La profe trans de la que se quiere deshacer el Distrito

La profe trans de la que se quiere deshacer el Distrito

Para ellos no existimos mujeres trans violentadas, sino Simones, como en la canción, que merecemos morir jóvenes y de forma horrible por andar travestidos

Por: Lucía Jiménez Peñuela
enero 28, 2022
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
La profe trans de la que se quiere deshacer el Distrito
Foto: cortesía

Era 2009 cuando mi pareja estaba pronta a tener a nuestro hijo. Debía buscar un trabajo fijo, que me brindara estabilidad económica y el tiempo suficiente para cuidarlo. Por eso me presenté al concurso docente de la Secretaría de Educación. En 2011 fui nombrada en propiedad en el Colegio Paraíso Manuela Beltrán, de la localidad de Ciudad Bolívar. Ir a trabajar me significaba pasar sentada en transporte público dos horas de ida y otras dos de venida hasta mi hogar. Pronto, los efectos en mis rodillas se hicieron notar. No recuerdo la vista hermosa de la ciudad, pero sí cuando me escupían y gritaban improperios como el tan trillado “marica” mientras subía o bajaba.

Desde que me presenté como mujer esta es la normalidad, tan cotidiana como las groserías que estudiantes gritaban en mis oídos durante las clases. Tan frecuentes como los objetos que me lanzaban sobre mi cara, o como sus palmadas o nudillos impactando mi cuerpo.

Atrás quedaron los años de trabajar con estudiantes sordos, o diseñando y dirigiendo cursos virtuales, donde mi conocimiento era valorado, y era un ser humano digno de respeto. En el Distrito, paulatinamente me han despojado de mi valor como persona. Ni siquiera el que fuera un hombre en ese entonces me salvó de directivas docentes, que sin piedad me acusaban de no tener manejo de grupo cada vez que les informaba alguna agresión recibida.

También era normal que la rectora me dijera que me regalaba la nota mínima de la evaluación anual de desempeño, porque para ella, yo no servía de profe. Terminaba 2012 y 14 docentes de este colegio, fuimos entregados por sobrantes. Nadie se iba a quejar, a pesar del acoso laboral, porque anhelábamos acercarnos a nuestros hogares.

Llegué en 2013 a la IED La Floresta Sur. A pesar de que mi trayecto de ida y vuelta apenas disminuyó una hora, por lo menos estar en jornada mañana me permitía cuidar mejor de mi hijo en las tardes. Sin embargo, me enfrentaba a un ambiente peor. Un estudiante, que llamaré Damián Parra, constantemente me ultrajaba, me tiraba cosas, intentaba agredirme y se burlaba de mí. Con lo vivido en el Paraíso, pero sobre todo en la Floresta, me fue necesario comenzar a asistir al psiquiatra, cosa que en la vida me había tocado hacer.

Antes de recoger a mi hijo trotaba, porque llegaba bastante tensionada y triste, luego de tener que darle clases casi siempre las dos últimas horas. No obstante, fuera de lo laboral, mi vida iba bien. Estudié dos maestrías, pues cuando ya me iban a convalidar el título de la primera maestría, la entonces ministra Gina Parody cambió todos los requisitos, por lo que me resultaba más rápido estudiar otra maestría. De hecho, el título convalidado lo recibí después de graduarme de la otra maestría. Además, me reconocieron en 2017 como egresada distinguida de mi alma mater, la Universidad Pedagógica Nacional.

En lo familiar, estaba contenta de dedicar las tardes a mi hijo, tanto así que un compañero docente de educación física se mofaba diciéndome que yo parecía la mamá del niño. Y sí, era un hombre, pero si cuidar de mi hijo bien es leído como ser una mamá, estaba bien para mí.

En 2018 llegó a la institución el estudiante que llamaré Benson Tejeira, a grado sexto. El trato que recibí de su parte fue peor con respecto al estudiante Parra. Me trataba agresivamente y todo el tiempo se burlaba de mí. Recurrí al comité de convivencia escolar, pero como me ha pasado tantas veces con la Fiscalía cuando denuncio atacantes, el consejo hizo igual, preguntándome qué era lo que yo le había hecho al niño para que me tratara así. Yo también quisiera saber qué fue lo tan grave que le hice para que me culpara de sus evasiones de clase, me tratara con apelativos como “severa nena”, o intentara agredirme físicamente lanzándome pupitres, que por fortuna esquivaba.

