Hay países que avanzan porque toman decisiones estratégicas y sostenidas en el tiempo. Otros, en cambio, se estancan entre oportunidades desaprovechadas. Colombia parece debatirse entre ambos caminos. Sin embargo, existen rutas concretas que podrían permitir un salto real hacia la prosperidad, si se abordan con visión de largo plazo y realismo institucional.
Uno de esos caminos está en el subsuelo. El país cuenta con reservas de cobre, tierras raras, litio, níquel, platino, piedras preciosas, oro, plata y otros minerales estratégicos cuya demanda global crece aceleradamente por la transición energética y el desarrollo tecnológico. Esta riqueza representa una oportunidad que aún no ha sido plenamente aprovechada. En ese contexto, resulta pertinente preguntarse por el papel de empresas estatales como Ecominerales y por la posibilidad de ampliar el objeto social de Ecopetrol para diversificar su participación en la explotación, refinación y comercialización de recursos estratégicos, bajo estándares ambientales y de transparencia.
De manera paralela, el sector agropecuario ofrece un enorme potencial. Colombia posee condiciones climáticas, geográficas y de biodiversidad que permiten desarrollar cultivos de alto valor por hectárea. Además del café especial y el cacao fino, existen oportunidades en productos como piña golden, arándanos, quinua, stevia, macadamia, coco o vainilla. Para materializar ese potencial se requiere avanzar en industrialización, tecnificación, acceso a crédito, infraestructura y estrategias de mercadeo internacional que permitan transformar al productor rural en empresario y posicionar al país como una marca agroalimentaria de alto valor.
A este panorama se suma la transformación del sistema financiero global. Las tecnologías asociadas a blockchain, los activos digitales y las criptomonedas han dejado de ser un fenómeno marginal. Algunos países ya evalúan su uso como instrumentos de diversificación financiera. En este escenario, Colombia podría analizar, con criterios técnicos y prudenciales, si estas herramientas pueden tener un lugar dentro de una estrategia de largo plazo orientada a la innovación y a la modernización del sistema financiero.
Todo este desarrollo exige un soporte energético robusto. El crecimiento de la inteligencia artificial, la automatización y la digitalización está impulsando una demanda eléctrica sin precedentes. Colombia cuenta con ventajas comparativas para generar energía limpia, tanto a través de la hidroelectricidad como de fuentes solares y eólicas. Incluso el debate sobre la energía nuclear de nueva generación, más segura y con bajas emisiones, empieza a ganar espacio en la agenda internacional y podría abordarse sin prejuicios, desde una evaluación técnica rigurosa.
Otro campo con alto potencial es la biotecnología. La riqueza natural del país, combinada con avances en edición genética, nuevos materiales, medicina avanzada y computación de alto desempeño, podría convertir a Colombia en un polo regional de innovación en salud y ciencias de la vida, siempre que exista una apuesta decidida por la investigación, la educación superior y la articulación con el sector productivo.
Para integrarse de manera efectiva a las cadenas globales de valor, también resulta clave el dominio de idiomas estratégicos. El inglés es hoy una herramienta indispensable para la ciencia, el comercio y la tecnología. A ello se suma el portugués, dada la creciente relación económica con Brasil y el papel de ese país como socio regional. Una política lingüística enfocada en estos idiomas podría fortalecer la competitividad del capital humano colombiano.
Finalmente, existe una oportunidad poco explorada: la atracción selectiva de talento e inversión extranjera. En un contexto global donde muchos países endurecen sus políticas migratorias, Colombia podría diseñar mecanismos ágiles para atraer inversionistas, científicos y emprendedores dispuestos a generar empleo y transferir conocimiento. Más que un gesto de apertura, se trataría de una estrategia de desarrollo basada en la atracción de capacidades productivas.
Estas propuestas no constituyen soluciones inmediatas ni exentas de desafíos. Pero invitan a pensar el desarrollo como una construcción estratégica, que exige decisiones coherentes, continuidad institucional y una visión de país capaz de aprovechar sus ventajas comparativas en un mundo cada vez más competitivo.
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