El árbol ahorcado

El árbol ahorcado

"La monetización de los recursos rasgó la razón y nos privó la empatía con la flora, porque da lo mismo un árbol que 200 metros de fibra óptica para la conectividad"

Por: Daniel Felipe Otalvaro Ramírez
septiembre 08, 2020
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El árbol ahorcado
Foto: PxHere

Desde los inicios de la razón y el conocimiento, la historia de la humanidad ha estado ligada con la de un árbol. Pues bien, según las sagradas escrituras occidentales, todo empieza el día que la serpiente hizo comer a Eva del fruto prohibido de la sabiduría y la ciencia, de esta forma se inició a tejer la historia universal, pero no propiamente fue en Génesis el primer registro, debido a que los budistas, hinduistas y jainistas habían girado su sacramento en la tributación a los ejemplares de troncos y hojas.

Las civilizaciones han evolucionado y hemos derivado en días de cambio climático y preocupación ambiental, un nuevo mundo en el que los árboles dejaron a un lado su investidura celestial para convertirse en cifras variables dentro de un sistema económico. La monetización de los recursos rasgó la razón y nos privó la empatía con la flora, porque da lo mismo un árbol que doscientos metros de fibra óptica para la conectividad.

De esta forma se llega a Cali, una de las ciudades que posee grandes reservas ecológicas en el país, no solo por los siete ríos que la atraviesan, ni tampoco por biodiversidad inmersa del Parque Nacional Los Farallones, sino por la próspera zona boscosa olvidada, en referencia a los árboles ubicados en la zona metropolitana.

En las vías de la ciudad es común toparse con acacias que sombrean el menear de las caderas, porque así son caleñas al caminar; también hay samanes que albergan torcazas y bichofues, fáciles de distinguir por su inmensidad, tipo de hoja en forma de almendra y tronco en cebrado. Los árboles más allá de concepto de ser vivo, en esta ciudad salsera hacen parte del discurso de caleñidad, una articulación entre identidad cultural y honra ancestral. “O quién no se ha tomado una fotografía posando con un guayacán”, así se lo pregunta Doris Ramírez, una caleña que en el año 2019 participó en el concurso de fotografía de Guayacanes realizado por el diario El País.

Desde hace unos años, precisamente desde la instalación del cableado para conectividad de servicios públicos, los árboles han dejado de crecer en su propia naturaleza, han tomado el molde citadino, una marcada especie de v (bilabial), para darle paso a la energía, red internet y telefonía. Sus ramas miran con recelo el desarrollo urbano.

En esta expedición botánica por vías pavimentadas, también se puede observar el denominado fenómeno de árbol ahorcado, aunque es un eufemismo, es la forma más cercana a una realidad de algunos ejemplares que han muerto o agonizan por culpa de las cuerdas, sin dejar en el exilio los mutilados, esos que perdieron más del 70% de su tronco o follaje, pero aun así se aferran al asfalto.

La entidad encargada de garantizar y salvaguardar la vida de los árboles caleños es el Departamento Administrativo de Gestión del Medio Ambiente, Dagma, que se ha manifestado en plataformas digitales con el término de “embellecimiento” en reemplazo al de mantenimiento, puesto que, según el diccionario de la Real Academia de Lengua Española (RAE), el embelleciendo deriva del embellecer, así como lo propiamente bello es la perfección de sus formas que complace los sentidos. Sin entrar en pleitos de perfección estética porque Wilde ya murió, la realidad es que los árboles son afligidos con sogas en sus ramas y el procedimiento de corte es direccionado por los megas de navegación.

Calle 14 con carrera 44, Un grupo de jóvenes decide apropiarse de unos mangos que se divisan en medio de las hojas verdes, al igual que el fruto, dos de los cinco adolescentes miraban a su alrededor si había algún artefacto a la mano que sirviera de puente entre ellos y el biche objetivo, solo uno se rehusaba porque asumía que no valía la pena invertir tiempo, fuerzas y algo de riesgo a tan poco, por eso trataba desde la otra acera persuadir a sus compinches, “ anda pedí un poquito de sal ahí en la panadería” le gritó uno de ellos mientras sacudía las ramas. Una pequeña y común acción, ¿qué pasará el día que se acaben los mangones en la ciudad?

Debemos retomar las costumbres precolombinas, a los árboles se les respetaba y con mayor superioridad si eran fuente alimento, los indígenas pedían permiso al cosmos para talar o cortar una rama, nunca se creyeron sus dueños, quizá, por eso fue por lo que pagaron con su sangre. También es de precisar que la ciudad siempre va a estar en medio de árboles y, el embellecimiento al final crea un Dorian Gray sumido en fealdad, que al final le pasa factura al mirarse a los ojos. Se podrá mirar con altivez la transición energética e implementación de cableado subterráneo en Cali o seremos como el joven que mientras los otros tumbaban los mangos iremos por la sal y regresar cuando ya no se pueda hacer nada.

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