Qué desespero ver que aunque mi integridad física y mental estaban en grave riesgo, el coordinador me respondía que eso me pasaba por no tener manejo de grupo. Y sí, lastimosamente no soy tan “fuerte” como me lo recalcaron hasta la saciedad varios compañeros. En 2018 colapsé y no pude seguir yendo a mi trabajo. No quería recibir más abusos de este estudiante; prefería cualquier otra cosa terrible a ese suplicio. Ese fin de año terminé hospitalizada.

Acá me devuelvo a agosto de ese año, cuando me sucedió algo hermoso. Aunque toda mi vida tuve acercamientos a lo femenino, fue en ese mes cuando me descubrí como la mujer que soy. Cómo me hubiera gustado estar en el closet y evitarme las violencias que serían mi pan de cada día; pero no pude esconder ser yo misma, existir siendo Lucía.

Cuando fui hospitalizada por causa de lo vivido con el estudiante Tejeira, los profesionales de la salud ignoraron esto, y les resultó más cómodo hacer de cuenta que me internaron por ser un travestido al que se le ha de corregir la disfrazadera. Lastimosamente, este es el panorama de la atención en salud mental que recibimos, anclada en los años ochenta, donde para ellos no existimos mujeres trans violentadas por la sociedad, sino Simones, como pasa en la canción del Gran Barón, que merecemos morir jóvenes de forma horrible, por andar travestidos.

Veinte días de encierro, abandonada a mi suerte, soltera de nuevo, pero que me permitieron afirmarme en mi ser mujer, en mi ser madre, a pesar de todo lo que me dijeran psiquiatras, psicólogos y hasta terapistas físicas. Reconocí por mí misma que no era una etapa o un pecado, sino la vida misma. Nací mujer, y ya era hora de vivir como tal.

La Fundación Proservanda, que hace las veces de ARL para el Magisterio, desconoció el por qué de mi hospitalización y de mis cada vez más frecuentes consultas por psiquiatría. El 16 de enero de 2019 sobre las diez de la mañana, la profesional Celene Pino fue dizque a investigar, pero realmente se reunió a puerta cerrada con mis compañeros, y aunque me negaron el ingreso, me enteré por boca de algunos de ellos de que se abordaron aspectos privados de mi historia clínica, de mi hospitalización, y hasta de mi disforia de género como la supuesta causante de mis conflictos, cuando para entonces no tenía idea de que significaba tener disforia.

En esa reunión, solo por nombrar algunas ideas nefastas respecto a mi ser mujer, el docente de educación física dijo que ya no matricularía a su hijo en el colegio, porque mi presencia "era un mal ejemplo". Otra compañera afirmó que conmigo así, los estudiantes hombres se iban a volver peluqueros. Todos comentarios que perpetúan los prejuicios sin fundamento en contra de las mujeres trans, lo cual se traduce a futuro en agresiones y transfeminicidios.

Basta googlear “mujer trans Colombia” para conocer que a 2020, de una población en el territorio colombiano de 50.372.000, 10.000 somos personas trans, un término que es amplio para mujeres trans, hombres trans y personas no binarias. Significa que por cada 5037 personas que se identifican con el rol que les asignaron al nacer, existe una persona trans. Una cifra tan insignificante, pero que para acudientes y docentes les supone un peligro la presencia de una mujer como yo en el espacio educativo.

Después de esa dichosa reunión, varios docentes me quitaron el saludo, y solo hasta dos años después, Proservanda se dignó a darme copia del acta de esa reunión. Como siempre hacen, culpan de la salud al maestro, se mantuvieron en que lo que hizo la profesional de reunirse a puerta cerrada era un procedimiento normal; ni siquiera contemplaron la posibilidad de un traslado, sino que me dieron las recomendaciones de siempre: no tome café y evite los conflictos.

Proservanda desconoció los reportes de psiquiatría que hablaban de la manera deshumanizante en la que era tratada por estudiantes, acudientes y docentes. Irónicamente, cuando tuve citas presenciales, me hicieron “contención verbal”, un eufemismo que esconde el trato agresivo de la doctora —porque según ella yo soy un hombre y debo ser fuerte— y cómo me sacó a gritos de su consultorio.

Enviaba cartas y hacía jornadas de sensibilización para vencer la ignorancia, pensando que así iba a recibir mejor trato. Pero el odio no se vence con capacitaciones. Nada de eso impidió que estudiantes —e incluso el docente de educación física— me trataran con apelativos como “marica” y con burlas, comentarios y actuaciones cada vez más hirientes.

