Educar en la uniformidad: el cultivo de diplomáticos, hipócritas y resignados

Educar en la uniformidad: el cultivo de diplomáticos, hipócritas y resignados

Personas que evitan hacer daño por miedo al castigo y no por una comprensión real de las implicaciones éticas, con una idea mediocre de ser 'los buenos del paseo'

Por: Giovanny Oliveros P.
marzo 31, 2023
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Educar en la uniformidad: el cultivo de diplomáticos, hipócritas y resignados

Hace algunas semanas “fue noticia” una serie de prohibiciones en cierto colegio de Rivera, Huila: celulares, piercings, noviazgos, cabello teñido ―o largo en los hombres―. Claro, no hablamos de verdaderas novedades: las transformaciones educativas en cuanto al libre desarrollo de la personalidad aún son lentas, y seguimos estancados en una escuela que no funciona realmente como microcosmos sino como burbuja.

Ahora bien, un tanto más preocupante resulta escuchar las “razones” esgrimidas por la rectora en una entrevista concedida a la emisora La W: que debe educar con valores, velar por los buenos ejemplos para los estudiantes, en fin; y afirma que con ello no pretende asegurar que, por ejemplo, un hombre con el cabello largo sea una mala persona o algo así; pero no parece ser coincidente con su perspectiva sobre las responsabilidades en el cargo que ella ostenta. Le faltó decir que ese tipo de comportamientos o tendencias son la Caja de Pandora.

Por si fuera poco, muchas personas apoyan decisiones así, bajo argumentos del tipo: “es que son niños”, “requieren aprender disciplina y formar carácter”, “no pueden ir como unos vagos al colegio”, “pelos pintados y areticos son vagabundería”, “chinos mechudos se ven terribles”, “y ahora dizque todos ennoviados... ¿a dónde vamos a parar?”

¡Ay, parecemos olvidar el peligro de la manoseada categoría “gente de bien”! Buena parte de los partidarios ―demasiados― está compuesta de docentes.

He sido “profe” y sé que esta idea de educar en la uniformidad es una falacia que nos puede conducir al cultivo de diplomáticos, hipócritas o resignados, personas que evitan hacer daño por miedo al castigo y no por una comprensión real de las implicaciones éticas, con una idea mediocre de ser los buenos del paseo porque, tal vez, terminaron todas las tareas y siempre obedecieron. Disculpen la generalización ad hoc, pero es para darle dimensiones al problema.

Entonces debemos regresar a una gran verdad, que sabemos desde hace mucho, pero en torno a la cual seguimos teniendo el cinismo de no actuar: la escuela alejada de la realidad. No vayamos al tema curricular o a lo metodológico, sino a las dinámicas internas de relacionamiento entre los estudiantes, de estos con los profesores y con los matices sociales. El “mundo exterior” nos habla, nos grita a la cara un montón de tendencias, cosmovisiones, situaciones económicas, culturas, etc.

En este sentido, vale la pena aprovechar la multiplicidad como herramienta para que los escolares refuercen sus aprendizajes, los hagan significativos, dialoguen en torno a los gustos de cada uno, al por qué alguien se pone un arete, se hace un tatuaje o lleva el cabello de tal o cual manera; aún mejor cuando se supera el tema de los uniformes y cada ser humano puede llevar la camiseta de su artista favorito o incluso de un movimiento social o político.

Quizá parezca para algunos que esto dificulta la labor docente, y no digo que, al menos en principio, la “facilite”, pero sí representa una oportunidad para educar en la diversidad, en el aprovechamiento de la alteridad ―más que en la mera “tolerancia”―, etc.; y aquí los profesores podemos ayudarles a nuestros niños y jóvenes a formar criterio propio, a no ejercer presión social ni sucumbir a ella, a ser eclécticos, conciliadores, buenos escuchas, a respetar y tratar de entender al otro, así como al trasfondo en los mínimos de convivencia, sin que sean meras “órdenes de los mayores”, por ejemplo: no tanto prohibir el celular, sino lograr que el estudiante sepa que no debe sacarlo en clase, convencerlo, enseñarle el respeto y la identificación de prioridades. Igual, que los padres sepan que no deben llamarlos durante la jornada, a menos que sea una urgencia real; saber también que los aretes o piercings pueden ser un riesgo durante ciertos juegos u otras situaciones, pero no catalogarlos, simplemente, como “vagabundería”, “perversión” o algo por el estilo.

Además, claro, estaríamos ante otros ejercicios de democracia en la escuela.

Y sobra aclarar que no se trata de un “se vale todo”: fumar, ir casi en traje de baño a la escuela, en fin. Hay que mantener ciertos sanos límites, pero garantizar la comprensión del por qué son necesarios.

* * *

Posdata

No sé si hilo fino o junto peras con manzanas, pero otro riesgo de tanta uniformidad es que nos hacemos una idea falaz y facilista de lo bueno y lo correcto ―sí, retomo― la cual desconoce muchas veces la “sed con que el otro vive” o las verdaderas causas y soluciones profundas de los problemas sociales; aprendemos a identificar al “malo” solo con base en arquetipos y nos permitimos condenarlo tajantemente; terminamos apoyando “limpiezas sociales” y sujetos que materializan, de formas variopintas, nuestra eficiente crueldad, como Bukele, Bolsonaro, Trump, Castaño, Mancuso...

Posdata otra

La susodicha rectora parece ir ganando la batalla jurídica, gracias a ese escudo llamado "manual de convivencia", el cual puede (¿debe?) ser escrito con la participación de toda la comunidad educativa.

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