Ya que pasó Halloween, hablemos de brujas de verdad

Ya que pasó Halloween, hablemos de brujas de verdad

En los pueblos de Colombia se han extendido muchas historias misteriosas relacionadas con brujas. Dicen que no hay que creer en ellas, pero de que las hay las hay

Por: Carmelo Antonio Rodríguez Payares
noviembre 04, 2021
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Ya que pasó Halloween, hablemos de brujas de verdad
Foto: Pixabay

Cuentan que en la mañana del 29 de octubre de 1485, cuando se paseaba como una verdolaga en la playa la figura del inquisidor, uno de ellos, Henry Institoris, coaligado con otros mandos eclesiásticos, se le vino la idea a la cabeza de reunirse en el Ayuntamiento de Innsbruck, que estaba al oeste de Austria, para presenciar el interrogatorio que le hacían a Helena Scheuberin. (Ella era una mujer sospechosa de practicar la brujería y estaba sentada en el banquillo de los acusados junto a otras 13 personas).

Se dice que ella era una mujer atrevida e independiente, al punto que no temía decir lo que pensaba e incluso había osado interrumpir un sermón de Institoris para decirle públicamente que era una persona malvada. A ella la acusaban, ni más ni menos, de tener amantes. Y Muchos. Y de matarlos con sus poderes, según decía el inquisidor. —Querido lector, ¿usted cree en las brujas? Yo, en cambio, las he visto—.

Bueno, en esas estaban cuando Institoris dijo que la inmoralidad sexual y la brujería eran dos conceptos inseparables, pero la mujer no se amilanó y volvió con su desprecio ante el tribunal. El tipo siguió con su relato sobre las prácticas sexuales de la supuesta bruja, al punto de exagerarse, y ya poseído de una creciente cólera, llevó a que el representante del obispo, irritado, le dijo con una orden seca y dura,¿ que detuviera ese espectáculo. El juicio acabó mal para el inquisidor, pues la comisión liberó a Scheuberin.

Fue desde ese momento en que Institoris, al que la historia lo conoce también por su nombre en alemán, Heinrich Krämer, se propuso no dejar escapar jamás a una bruja y se encerró en la ciudad de Colonia, en Alemania, a escribir, junto al monje dominico Jacob Sprenger, uno de los textos medievales más conocidos, más citados y, de hecho, más infames, que se conoce como El martillo de las Brujas.

Por supuesto que la semilla cayó en un camino fértil porque en ese año estaba al frente de los destinos del vaticano el papa Inocencio VIII, el mismo que había emitido una bula que permitía la violencia contra las brujas y el tratado de los dos monjes que aspiraban a dar un método eficaz a los inquisidores.

Mejor dicho, Dios los crea y ellos se juntan.

Fue a partir de esa fecha y durante casi tres siglos en la historia de la humanidad que las brujas iban a estar en todas partes para la Iglesia, sobre todo entre los años que van de 1560 a 1630, que fue cuando se produjeron más del 60 % de los juicios que le hicieron a mujeres como Helena, las mismas que se distinguían por compartir un oficio; es decir, solían ser cocineras, perfumistas, curanderas, consejeras, campesinas, parteras o nanas. —Fue por medio de esos oficios que llegaron a distinguir las plantas, de allí que conocían métodos para destilar remedios curativos o eliminar venenos, incluso, suministraban anticonceptivos y practicaban abortos—. Por eso no es casual verlas en algunas representaciones donde aparecen unas brujas junto a un caldero, pues la mayor parte de los ingredientes de la hechicería, igual que las comidas, se cocinaban en ese tipo de recipientes. —Pero vengámonos más cerca para recordar la experiencia que me tocó vivir una madrugada en la época cuando parrandear era más que un verbo y se convertía casi en el arte de la seducción, así la mayoría de las veces uno saliera con el rabo entre las piernas—.

Pero se aplicaba una sentencia que lo decía todo: “Nadie se ha quebrado pidiendo”. —Y qué tal si ella dice que sí—. Pues bien, ya la fiesta había tocado a su fin y mi pareja de ese momento decidió salir conmigo a buscar un sitio donde ver salir el sol—. Era el barrio la Vega, en El Bagre, y sin más ni más nos despedimos de los otros parranderos porque ella tenía programado su regreso a Medellín en dos días y esa era una razón de peso para acompañarla. —No supimos a cuál sitio íbamos a ir; lo cierto es que dimos vueltas desde las dos de la mañana hasta que salió el sol y no pudimos escapar ni una cuadra de donde estaba la fiesta, y no le encontramos explicación hasta que a ella le llamó la atención una señora que no nos había quitado la vista de encima, pero que hasta ese momento se le dio por mostrarse—. Ella me preguntó: ¿oye, tú crees en brujas? Y le dije que se dejara de vainas, que fuera seria porque yo no estaba para juegos, sino para buscar un sitio donde seguir la fiesta y lo que escuchamos minutos después fue una sonora carcajada que todavía me parece oírla de lo tenebrosa que fue.

Más tarde me contó que esas vainas de brujas era serio porque había voladoras y tierreras. —¿Cómo así? Claro, me dijo, esas viejas se dividen en varias clases, así uno crea que no—. Te explico, me dijo, hay unas que vuelan y hay otras que andan por el piso. Esas son las tierreras y de esas hay muchas, mejor dicho, esa vieja que tú ves allá al frente, puede ser una de ellas y uno ni siquiera se da cuenta—. Entonces me la quedé mirando fijamente y me dijo: “Eche, tú crees que yo soy una de esas, mandas chácara”. Sin que le preguntara más nada me contó que una vez en una finca sintieron en el techo unos pasos que era como si hubiera un perro encima y eso era camine y camine y ella asustada, no joda, qué vaina es esa, carajo, y eso era un estrepito encima porque el techo era de cinc y lo único que hicimos fue rezar el salmo de la Biblia para que se fuera, pero fue un susto el macho. Ah, bueno, hay una oración contra ellas y dicen que es un secreto, pero apuntala por ahí que tú eres muy andariego y te puede servir.

