En el Caribe nuestro que nos tocó y que vamos construyendo a empujones por obra y gracia de un país indiferente para con este territorio, del cual solo se acuerdan cuando les falta un poquito de sol en la blanquecina piel y cumplen al mismo tiempo, sus deseos aplazados de conocer la mar; a veces no nos gusta hacer balances de fin de calendario porque los resultados son un déjà vu, un tío vivo o un carrusel de feria sobreviviente en estos tiempos de autistas entretenidos en su infinita soledad de masas.
Atreverse a mirar por el espejo retrovisor (y no es cosa de políticos) y sentir la inutilidad del ejercicio, desencanta por el destino labrado a punta de engaños y de frustraciones.
Los engaños vienen en sarta (como huevos de iguana al sol) por culpa de nosotros mismos:
Los damnificados de las inundaciones de los sures (Atlántico, Bolívar y Sucre) aún viven en algunos casos, de la caridad vecina.
Los TLC firmados pasan y pasan (como en la Conquista española) tierra adentro y solo en Barranquilla se edifica el nuevo horizonte de progreso, mientras en Cartagena de Negras la exclusión tiene color oscuro, en Montería hay un “Miami chiquito”, en Valledupar se retrocede en la gloria del urbanismo, Sincelejo no aguanta más mototaxis, Santa Marta… tiene tren, pero cargado de contaminación a la bahía y Riohacha está más allá de cualquier imaginario nacional.
Las dobles calzadas y las vías de la prosperidad están pero en las vallas instaladas a un lado del camino. En el mapa de los corredores estratégicos la Costa Caribe es un tramo insignificante. El país sigue siendo el mismo que advertía el maestro Ramiro De la Espriella años atrás.
La guerra más cruenta contra la pobreza y la pobreza extrema se sigue dando en el Caribe, estamos africanizados y no por culpa de la champeta ni del bembé.
Las encuestas nacionales de mejor alcalde curiosamente no salen de Montería, Riohacha y Cartagena. Sin dudar de la estadística, le preguntamos a la política: ¿por qué si son los mejores alcaldes de la coyuntura de gobierno no se refleja eso en mejores ciudades?
Ante semejante panorama de desolación y polvo de verano, las frustraciones se quedan como ese sabor cobrizo en la lengua por las mañanas:
Una ausencia de liderazgo regional para asumir nuestras propias culpas y reconocer los vacíos por llenar en el país nacional, más allá de los eufemismos de la música, la literatura y el deporte.
Más de dos millones y medio de votos Caribe en la última réplica democrática solo sirvieron para inflar presupuestos electorales y aumentar el “verano” de promesas que aún nos arrecia.
Seguimos siendo el reflejo del país mafioso y de arreglos oscuros para aferrarse al poder regional y dominar con nuevo y viejo clientelismo sobre la enclenque democracia local.
Las últimas mediciones de Congreso Visible y Caribe Visible, dan cuenta de una ausencia de iniciativas legislativas preponderantes y con claro sentido de defensa regional por parte de nuestra clase política en el Senado y la Cámara. Lo peor: serán ungidos de nuevo en el 2014 para que sigan haciendo el ridículo del siglo.
Pena ajena se siente con los amigos alcaldes, a los cuales se les aplaude su intención de acabar con la pobreza en sus municipios, lo malo es que comienzan por sus propias familias y allegados.
No todo está perdido, en medio del desastre algo se puede rescatar y dejar que los sueños nos traigan alegría:
Por una integración regional que permita el pellizco necesario para darle una patada definitiva a la pobreza y la exclusión en los próximos años.
Por un protagonismo nacional más allá de los clichés y los “ay hombe”, que le apueste a las transformaciones del territorio por encima de mezquindades internas.
Porque el Caribe colombiano se merece mejor suerte, menos engaños y cero frustraciones; bienvenidos los sueños en el mar de la alegría.
Coda: En las próximas elecciones no se juega nada interesante para la Región Caribe, más bien es la confirmación de los juegos del hambre… de poder.