Los escándalos de narcotráfico que pasaron de agache

Los escándalos de narcotráfico que pasaron de agache

Sobre el escándalo del embajador Fernando Sanclemente y el libro "Plata y Plomo" que trata casos de narcotráfico poco sonados y con poderosos políticos involucrados

Por: Juan Pablo Méndez Restrepo
febrero 27, 2020
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Los escándalos de narcotráfico que pasaron de agache

En el más reciente libro del curador e historiador del arte Santiago Rueda, Plata y Plomo, una historia del arte y de las sustancias (i) lícitas en Colombia, una muy recomendable recopilación de ensayos sobre la relación del arte colombiano con el narcotráfico, hay una cita muy pertinente –de seis décadas atrás- que cobra una increíble vigencia en esta semana tras el hallazgo de un laboratorio de procesamiento de cocaína en la finca del embajador de Colombia en Uruguay, Fernando Sanclemente.

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Al ilustrarnos sobre los albores del narcotráfico en la ciudad de Medellín, Rueda nos habla de los hermanos Rafael y Tomás Herrán Olózoga, capturados en La Habana en 1956 con un cargamento de 800 gramos de heroína. Para una época en la cual el negocio del tráfico de drogas aún era incipiente, la noticia pasó desapercibida para los periódicos locales (en Medellín) y solo un par de tabloides nacionales informaron sobre el hecho. La razón: los hermanos Herrán Olózoga pertenecían a la crema y nata de la sociedad colombiana; eran descendientes, por línea paterna, de los expresidentes Tomás Cipriano de Mosquera y Pedro Alcántara Herrán.

Cita Santiago Rueda en su investigación un artículo publicado el 21 de mayo de 1959 en El Espectador, por su corresponsal en Medellín, Federico Montoya:

«Agentes del FBI de Estados Unidos llegarán al país dentro de poco (…) con el fin de colaborar con el gobierno colombiano en el perfeccionamiento de una investigación que se viene adelantando relacionada con el funcionamiento en esta ciudad de un laboratorio donde se fabricaban heroína, cocaína y morfina, productos que luego eran llevados a La Habana y distribuidos de allí a México, los Estados Unidos y otros países del continente.

(…) Entre los datos que tienen (los detectives) figura el de que una libra de heroína tenía un valor de 70.000 dólares, y en un lapso de dos meses los traficantes elaboraban 5 libras del producto, es decir, obtenían 350.000 dólares, lo que inducía a no “trabajar más durante el año para evitar peligros”».

O sea, aquellos buenos muchachos ya por entonces evitaban boletearse.

Cabe recordar el contexto político regional de aquellos tiempos: en Colombia, la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla terminó con su renuncia en 1957 y la posterior junta militar entregó el poder citando a elecciones en 1958, mientras que en Cuba la revolución encabezada por Fidel Castro derrocaba a Fulgencio Batista y comenzaba a desmantelar las mafias de prostitución y drogas permitidas por el dictador y regentadas por los mafiosos italoamericanos en la isla. En el libro Narcotráfico, Imperio de la Cocaína (1984), Jorge Child y Mario Arango complementan la información acerca de la detención en La Habana de los hermanos Herrán Olózoga y agregan:

«El laboratorio localizado se encontraba ubicado en las cercanías de los actuales almacenes Éxito en El Poblado. Allí se transformaba coca procedente de Tierradentro y El Paso, departamento del Cauca, y goma de opio importada del Ecuador. Operaba en una fábrica de muebles y los obreros dirigían las operaciones desde una cercana y lujosa residencia.

(…) En vista de que los dueños del laboratorio eran miembros de prestantes familias de la ciudad, la prensa local calló el hecho, que solo fue publicado en los periódicos de Bogotá. Nos dimos a la tarea de mirar El Colombiano de Medellín del año 58 y no logramos encontrar ninguna referencia sobre este asunto.»

Pues bien. Pasaron casi 62 años y la semana pasada, en una finca perteneciente a la familia del embajador de Colombia en Uruguay, Fernando Sanclemente, ubicada cerca al municipio de Guasca, a tan solo 60 kilómetros de Bogotá, la Policía Nacional encontró un laboratorio de cocaína capaz de producir hasta media tonelada del alcaloide al mes. A menos de una semana de haber sido revelado el hecho, si uno googlea la noticia para encontrar información al respecto, la mayoría de noticias que encuentra son aportadas por medios extranjeros. Medios que, para completar, nos cuentan cómo tras la quema del laboratorio se desató un incendio que afectó varios bosques aledaños.

