Churchill, durante el aporreo de los nazis, conjeturaba que una vez que una tubería es rebasada no importa el caudal extra del torrente de agua. Así se explicaba el extraordinario espíritu de resistencia de los londinenses cuando fueron sometidos a una terrorífica oleada de bombardeos diarios. Era tanta la lluvia de explosivos que más ya no importaba.
Ese espíritu había sido infundido en buena medida por el propio Churchill, gracias a su oratoria y a su actitud desafiante. Hoy estamos lejos de contar con un liderazgo de ese talante. Parecemos más bien contagiados de lo que los expertos llaman “adaptación hedónica invertida”. En otras palabras, hemos aprendido a convivir con la indolencia y la indiferencia en un entorno marcado por la inseguridad, la corrupción, la ineficiencia y las calamidades. El extremo de este estado psicológico se alcanza cuando se instala la idea de que nada puede cambiar. Es el conocido “deje así”. La ciencia lo denomina “indefensión aprendida”.
No obstante, no todo es negativo. Algo permite que siempre permanezca encendida una débil llama de resistencia, de raciocinio y de llamado a la dignidad. Esto ha ocurrido recientemente alrededor de un tema tradicionalmente ajeno al debate público: el servicio diplomático. Desde la Cancillería se impulsa una reforma que, según críticos, podría convertir la diplomacia en un mecanismo de asignación política de cargos.
Se percibe que, bajo una lógica de disciplina interna rígida, el presidente Petro delega decisiones estratégicas en su equipo ministerial sin mayor deliberación pública. La actual canciller ha sido cuestionada por distintos sectores por su gestión y por el rumbo que se le estaría dando al servicio exterior.
El servicio diplomático representa un importante conjunto de recursos públicos y cargos estratégicos. Por ello, las decisiones sobre su manejo generan inquietud. Funcionarios con cada cambio de gobierno denuncian presiones y una creciente inestabilidad laboral en embajadas y consulados.
Según estas versiones, se habrían presentado solicitudes de renuncia a servidores que no pertenecen al círculo político dominante, bajo advertencias de investigaciones administrativas. De confirmarse, se trataría de una situación que podría vulnerar principios básicos de dignidad laboral y debido proceso. Para algunos, este escenario refleja una nueva etapa del país, caracterizada por discursos ambiciosos y decisiones polémicas.
A esto se suma el debate por la flexibilización de requisitos, como el dominio de idiomas, mientras el presidente ha señalado que su esposa se encuentra en Suecia a título personal adelantando procesos de formación. Estas afirmaciones han sido objeto de controversia pública, especialmente tras apariciones en medios que han generado interpretaciones encontradas.
Todo esto ocurre en medio de un proyecto que ha sido calificado por sectores críticos como improvisado y contrario a principios del buen gobierno. El presidente cuenta con la facultad constitucional de designar embajadores, pero esta potestad debería ejercerse conforme a criterios técnicos y profesionales propios de la diplomacia, una disciplina que exige preparación, experiencia y rigor, más allá de afinidades políticas.
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