Miradas sesgadas sobre la agroindustria
Opinión

Miradas sesgadas sobre la agroindustria

Precisiones a los juicios del artículo en que José Fernando Isaza descalifica y siembra sospechas sobre quienes le apostaron a la producción de biocombustibles

Por:
julio 20, 2017
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José Fernando Isaza se despachó en un artículo contra los biocombustibles. El escrito reedita una vieja visión centralista y sesgada  de la agroindustria colombiana. Según tal aproximación, aquel sector estaría en manos de aprovechados y oportunistas ajenos a toda responsabilidad social.

El prejuicio es asunto tan perverso que llega a sumergir en la amnesia a los hombres sensatos.  Tras presidir por veinte años la compañía productora de automotores más grande del país, Isaza pasa ahora a descalificar y sembrar sospechas sobre los colombianos  que obedeciendo a una política de estado le apostaron a la producción de combustibles limpios, sumándose a una estrategia cuyo propósito es librar nuestras ciudades de la contaminación producida por la frenética multiplicación vehicular.

El escrito formula juicios sobre los cuales es ineludible hacer algunas precisiones:

Primero: Es cierto que buena parte de las organizaciones productoras de biocombustibles tiene su asiento en el Valle del Cauca. Pero no se trata del designio malicioso de unas cuantas familias para escamotear los recursos públicos. Se trata de participar en un negocio de interés nacional estructurado por anteriores gobiernos. Y debe considerarse que ese negocio no es coto exclusivo de los emprendedores del Valle. Ha estado abierto para todo el que desee participar, pero sus retornos son tan inciertos que fuera de quienes poseen el espíritu emprendedor de los satanizados vallecaucanos, pocos se han atrevido a impulsarlo.

Segundo: los empresarios agroindustriales del Valle no son sátrapas sin escrúpulos. Es cierto que conforme a la legislación vigente adoptaron esquemas de tercerización usuales durante épocas pasadas en infinidad de actividades. Sin embargo, la situación descrita quedó subsanada hace varios años y hoy sus relaciones laborales se distinguen por la armonía.

Tercero: quien tenga un mínimo conocimiento del Valle del Cauca sabe que la mecanización de la zafra azucarera no tiene nada que ver con retaliaciones contra los corteros, ni con el deseo de disminuir empleos para las poblaciones vulnerables. La mecanización se explica porque el corte manual de la caña debe estar precedido por la quema de los plantíos, lo que origina humo y pavesas altamente contaminantes que los moradores de los centros urbanos repudian con razón.

Quinto: el uso de biocombustibles disminuye más del 40 % las emisiones de CO2. Sin embargo, según el articulista, este beneficio queda neutralizado por el impacto del uso de los abonos en el campo. Lo que no se menciona es que ese impacto se tiene de todas maneras, porque cualquier cultivo alternativo requiere de la aplicación de fertilizantes. La única forma de evitar ese efecto sería dejar crecer bosques en las tierras con vocación agrícola, renunciando a generar los empleos y oportunidades que Colombia necesita.

Sexto: lo que resulta en especial sorprendente es la manera como el autor del escrito comentado  se refiere a la historia de la Manuelita, el ingenio más antiguo del país. No quiero pensar que los caprichos de la ideología lleguen a confundir un juicio que se esperaría riguroso. Mas bien atribuyo sus expresiones a errores contenidos en las fuentes que consultó.

 

Resulta en especial sorprendente la manera como el autor del escrito
se refiere a la historia de la Manuelita,
el ingenio más antiguo del país

 

Por distintas razones conozco la historia de aquella empresa y puedo resumirla así: Pío Rengifo Díez era un rico comerciante caucano muy amigo del padre de Jorge Isaacs y padrino de bautizo de este. A la muerte del progenitor el joven y bisoño poeta pasó a administrar la herencia con resultados calamitosos. Manuela Ferrer Scarpetta, esposa del difunto, vio la perspectiva de la bancarrota. La situación estaba agravada por el hecho de que las haciendas habían sufrido una grave desvalorización a consecuencia de los decretos del General Mosquera que habían descongelado y llevado al mercado los bienes eclesiásticos.

Pues bien, Manuela Ferrer llamó entonces a su compadre Rengifo pidiéndole que hiciera un esfuerzo por adquirir las tierras a un precio mínimo. Rengifo ya no estaba para ciertos trotes. Hoy el Valle se ve desecado y urbanizado, pero en esa época ir a los llanos del norte de Palmira representaba un viaje peligroso entre selvas y pantanos.  Por lo anterior Pío se asoció con un ciudadano de origen ruso recién graduado de abogado en la Universidad de Harvard, quien con escasos veinticinco años había llegado a Cali. Para cumplir su propósito fundaron la sociedad Rengifo y Eder, la cual en marzo de 1864 adquirió en pública subasta las tierras de los Isaacs.

El negocio se estructuró de tal manera que Rengifo aceptó sustituir a los vendedores en sus deudas y Eder comenzó a fungir como socio industrial. La sociedad terminaría en 1867 cuando Rengifo muy enfermo le ofrece su parte a Eder y este compra con financiaciones provistas por sus hermanos. No se trata pues del abuso perpetrado por un gringo sin corazón, ni de un atrabiliario espíritu empresarial que vendría de vieja data. Es si el talante pionero que desde entonces identifica no solo a Manuelita sino a la mayoría de las empresas agroindustriales vallecaucanas.

Vivimos en un país complejo, por eso hay que tener cuidado con las miradas reduccionistas que no consideran la complejidad de las regiones. El campo vallecaucano ha alcanzado un mayor desarrollo relativo gracias a la visión de sus empresarios. Y no, como piensan ciertos tecnócratas bogotanos, por las dádivas del Estado Central.

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