En Colombia se publica de manera tangencial una noticia que en cualquier país sería de primera plana: un alto diplomático se ve involucrado en un escándalo de narcotráfico. Sin embargo, las informaciones de los medios colombianos se centran en las declaraciones de Sanclemente, quien afirmó desde Montevideo que no tenía conocimiento acerca de las actividades que se llevaban a cabo en su propiedad; dijo, además, que varios de esos terrenos han sido alquilados por su familia a algunos agricultores de la zona. Si bien pudiera ser cierto y será la justicia quien lo determine (si es que se llega a investigar) llama la atención que una información de tal gravedad no ocupe los titulares de los grandes medios de comunicación colombianos.

De la misma manera, no fue un escándalo la información que aportaba la columna de Daniel Coronell en la Revista Semana, trece años atrás, el 2 de septiembre de 2006. Por aquel entonces, cuando la ejecución del Plan Colombia llegaba a su punto álgido y el expresidente Álvaro Uribe Vélez empezaba su segundo mandato, Coronell titulaba su columna El mapa del fracaso. En ella informaba acerca de los datos que aportaba el New York Times respecto con los monitoreos satelitales que hizo el gobierno de Estados Unidos de los cultivos ilícitos que el Plan Colombia se proponía combatir. La conclusión fue triste: toneladas de glifosato comprados a Monsanto por Colombia con la plata que le prestaba Estados Unidos no habían servido para nada. Escribía Coronell:

«Arrancando de norte a sur, (…) se encuentra un área en la que las plantaciones de coca han crecido. Es la región del Cesar en la que opera el Bloque Norte de las Autodefensas comandado por Rodrigo Tovar Pupo, alias 'Jorge 40'. En este caso específico los cultivos han aumentado el 24 por ciento en el último año, es decir coincidiendo con la desmovilización del frente paramilitar.

El mapa sigue entregando sorpresas. De acuerdo con las fuentes del Departamento de Estado y la Oficina Nacional de política para el control de las drogas (Ondcp), el sur de Colombia no es ya la zona más grande de cultivos ilícitos. Hoy, la mayor área coquera se extiende por los departamentos de Bolívar, Sucre, Córdoba y el norte de Antioquia.»

Para sorpresa de sus lectores y ante una opinión pública acostumbrado a la indiferencia, Coronell revelaba que el seguimiento satelital hecho por el propio gobierno de los Estados Unidos en aquella época concluía que los cultivos ilícitos en Colombia, a pesar de los US16.940 millones que oficialmente el Plan Colombia aportó a la lucha contra el narcoterrorismo, se habían mantenido estables. Los territorios controlados por grupos como las FARC y el ELN registraban la mayor cantidad de cultivos abandonados, mientras que los custodiados por los grupos paramilitares habían tenido un próspero crecimiento. Por demás, cabe recordar que en aquellas regiones mencionadas por Coronell donde los cultivos habían reverdecido durante el Plan Colombia (el Magdalena Medio, Cesar, Sucre, sur de Córdoba y norte de Antioquia) grandes políticos tenían –y aún hoy tienen- varias de sus tierras.

Pero no hubo escándalo en 1959 ni en 2006, y no lo habrá en 2020 ni en adelante, mientras que los cultivos ilícitos o los laboratorios incautados pertenezcan a familias poderosas. En su investigación publicada en 1984, Child y Arango aportaban una información lapidaria acerca de aquellos personajes que ya en los años cincuenta del siglo pasado –y aún hoy en día- se autodenominaban gente de bien. Aunque no lo especifican, se sobreentiende que se refieren a una conversación sostenida con uno de los hermanos Herrán Olózoga:

«El cronista tuvo la oportunidad de conocer a uno de aquellos precursores del narcotráfico, quien se enorgullecía de haber abierto el camino internacional a la droga colombiana. Al preguntarle por qué se había retirado del negocio, respondió:

“Yo era narcotraficante cuando era una actividad decente. Hoy no puedo ser colega de estos negros que están metidos en el negocio”».

Quizá esos negros de los años ochenta, a quienes se refería el narco retirado, sean los mismos negros que se le metieron a la finca décadas después al tan despistado embajador Sanclemente.

Los mismos negros de siempre.

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