no logran superar el ruido de la prensa hegemónica, sí exponen las incongruencias de la información mediática tradicional, el relieve de aquello que no funciona como debiera y que beneficia solo a unos pocos, en nombre y detrimento de la mayoría.

Nadie hoy en Colombia con un grado de sensatez y honestidad –al margen de cualquier otro interés–, puede negar o desconocer que la corrupción en Colombia hizo metástasis, que es el principal problema, que es el reflejo de nuestra sociedad, y tristemente no se divisa una frontera entre lo público y lo privado.

Ante un periodismo en cadena que corta y pega, que repite incesante el mandado, que solo busca reacciones de los copartidarios, que irrespeta a sus audiencias a las que trata como idiotas autómatas, que no equilibra, que no expone diversas voces, que no contrasta ni fuentes ni argumentos, al que le importan más los algoritmos y el negocio que el público y la nación, que con verdades a medias construye grandes falsedades, la única salvación es la educación.

Pero la academia también está parcializada, polarizada, metida en el juego mediático que impone en cada emisión o edición, el artificio para convencer, persuadir y prolongar una situación que de manera sistemática niega el necesario cambio de paradigmas y prácticas para salir de una vez por todas del atolladero creado con nuestra situación y un mar de babas.

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