Duro pa’l campesino

Duro pa’l campesino

Por: Hugo Andrés Arévalo González
septiembre 24, 2013
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Duro pa’l campesino

“Eso es duro pa’l campesino”, es una de aquellas expresiones que muestran su racismo, clasismo y toda la violencia que quieran imaginarse. Suelen utilizarla comúnmente para decirle una persona a otra, que no tiene conocimiento para hacer algo. Como si los campesinos fueran culpables de que el gobierno, el Estado y muchos de los colombianos quieran que ellos no tengan estudio de calidad, o no les importe, que es lo mismo. Y lo que es peor aún: los campesinos son felices de vivir en el campo, y por más de que los subestimen, su felicidad está en el trabajo con la tierra, en el ensuciarse y levantarse temprano todos los días para trabajar con tecnologías básicas pero con gran historia, como un azadón, una pala, un palín, una pica.  Que un campesino pudiera decirle a una persona de la ciudad sobre el uso de una de estas herramientas: “eso es duro pa’ un ciudadano”, no quitaría la misma carga violenta como la que se le hace al campesino con esa expresión similar. Y sin embargo parece que la practicidad de los elementos tecnológicos actuales y electrónicos, tienen más peso que las tecnologías ancestrales que se han utilizado para dar de comer a quien necesite. ¿Hasta cuándo un celular, un televisor, un computador, tendrá más importancia que una pala, un azadón? Sólo el hambre lo dirá.

Y como si fuera una respuesta sin violencia de los campesinos, dicen ellos: "Yo me siento orgulloso de ser campesino; a mí me dicen 'montañero' y me siento feliz"; "la tierra en las manos del campesino representan el esfuerzo de su trabajo y la mancha del plátano en sus ropas es el signo de su comunión con la naturaleza, por eso las visten con orgullo"; “el campo debe ser un campo de trabajo y no de batalla. No, usted no se puede comer una bala, ni un fusil, ni una bomba”; “al campo le hace falta, como la sangre joven”; “somos recursivos: érase una vez una llanta que se volvió comedero”, o: “la tierra no es suciedad, ¡es vida!”, son algunas de las frases que pertenecen al hermoso trabajo visual y documental de reivindicación y recuperación del trabajo del campesinado colombiano, como uno de los tesoros más preciados. El nombre del proyecto es Campo Justo, y recoge las historias de “héroes que cultivan lo que comemos”. Actualmente, aparte de las imágenes pensadas y elaboradas, el proyecto también cuenta con seis videos de tres minutos en alta calidad, donde se recrean los trabajos ancestrales del campesino.

La iniciativa, fue de un documentalista que se hace llamar ‘Raigo’, y en su página web, destacan unos completos trabajos fotográficos con sensibilidad social (ver sitio web de Raigo). La propuesta de Raigo, aparece justamente en la tensión entre los campesinos, trabajadores y, el gobierno nacional, con la aparición oficial del ‘Paro Nacional Agrario’. En tiempos donde se subestiman las labores de estas personas y su valiosa contribución para el desarrollo del país en general,  el proyecto de Raigo representa tanto una obra de arte, como un llamado de atención a todos los ciudadanos colombianos para la reflexión y la proposición de alternativas a los malestares sociales.

El 19 de agosto de 2013, hace exactamente más de un mes, comenzó el llamado ‘Paro Nacional Agrario’, que como, después de muchas críticas y negaciones, lo admitieron mucho después los ministros y el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos: no es un problema de hace unos días, meses o algunos años; sino de hace casi 50 años,  donde ha habido negligencia con los campesinos y trabajadores del país. Estos campesinos y trabajadores que saldrían a exigir más inversión en tecnología, disminución de impuestos para productos nacionales, diálogos mutuos entre  trabajadores y gobierno, alza en precios para productos importados, en entre otros, se irían sumando, para formar finalmente, no voces aisladas, sino grupos de reclamo a una sola voz. Algunos de los sectores que salieron a protestar, fueron los: paperos, arroceros, lecheros, cacaoteros, mineros. La magnitud de la protesta y  las pérdidas económicas se reprodujeron como un efecto dominó, donde se llevó a otros sectores como hotelería y turismo. En tan sólo nueve días de iniciado el Paro, ya las pérdidas eran alrededor de 1 billón 71 mil millones de pesos.

Los reclamos de los campesinos y trabajadores, por supuesto, son justos. El desencadenamiento de todo el caos económico y social generado por el olvido estatal y gubernamental durante décadas, empeoró con la Apertura Económica del ex presidente César Gaviria  desde 1990. En aquel entonces, se instauró dicho modelo con la pretensión de modernizar el Estado e internacionalizar la economía nacional. El país venía desde 1930 con un modelo de industrialización por sustitución de importaciones, es decir que era proteccionista. El control de calidad fue tan precario que dejó obsoleta la producción nacional. No había innovación y mejoramiento en los productos. El proteccionismo como resultado había dejado un mercado nacional lleno de productos locales con una baja calidad.

