Las COP (Conferencias de las Partes) constituyen el máximo órgano de decisión de los convenios internacionales de la ONU, en los que los países firmantes se reúnen para debatir, negociar y adoptar decisiones sobre la implementación de los acuerdos. Las más conocidas son las dedicadas al medio ambiente, como la COP30 que se celebra actualmente en Brasil.
Con el paso del tiempo, estas conferencias se han consolidado como un espacio central del debate climático global, muchas veces acompañado de advertencias alarmantes sobre el calentamiento del planeta. Es indiscutible que la Tierra atraviesa un proceso de calentamiento, como ha ocurrido en distintos ciclos de glaciación y deshielo a lo largo de su historia geológica. Sin embargo, persiste el debate científico sobre el peso relativo de las causas naturales y humanas en este fenómeno y sobre la magnitud real del impacto antrópico frente a las dinámicas propias del sistema planetario.
En este contexto, la ONU incorporó en la Agenda 2030 el Objetivo 13: “Adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos”. Sus críticos señalan que este enfoque se apoya en proyecciones que no siempre distinguen con claridad entre escenarios posibles y certezas científicas. En las últimas décadas se ha difundido la idea de que vivimos el período más cálido de la historia geológica, una afirmación que ha sido cuestionada por sectores de la comunidad científica, especialmente desde disciplinas como la geología y la paleoclimatología. Aun así, los defensores de esta visión sostienen que existe un amplio consenso sobre el origen predominantemente humano del calentamiento global.
Conviene recordar que el consenso, por sí solo, no constituye una prueba científica definitiva. La ciencia avanza mediante la verificación, la refutación y el debate permanente, no por adhesión mayoritaria. La historia del pensamiento científico ofrece ejemplos elocuentes: durante siglos se aceptó como indiscutible el modelo geocéntrico defendido por Aristóteles y sistematizado por Claudio Ptolomeo, hasta que la revolución heliocéntrica impulsada por Copérnico transformó por completo esa visión.
Desde una mirada crítica, el llamado globalismo se presenta como una corriente política que promueve esquemas de gobernanza supranacional, en ocasiones percibidos como distantes de las realidades nacionales y de la soberanía de los Estados. Tras el fin de la Guerra Fría, la ONU redefinió su papel mediante la formulación de agendas de desarrollo global, entre ellas la Agenda 2030, suscrita en 2015 por 193 países.
Con el tiempo, numerosos organismos multilaterales y organizaciones no gubernamentales internacionales han incrementado su dependencia de los recursos públicos que los financian. Para algunos analistas, esta dinámica ha generado estructuras burocráticas que tienden a reproducirse a sí mismas y a ampliar su campo de acción, a veces sin una evaluación suficiente de su impacto real en las condiciones de vida de las poblaciones.
Diseñar planes de acción uniformes para realidades nacionales profundamente diversas resulta, cuando menos, problemático. Cada país enfrenta desafíos distintos y define prioridades propias. Sin embargo, en algunos casos, los compromisos ambientales internacionales se han antepuesto a consideraciones económicas y productivas internas. En Colombia, por ejemplo, el debate ambiental suele enfrentarse a las necesidades de desarrollo y al peso de sectores extractivos clave para la economía nacional.
Desde el punto de vista científico, también se recuerda que el principal gas de efecto invernadero es el vapor de agua y que los océanos cumplen un papel central en los intercambios naturales de dióxido de carbono. Estos factores, difíciles de controlar, suelen recibir menor atención en el debate público.
El 26 de marzo de este año, la revista Nature publicó el artículo “The Other Climate Crisis”, fruto de un trabajo conjunto entre científicos de más de diez países. El estudio señala que, en determinadas regiones, los árboles son hoy más grandes, más abundantes y con mayor capacidad de almacenamiento de carbono que hace tres décadas, un fenómeno asociado, entre otros factores, al aumento del CO₂ atmosférico, que actúa como fertilizante natural. Estos hallazgos invitan a matizar la visión exclusivamente negativa de este gas y a reforzar la protección de los bosques primarios, que siguen siendo sumideros naturales fundamentales.
No se trata de negar el cambio climático, sino de cuestionar explicaciones simplificadas y de reconocer la complejidad del fenómeno. Los cambios climáticos han sido una constante en la historia de la Tierra, y el desafío actual consiste en abordarlos con rigor científico, realismo político y respeto por las particularidades de cada sociedad. Confiar en la capacidad humana para adaptarse e innovar, en condiciones de libertad y debate abierto, ha sido históricamente una de las mayores fortalezas de la civilización.
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