Dice así: "Padre, en el nombre de Jesucristo de Nazaret, me acojo a la preciosa sangre incorruptible de Jesús sobre mí y mi familia y todo lo que nos pertenece. Pido que los grandes ángeles guerreros sean librados del cielo para rodearnos y protegernos. En tu poderoso mazo de guerra me convierto, y destruyo todos los muros de protección alrededor de todas las brujas, brujos, hechiceros, satanistas, y similares, y rompo el poder de todas sus maldiciones, maleficios, hechizos, fetiches, oraciones físicas, pensamientos, toda brujería, hechicería, magia, vudú, todo control mental, hechizos, pociones, encantamientos, muerte, destrucción, enfermedad, dolor, tormento, de poder físico, de guerra física, cadenas de oración, y todo aquello que se cruza en mi camino o el camino de mi familia, y lo devuelvo todo, junto con sus demonios, a quien los envía. ¡Lo transmito por la sangre de Jesucristo! Padre, te pido que estas almas perdidas encuentren la luz de tu hijo Jesús. Sus propias trampas se han establecido contra sí mismos. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ahora los libero de todo control mental de Satanás. Padre, te pido que unas sus corazones al Espíritu Santo como una guía a tu hijo Jesús. Y así puedan ser liberados de las ataduras de Satanás. En nombre de Jesús oro".

Pues bien, recuerdo que mi papá un día nos contó que en su pueblo, el Banco, Magdalena, hubo una de ellas y una madrugada se convirtió en una marrana, pero que un tipo que sabía como enfrentarla se quitó la chancla del pie izquierdo y se la aplicó en la oreja. —Al día siguiente, lunes, vieron a doña Cleo con la cara roja: era ella—.

Ahora vamos a otro lugar más cerca. Según cuenta María Alejandra Mazo Álvarez en su trabajo de grado para optar al título de Antropóloga de la Universidad de Antioquia, en Zaragoza, las brujas tenían nombres propios con sus respectivos apellidos. —Lo que significa es que ellas no eran entidades desconocidas por fuera del espectro de lo humano—. Se trataba de mujeres reales, de esas que usted y yo vemos a diario transitar por estas calles de Dios. En otras palabras, eran esposas, hermanas, hijas, tías o sobrinas de alguien; con lunares en la mejilla derecha y con sitios de residencia conocidos.

Por esta razón se habla de la calle Tacamocho, que era el sitio predilecto para estas damas, si es que se vale decirles así. Ahora bien, el origen del nombre de esta calle proviene de una vereda del también vecino municipio de Anorí, situado en el nordeste antioqueño, cuyos habitantes se vieron obligados a salir en bombas durante la llamada Guerra de los Mil Días que asoló al país a lo largo, ancho y profundo de su geografía, que no fue otra cosa que el linchamiento y el corte de franela que los conservadores, azuzados por sus líderes en las ciudades, cometían contra sus pares los liberales. —Alguna vez alguien quiso saber la diferencia entre unos y otros y la respuesta quedó para la historia: lo que pasa es que los conservadores van a la misa de seis de la mañana y los liberales a la de nueve, y santo remedio—.

Volvamos al cuento. Entonces aquellos que huyeron de sus parcelas se hicieron a un sitio en Zaragoza y no encontraron otra razón sino llamarlo como su antigua vereda, y así se quedó para siempre. Según el documento en cuestión, allí llegaron unas cinco familias cuyas mujeres estaban más que involucradas con el tema de la brujería. —Incluso se dice también que muchas brujas habitaban en un lugar conocido como el Plan de la Loca, muy cerca donde se levanta la estatua de la Virgen de las Misericordias, para los que conocen a esta población—.

Allá vivía una señora que todos conocieron como La Pava Vieja. Por más de una razón a los niños se les tenía prohibido caminar por ese sitio, debido a que la leyenda cuenta la predilección que tienen las brujas con los más pequeños. —Ya con el paso del tiempo la gente zaragozana aprendió a defenderse de las brujas y de sus travesuras, muchas de las cuales era dejar las tijeras de la casa en posición abiertas, o usar hojas de un árbol llamado caspín debajo de la almohada, o con huevos duros cocidos con sal, entre otras cosas, que eran métodos para distraer su atención o alejarlas de su objetivo—.

Si me preguntan si vuelan, yo puedo narrar lo que contó un personaje al que su hermana se emperró en la vaina en que desde muy niña quería aprender a volar, y le pidió a un brujo reconocido de Zaragoza que le enseñara a batirse en vuelo contra el aire. El brujo la citó a la medianoche en el sitio, que por entonces era un descampado llamado Santa Elena, en donde hoy en día se juegan los partidos de fútbol y con la escoba en la mano le dio algunas instrucciones para que se montara en la escoba y la cogiera por el mango con ambas manos, sin soltarse; todo ello porque si soltaba ambos brazos en pleno vuelo emularía al Señor Crucificado y la fuerza de gravedad entraría en lo suyo para tirarla al piso.- No me crean a mí, esa muchacha existe y tiene un roto en la cabeza.

 

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