¿Placitas de mercado o del olvido?

¿Placitas de mercado o del olvido?

Una reflexión a propósito de estos peculiares espacios

Por: John Jairo León Muñoz
marzo 25, 2021
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¿Placitas de mercado o del olvido?
Foto: Leonel Cordero / Las2orillas

Lo primero que tendría que pensarse, si uno es serio en el trabajo que ejerce como gobernante, es en la dignidad del trabajo en las placitas de mercado o galerías, como también se les llama, en ofrecer condiciones dignas a quienes por años han ejercido ese oficio (el de la venta de alimentos) y eso significa pensar en el ser humano, el centro de todo, en campesinos e indígenas que viven de los cultivos. También, por ejemplo, los coteros y su trabajo. ¿Quiénes les pagan sus servicios de salud? ¿Cuánto les pagan al día? ¿Hay condiciones dignas para ellos? Hay personas que ofrecen esa labor de la carga, por años, con jornadas intensas, con madrugadas y trasnochos, moviendo toneladas de alimentos en sus brazos y viviendo de una miseria. O las señoras y señores (vendedores) que a punta de constancia que para algunos políticos es terquedad, levantan su familia contra todo pronóstico.

Segundo. Abrir espacios de comercialización a los campesinos e indígenas, que llegan cada fin de semana o en los días de mercado con sus cosechas y las que han sacado de una loma, a mula o a hombro. Tal vez ofrecer servicios de transporte para que lleguen menos cansados y con los alimentos menos magullados. Ofrecer dignidad. Sería pensar en ellos, en la sociedad y en los alimentos. Abrir espacios a los indígenas, que cada vez se instalan en el pueblo y en las ciudades con sus uchuvas, sus moras, sus ullucos, sus quesos y sus truchas. Una feria constante de los alimentos e integrar a quienes siembran y recogen frutos con toda la precariedad de estos tiempos en el campo colombiano.

Tercero. Pensar en esa pregunta sobre qué consumimos y en cómo, y abrir la conversación con la gente. Y, allí, nos acerquemos a la respuesta sobre los alimentos, lo que comemos. Ojalá construir una placita del mercado orgánica, porque cada vez se demuestra que los químicos en los alimentos son los causantes de enfermedades como el cáncer. Y volver de la placita del mercado un regreso al campo: con guayabas y hortalizas y artesanías. Y un regreso a conversar con quienes venden.

Cuarto. Hacer un rastreo al matadero (sacrificio bestial de animales) y saber cómo opera, las condiciones de salubridad que allí se dan, eso, mientras la gente algún día deja de comer carne y les llega otra conciencia por lo vegetariano.

Quinto. Después, se deben generar condiciones dignas de competencia, pues al lado de las placitas de mercado, crecen fruvers, supermercados, mayoristas explotadores, que se expanden y la gente piensa que las grandes tiendas es progreso, la gente de pueblo se cree que ya se están volviendo ciudad cuando eso pasa, desconocen que allí le cobran el servicio, el aire acondicionado; le cobran el impuesto a la bolsa y le cobran más caro el pepino que viene envuelto en plástico contaminante. Al expandirse el fruver, los supermercados, los mayoristas, donde no rinde comprar, terminan ellos (los grandes) comprándole al campesino, al indígena, al vendedor, más barato de lo que nosotros le compramos en la placita de mercado y vendiéndolo a nosotros mismos más caro.

Sexto. Apoyar el campo, generar créditos a los campesinos. Brindar auxilios para proteger la tierra. Fomentar el cultivo. Abrir centros educativos donde impere el agro y la ciencia. Pavimentar carreteras para transportar los alimentos desde las lomas a los pueblos y ciudades más rápido. Abrir sindicatos y encuentros para conversar sobre el poder de los alimentos en el ser humano. Empoderar a los campesinos e indígenas es una manera de empoderar el futuro y darle sentido al presente protegiendo la alimentación.

Séptimo. También, en organizar el tráfico, alrededor de los fruvers, las placitas de mercado, los supermercados, los mayoristas, pues llegan motos, carros, camiones de carga y de descarga, triciclos, carretillas que congestionan la zona, darle orden al desorden. Eso es hasta fácil cuando uno tiene el control y el poder que da la gobernabilidad. Es de voluntad y de sensibilidad y conciencia política. Podría incentivarse, el regreso del uso del canasto, como una forma de acariciar el medio ambiente y generar conciencia sobre el uso del plástico.  Organizar el comercio, los vendedores de las calles, que se les permita el espacio, pero organizarlos. Regular tanto moto-carro y hacer de la bicicleta el medio de transporte. Un pueblo caminable. Una ciudad caminable.

Octavo. Ojalá que pueda existir atención médica a la prostitución, que muchas veces se instala en los cafés que se erigen y merodean la placita de mercado. Ojalá se proteja a las mujeres de la violencia, se eviten las violaciones y se les brinden programas para el cuidado de sus hijos.

Noveno. Cuidar el colorido de las placitas de mercado, la forma en la que se pinta el paisaje con el rojo maduro de los tomates, el amarillo de las granadillas, el verdor de los limones, la forma de las manzanas, el tamaño de los mangos, las piñas y las papayas. Hay que cuidar a los artistas —los campesinos e indigenas—, quienes hacen posible esa creación, esa explosión de sabores en un trópico privilegiado que se ufana de pintar los espacios con frutas y verduras.

Décimo. Y, entonces, cuando ya estemos avanzando en estos puntos y se tenga el norte claro, sobre la importancia de la alimentación y la sostenibilidad de los mismos, entonces allí sí, uno puede decir con ahínco: hay una placita de mercado. Pues, se han implementado dinámicas de convivencia entre las verduras y las frutas y la gente y los espacios y el tráfico que atosiga. Si nada de estos puntos anteriores se dan en las placitas de mercado, yo sugiero que se les cambie el nombre y no se llamen placitas del mercado, sino placitas del olvido.

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