Un docente dijo que mi falda era la de un hombre escocés; otra enviaba al grupo de WhatsApp fotos de mujeres trans a las que les veía el pene, y se molestaba porque no me causaban gracia. Ella misma me contó sin estarlo preguntando que los estudiantes y los padres decían que se me veían las “güevas”. No entiendo por qué ese morbo de estar mirándome por allá. Es invasivo.

Recuerdo que un estudiante de once me preguntó que si me gustaba que me dieran por el culo, y otro, que no le iba a “copiar” (hacer caso) a locas maricas de profesores. Sus docentes dijeron que lo habían hecho porque no comprendían mi tema, que los entendiera, que les diera tiempo.

Situaciones así eran el pan de cada día en el colegio. Y las agresiones del estudiante Tejeira y de su familia hacia mí empeoraban. Se burlaba de mí, me cambiaban los pronombres haciendo mofa de ello, cuando para ese entonces los demás estudiante no tenían inconveniente en tratarme como la profesora Lucía. De nuevo, me culpaba por sus inasistencias, que mi cambio lo confundía y por eso no iba a clases. Su madre se escudaba: "Pobres niños, necesitan tiempo para entender", y también me culpaba de la indisciplina del menor. Su hermana, que supuestamente estudiaba psicología, me exigió soportes médicos que avalaran el que yo pudiese desempeñar mi rol docente.

Más capacitaciones, esta vez por parte de Secretaría de Educación, en las que se solicitaba a los compañeros un trato acorde a mi realidad femenina, y que no me estuvieran cambiando el nombre a conveniencia, así como respetar y cuidar de las infancias con orientaciones diversas. Enviaba cartas y más cartas al rector de entonces y a los compañeros pidiendo respeto, pero también auxilio ante las reiteradas agresiones de estudiantes, como cuando me trataban de "HP", “GAY”, “NENA”, “MARICA”, “MARICÓN”. O en el momento en que los mismos compañeros, aún delante de mí, decían que yo era un mal ejemplo; o cuando padres de familia me decían, así de la nada, que yo no tenía vagina y que por eso me tratarían como les viniera en gana.

Qué cansancio tener que decir una y otra vez que soy mujer y que me llamo Lucía. Qué cansancio es soportar calumnias a diario, sin fundamento. Qué cansancio tener que ir a trabajar a un sitio donde las cosas son aún más peligrosas para mí que en la misma calle. Qué cansancio no tener un paraguas que me proteja de esa lluvia de términos y malos tratos.

Al profesor de educación física no le bastó decir que yo era una mala influencia, sino que empezó a gritarme delante de los estudiantes, y en izadas de bandera. Un día, estando yo sola, me trató de marica, me dijo que yo no sabía con quién me había metido, e hizo como si me fuera a pegar. Como si yo tuviera la culpa de su actuar, se me prohibió usar el patio del colegio, porque parece que solo él lo puede utilizar con sus estudiantes. El rector Juan Carlos Páez no quiso llamar al orden a este docente, y a mí me tocó llevar el caso a comité de convivencia de la localidad, en donde dicho docente se comprometió a respetarme y a llamarme con mi nombre legal. Aun así, qué miedo tener que volver a encontrarme con ese agresor.

Esta sería la primera vez de muchas en las que el rector Paéz hacía de cuenta que no pasaba nada, y que todo se debía a mi falta de interés en llevar las cosas en buenos términos. Comparto algunas de sus respuestas.

¿En serio, señor rector? Desde su privilegio de hombre, y más aún, de directivo, me dice que soy yo la que tengo que asumir funciones que le corresponden a usted, ¿para salvaguardar mi integridad física y mental?

Dígame cómo mantener las buenas relaciones con un padre de familia del cual me tocó huir, y correr, y que si no es por el vigilante que me abre la puerta, me hubiera propiciado una golpiza. Con todo, ustedes, directivos, me obligaron a atenderlo, a pesar de que aun estando sentado se levantaba del asiento intentando agredirme. ¿O es que para usted mantener las buenas relaciones significa que una como docente deba exponerse a agresiones físicas?

Parece que así lo ve usted, porque esta no sería la única vez en que fui obligada a atender acudientes agresivos, que me trataban con groserías o me amenazaban. Por lo visto así es que usted pretende que un colegio existan relaciones armónicas.

Usted sabe de cuando yo denuncié cómo ese mismo docente que me dijo que yo no sabía con quién me había metido no hizo nada cuando los estudiantes se hacían en corrillo, fuera de mi salón, cuando debían estar en sus respectivos salones; y tampoco les decía nada cuando se burlaban de otro estudiante con orientación diversa. Vaya que usted es bastante incluyente. La pregunta es: ¿qué es lo que ha incluido en el colegio? No creo que sea el respeto a la diferencia.

