Cuando Shirley Usme nació, en 1995, la guerra se había ceñido con la ferocidad de un buitre sobre San Carlos. Fue la época en que la confrontación entre las Farc y el Bloque Metro y Cacique Nutibara de las AUC por el control del pueblo hizo que el 80 por ciento que lo habitaba se tuviera que ir de allí. A veces, en sus noches de insomnio, Shirley recuerda el estruendo de las bombas, el repiqueteo mortal de las ametralladoras, el llanto de su madre.
Su papá, José, que trabajaba en la parabólica del pueblo, le explicaba, cuando apenas tenía dos años, que la guerra se desarrollaba entre animalitos. Por eso le tenía miedo a las vacas y hasta a los perritos. A los siete le dejó de tener miedo a los animales: se dio cuenta que la guerra la inventaron los hombres. José estaba arreglando unos cables de televisión cuando vio que la guerrilla de las Farc quería tomarse el pueblo. Quedó en el fuego cruzado. Los hombres armados le perdonaron la vida con una condición: tenía que seguir su vida cargando una escalera de cuatro metros de madera para que no lo mataran. Sufrieron la humillación y la aguantaron
Veinte años después la alegría que irradia Shirley Usme contrasta con lo que ha vivido. El magnetismo que posee le ha ayudado a involucrar a otros jóvenes a trabajar por la paz y para mejorar los problemas del municipio. Al ser sincera, directa, se ha convertido en un referente social para que los muchachos de San Carlos se involucren con la danza y el teatro como una manera de hacer catarsis para sacar de ellos todos los malos recuerdos. Empezó su rol como líder trabajando en la casa de la juventud ayudó a que los pelados supieran que había un lugar en donde ellos pudieran llegar a hacer lo que quisieran. Su labor fue tan buena que todos los muchachos de San Carlos pronto llegaron a conocer las bondades que tenía la Casa de la Juventud sin importar que tan lejos estén las veredas dentro del municipio. San Carlos es 70 por ciento rural y 30 por ciento urbano.
Ya no trabaja en la Casa de la Juventud pero igual sabe que la semilla que esa sembró sigue creciendo. Su legado permanece en todas las actividades que siguen haciendo los muchachos.
Involucrar a los muchachos era difícil. No creían que alguien de 17 años podría tener el liderazgo para llevar a un grupo de jóvenes. Lo único que tenían era moverse. Conocer la Casa de la Juventud como fuera y todos los que pudieran hacerlo. Manejaban la replicación de proceso. Trabajaron con valores como la reconciliación y la resiliencia. Shirley se dieron cuenta que no hubo un buen proceso con los jóvenes de la Postguerra. Entonces llegó a su municipio la Fundación Mi Sangre y empezaron a encontrar las maneras de cómo llegarle a los jóvenes: liderazgo, resiliencia y empoderamiento del territorio.
Shirley afirma que es lidereza a sus 21 años, gracias a que de la mano con Mi Sangre, desarrolló sus habilidades para la vida. Ellos la encontraron a los 16 años cuando ella lo único que quería era trabajar por los chicos del pueblo. Cuando empezó a ver que habían otros chicos en rincones de Colombia que hacían cosas como ella se emocionó y se motivó a trabajar con más ahínco. La replicación es muy importante y ella cree que es el legado más importante de Mi Sangre, con su red de jóvenes constructores de paz, a la que pertenece. Es genial poder compartir conocimiento, darles la moral que ella tuvo para dejar atrás la guerra, la distancia tan lejana en la que está San Carlos.
Cada mañana, Shirley encuentra la razón para despertarse sabiendo que va a poder compartir lo que sabe con otros muchachos.