El proteccionismo y los Tratados de Libre Comercio (TLC), no son perjudiciales. Como todo en a vida, las herramientas no son malas; eso lo deciden los usos que ser humano les da.  Si Colombia hubiera garantizado desde 1990, las condiciones de inversión tecnológica y financiera, como capacitaciones  a campesinos y trabajadores, seguramente los TLC ahora no serían dolores de cabeza. Al respecto, recuerda el escritor uruguayo Eduardo Galeano en Las Venas Abiertas de América Latina:

El presidente de los Estados Unidos, Ulysses S. Grant (mandato del 4 de marzo de 1869 al 4 de marzo de 1877), afirmó: ''durante siglos Inglaterra ha confiado en la protección, la ha llevado hasta sus extremos y ha obtenido de ello resultados satisfactorios. No cabe duda que debe su fuerza presente a este sistema. Después de dos siglos, Inglaterra ha encontrado conveniente adoptar el comercio libre porque piensa que ya la protección no puede ofrecerle nada. Muy bien, entonces, caballeros, mi conocimiento de mi país me conduce a creer que dentro de doscientos años, cuando América haya obtenido de la protección todo lo que la protección puede ofrecer, adoptará también el libre comercio (P. 259-260).

De acuerdo al nuevo modelo implantado hace 23 años, la culpa de la grave crisis agraria y social no es sólo de Juan Manuel Santos, sino también  de los presidentes que le siguieron al gobierno de Gaviria: Ernesto Samper, Andrés Pastrana y Álvaro Uribe. Quizá el más cínico y camorrista, éste último, que hizo de los TLC, su sueño hecho realidad.

En 1954, el cineasta japonés Akira Kurosawa con su película ‘Los siete samuráis’ (ver tráiler), representaba una problemática social de su país que sigue vigente en el planeta: unos campesinos de alguna zona del país nipón, hacían parte junto con otras comunidades, de víctimas atacadas por samuráis que llegaban a sus pueblos a robarles las grandes reservas de comida. Ante el asedio samurái, los campesinos deciden contratar otros samuráis. Al final, sobreviven tres de los siete samuráis. La frase con la que concluye uno de los protagonistas, es: “otra vez hemos sido derrotados. Los ganadores son los campesinos y no nosotros”.

Uno pensaría que esta victoria es posible sólo en el cine. Pero no. De manera sorprendente, el conflicto agrario ha tenido tanta importancia no sólo en trabajadores y campesinos, sino en académicos, políticos y jóvenes estudiantes, que una de las propuestas como Campo Justo que busca replantear la importancia del campo y sus gentes, ha sido el ‘documental 9.70’ de Victoria Solano, donde evidencia cómo se monopolizó el mercado de las semillas y cómo obligan a los campesinos a comprar semillas exportadas en vez de las nacionales y ancestrales. Ante la masiva respuesta de la gente ante las imágenes del documental, fue posible llegar a personas que estábamos desinformadas del asunto. Incluso, fue tan protagónica la importancia del trabajo, que  el 5 de septiembre, “El Gobierno colombiano decidió congelar la norma 9.70, que penalizaba a los agricultores por el uso de semillas no certificadas” (ver noticia). Sin embargo, el 19 de septiembre, sale un comunicado elaborado por Dignidad Agropecuaria Colombiana, donde manifiesta el incumplimiento, como cosa rara, de lo que ya había acordado el gobierno (ver comunicado).

Proyectos como similares a Campo Justo y el Documental 9.70, son los que se necesitan, para que a través de sensibilizar a las personas mediante sus lenguajes claros, evidencian una realidad que no toca sólo al país sino al planeta, puesto que la dinámica capitalista es la misma en diferentes espacios. Un trabajo  que plantea también a los campesinos y la tierra, fue elaborado en el 2011 por estudiantes de estudiantes del curso de Periodismo Político Internacional de la Universidad Eafit, donde muestran las cifras y las historias detrás de las cifras de los campesinos desplazados de sus tierras por la violencia.

En  ‘Los siete samuráis’ de Kurosawa, los campesinos lograron deshacerse de sus verdugos. Pero esos samuráis también tenían familias, también tenían hijos y esposas, abuelos y abuelas, etc. Acá en Colombia la historia ha demostrado que contratar mercenarios para combatir la violencia sólo ha generado más violencia, y eso lo han lamentado las 220.000 personas asesinadas, 25.007 desaparecidas, 5.712.506 desplazados, 16.340 asesinatos selectivos, 1.982 masacres, 27.023 secuestrados, 1.754 víctimas de violencia sexual y 6.421 casos de reclutamiento forzado en los 55 años de violencia en el país (ver informe).

“Otra vez hemos sido derrotados. Los ganadores son los campesinos y no nosotros”, decía al final de la película uno de los samuráis protagonistas. Habrá que ver si con el paso del tiempo entendemos que sin campesinos no hay comida.

Pásense por el hermoso trabajo de Raigo con Campo Justo. En Facebook, su perfil lo encuentran en: https://www.facebook.com/CampoJusto. Que el valioso trabajo de estos campesinos llegue a todas las personas. Que llegue y toque a los que tienen finca y no saludan a sus trabajadores; que les llegue a ellos que en su vida nunca se han untado de una mancha de plátano.

 

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