Pretende usted propiciar un clima institucional ameno y llevadero, cuando ni siquiera me respetaron la licencia de luto por la muerte de mi padre, o que usted mismo me acusara en un correo electrónico de negarles el derecho a la educación a los estudiantes por no dar clases mientras me encontraba entubada en un hospital, luego de las complicaciones con una apendicetomía.

Le pregunto, ¿cómo construir entre todos acciones que inviten a la no discriminación?, cuando usted supo que me dejaban sola en la puerta, a merced de extraños y vendedores de vicio del parque, que acostumbraban decirme improperios por mi condición femenina. O ¿es que pretende que eso se logra, acolitando los chistes de compañeros que nos mandaban a las profesoras a cocinar? Dígame, ¿ese es el respeto “a todos los géneros”, del que usted tanto habla?

A usted no le ha importado que por todo lo mencionado, y mucho más que es de su conocimiento, viva con miedo de ir a trabajar; que por culpa de las violencias vividas termine yo consultando psiquiatras y yendo a medicina laboral. Recuerde que finales de 2019 la mamá del menor me buscó agresivamente, gritando “dónde está la cosa esa”, “lo que sea ese señor”, “el personaje ese”, exigiendo mi despido, todo porque su hijo reprobó el año (no solo por perder mi materia, sino todas las demás). Tuve que esconderme; no quería estar expuesta, de nuevo, a posibles agresiones físicas.

Tantas recomendaciones por parte del psiquiatra, que ni usted, ni medicina laboral, ni talento humano de la Secretaría tomaron en cuenta. De las cuatro veces que supuestamente me dieron recomendaciones médico-laborales, solo una vez me las dieron a conocer. De resto, la respuesta era que la Secretaría ya las había hecho llegar al rector. Tantas acciones sistemáticas en contra de mi persona, y que hasta la fecha ni siquiera consideraran un traslado extemporáneo para proteger mi salud y mi vida.

Tampoco sé por qué recibiendo un derecho de petición por parte del padre del estudiante Tejeira, usted guardó silencio y me vino a informar de esto el primer día de clases del siguiente año.

El 28 de noviembre de 2019, cuando aún estábamos laborando, usted recibió ese derecho y prefirió entregármelo hasta el 14 de enero de 2020, el primer día de labores, afirmando que ya estaba sobre el tiempo para responderlo. Usted, siendo rector, debía haberlo respondido, no yo. Aquí le recuerdo algunos de los apartes de ese derecho.

Usted, rector, tomó como ciertas esas acusaciones; no me dio el derecho de la defensa. Vio cómo después de recibir algo tan inesperado, yo no pude controlar el llanto en público. Viví demasiada angustia, y tenía temblores incontrolables en todo el cuerpo y entré en un estado de pánico, ansiedad, nervios y depresión como nunca antes. La entrega de esa carta a mí significó desconocimiento de los actos de discriminación del estudiante y la acudiente, ejercidos sobre mi persona, que por supuesto eran de conocimiento del coordinador y de usted, y de los demás docentes con los que el estudiante también reprobó.

A usted mi salud no le importa en lo más mínimo, y pareciera que lo que quiere es verme cada vez peor, o mejor, que le renuncie. Viendo usted mi estado anímico, no solo ignoró el deber que tiene de reportar eventos así como accidente laboral, sino que además me prohibió ir a urgencias. Debido a que usted no me dejo ir al médico de inmediato, desde ese día tengo tics nerviosos, y por supuesto, mi estado de salud mental empeoró. No contento con eso, me dijo que fuera fuerte, que cómo usted también recibía todos los días cartas así y no se ponía a llorar como yo. Si ser fuerte significa ser inhumano con mi compañeros docentes, gracias, no quiero ser fuerte como usted.

Si ser fuerte significa ser un hombre y tener el privilegio de estar detrás de un escritorio, me es imposible. Para usted no fue suficiente verme mal, llorando, con tics nerviosos, bastante ansiosa y profundamente deprimida. No lo fue. Al contrario, me citó junto con los demás docentes para acusarme de que yo no realizaba acompañamiento en la puerta a los estudiantes en el momento de la salida.

Cuántas veces le informé  que era yo la que quedaba a merced de la gente de afuera, y que me era difícil controlar esa situación, por lo que requería acompañamiento. Pero no, como siempre ha hecho con lo relacionado a mí, tomó por cierto el testimonio de los demás, sin pruebas, sin fundamentos.

