Durante 2025 se derrumbaron discursos oficiales convertidos en verdades inamovibles, permitiéndonos conocer la suma de intereses y falsedades con las que se nos mantuvo engañados. Una de ellas, quizás la más importante y de consecuencias impredecibles, la constituye la máscara caída del sionismo israelí, que perdió cualquier asomo de credibilidad para mostrarse cual es en verdad, una máquina asesina ajena al mínimo sentido de humanidad.
Los sionistas, con sus incesantes bombardeos sobre Gaza, su creciente ocupación violenta y sin escrúpulos de Cisjordania, sus irracionales ataques sobre Yemen, Siria, El Líbano e Irán, en los cuales lo menos que cuenta es la vida de la población civil objeto descarado de sus ataques, han puesto de presente que su ambición por la expansión territorial, al costo que sea, es su prioridad número uno. Asegurarse, como lo soñaron sus antecesores nazis, de un espacio vital inagotable.
Sin importar que se lleven por delante a centenares de miles de vidas humanas. De ancianos, mujeres y niños inocentes todos. Era imposible que semejante barbarie no moviera a preguntarse e indagar sobre sus verdaderos motivos. El resultado cada vez es más nítido. Israel fue la creación interesada de la Gran Bretaña tras finalizar la segunda guerra mundial, interesada en mantener un aliado incondicional que le garantizara el dominio en esa parte del mundo.
Para esa potencia en decadencia, a punto de perder a su mayor colonia, la India, resultaba urgente el control sobre los combustibles fósiles del oriente medio. Estaba claro que el mundo colonial, tal y como lo habían explotado por décadas y siglos se aproximaba a su fin. Había que crear un nuevo modelo. Nada más oportuno que rescatar el mito bíblico de la tierra prometida, para que los judíos de Europa, perseguidos por Hitler, cumplieran el papel que les interesaba.
Esos judíos europeos, rusos, húngaros, búlgaros, polacos, alemanes y demás, jamás tuvieron que ver nada con la tierra de Palestina. Su origen se remontaba al imperio de los jázaros, un pueblo turco mongol que se convirtió al judaísmo alrededor del siglo IX, y que terminó esparcido por toda la Europa oriental y central como consecuencia del aplastamiento de ese imperio por las huestes mongolas de Gengis Khan. Ninguno de ellos tenía raza ni pasado árabes.
Eran secularmente europeos. Y fueron ellos quienes llegaron como refugiados a Palestina, con el propósito doloso de la Gran Bretaña. Eso de invocar las leyendas bíblicas y del judaísmo clásico, para denominarse pueblo judío, víctima de la diáspora forzada por el imperio romano, fue una construcción ideológica preconcebida, para conferir una presunta legitimidad a sus aspiraciones de expansión. Los grandes capitales sionistas se encargaron de divulgar el mito.
Literatura, cine, grandes biografías, gran prensa mundial. De eso modo, los ocupantes, los invasores, recubiertos por su aureola de víctimas, fueron haciendo de los palestinos y los demás pueblos árabes los malos, los violentos, los terroristas. Poderosos capitales financieros sionistas, con sedes en Londres y Norteamérica consiguieron así construir su enclave. Al declive del poder inglés se impusieron los Estados Unidos, los nuevos y más provechosos aliados de Israel.
Wikipedia describe así el término árabe Nabka: “También denominada como la ‘catástrofe palestina’, fue la destrucción de la sociedad y la patria palestina entre 1947 y 1948, y el desplazamiento permanente de la mayoría de los árabes palestinos”. Una sencilla forma de describir la brutalidad con la que ingresaron los sionistas a fundar su estado. Más de 750.000 palestinos desplazados de sus tierras, los que sobrevivieron a la matanza.
Con incontables millones de dólares los capitales sionistas pagan a congresistas y funcionarios, para garantizar su apoyo incondicional a Israel
El llamado Lobby israelí en Washington, estudiado por John Mearsheimer y Stephen Waltz, se refiere a los incontables millones de dólares con los que capitales sionistas pagan a congresistas y funcionarios, tanto demócratas como republicanos, en los Estados Unidos, para garantizar su apoyo incondicional a Israel. De ahí que Netanyahu pose sonriente al lado de Trump en la Casa Blanca, mientras éste manifiesta su propósito de volver a bombardear Irán.
Otro de los más trascendentales hechos del año que termina, cuando la República Islámica de Irán consiguió derrotar la dupla de los dos mencionados señores, que intentó derrocar su gobierno, para reemplazarlo por otro proclive a Washington y asegurarse así su control absoluto sobre el occidente de Asia y sus recursos. Verdades que le debemos al año 2025, como esa de la obsesión estadounidense por el petróleo y demás riquezas de Venezuela.
Que el cínico señor Trump ha develado, dejando bien claro que todo el rimbombante discurso contra la revolución bolivariana, contra Hugo Chávez y ahora contra Maduro es otra de las grandes farsas imperiales. Como lo fue contra Jacobo Árbenz, en Guatemala (1954), o contra Salvador Allende en Chile (1973). Hoy sabemos que toda la razón la tiene Maduro, y que es una lástima que Gustavo Petro no quiera reconocerlo, aunque contradictoriamente apoye a Venezuela.
La verdad sigue abriéndose camino.
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