Bonita forma la suya de lograr un buen clima institucional.

Como integrante del COPASST, envié el 6 de julio de 2020 un correo a mis compañeros docentes en el que les manifestaba mi preocupación sobre el exceso de trabajo durante el aislamiento en el contexto de la pandemia, lo cual redundaría en problemas de salud. También, en reunión del 18 de agosto de 2020, enfaticé sobre el riesgo en que nos encontramos las mujeres, recordando el feminicidio cometido en contra de una de las acudientes del colegio por parte de su pareja sentimental.

Aparte de sus palabras de condolencia, desconozco qué mas se ha hecho al respecto. Cada vez que yo mencionaba la necesidad de proteger a las niñas y mujeres de la institución, su respuesta era la misma: que las orientadoras están haciendo bien su trabajo. Hice todas las gestiones pertinentes con Secretaría de la Mujer, pero está en sus manos abrirles las puertas.

Durante el trabajo virtual por la pandemia envié mis informes de trabajo, en los que era claro que tuve que trabajar 14 y 16 horas diarias seguidas, y hasta sábados y feriados, lo cual tuvo una afectación negativa en mi salud física. Ahora, aparte de una mujer trans violentada en su ambiente de trabajo, soy una mujer en condición de múltiple discapacidad. Cuento con conceptos de psiquiatras y ortopedistas, así como con profesionales de medicina laboral, que coinciden en que mi estado de salud solo va a mejorar si se me exime de trabajar en espacios abiertos en contacto con estudiantes; solo por mencionar algunas de las recomendaciones.

Aún así, en la reunión que tuve con profesionales de talento humano, el pasado 24 de enero de 2022, se ignoraron todos estos soportes de salud, y la situación de acoso en la que me encuentro. Mi vida está en riesgo si me obligan a retornar a ese colegio. Por una restricción que se sale de mi competencia, no se me permitió descargar el video de esa reunión, y es la hora que no he visto acta alguna de la misma.

En esa reunión se refirieron a mí frecuentemente en masculino, como si mi cédula fuera de mentiras. Cada vez que tenía que contar las situaciones, violencias y demás vividas en ese colegio, se me decía “tranquila, tranquila”, pero lejos de tranquilizarme, lograron llevarme a un estado de tristeza y ansiedad peor al que tenía antes de esa reunión.

Es evidente que, con o sin los soportes médicos que entregué, soy sujeto de especial protección y cuento con lo que se necesita para realizar una reubicación laboral. Pero a las fisioterapeutas y psicólogas que estuvieron en esa reunión no les importó que yo sea una mujer trans violentada en su puesto de trabajo, esté en condición de discapacidad múltiple y sea cabeza de familia con su sustento económico en riesgo al no bridársele una solución distinta a renunciar o regresar al colegio a soportar ese martirio.

Eso sí, escuché hasta la saciedad que me encomendara a Dios para que mejore mi salud mental, y que Dios me va a sanar. Ignoraron mi historia clínica, y según ellas, mi cuadro de salud mental va a mejorar poniendo de mi parte, pensando en cosas bonitas y que al llegar al colegio la situación va a mejorar porque sí. En últimas, respecto al trato que recibí, la Secretaría está más interesada en convencerme de que renuncie, haciendo proselitismo religioso, ignorando los avances de la ciencia médica al desconocer mis diagnósticos y la responsabilidad que tienen sobre ello al ser mis directos empleadores.

Volver a ese colegio significa un gran riesgo para mi salud y para mi vida. Está comprobado que las actitudes negativas en contra de nosotras en algún momento se transforman en violencias que pueden costarnos la vida. Es bastante alarmante que en lo corrido de 2021 asesinaran a 35 mujeres trans. Y sí, es que ser trans en Colombia definitivamente es cargar con la lápida a cuestas. Actitudes y acciones como las que he narrado y seguiré narrando se van sumando hasta convertirse en transfeminicidios.

Mi caso es un ejemplo de que para las mujeres trans casi que la única opción laboral es el ejercicio de la prostitución en pésimas condiciones. Haría lo que fuera por mantener a flote a mi familia, pero el estado de salud tampoco me da para eso. La Secretaría, los docentes y directivos, así como los acudientes, no quieren que estemos en aula. Me dañaron la salud y es claro para mí que lo que desean de verdad es mi renuncia, o que pase lo que tenga que pasar en el colegio cuando yo vuelva, para que esa frase tan conocida por nosotras, “ser mujer trans es una sentencia de muerte”, se haga realidad.

Imágenes de la autora en Instagram: @luciversomujer

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