La noche en que las amigas Íngrid y Clara Rojas se volvieron enemigas en medio de la selva

La noche en que las amigas Íngrid y Clara Rojas se volvieron enemigas en medio de la selva

El infierno del secuestro marcado por el embarazo de Clara y el nacimiento de su hijo Emmanuel entre las Farc rompieron una relación que parecía indestructible

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febrero 06, 2022
La noche en que las amigas Íngrid y Clara Rojas se volvieron enemigas en medio de la selva

La noche antes de que la secuestraran, la asesora de campaña Clara Rojas llamó por teléfono a Ingrid Betancourt, su jefa política y le advirtió sobre los peligros de viajar a San Vicente del Caguán. Era el 22 de febrero de 2002, dos días atrás Andrés Pastrana, cansado de las burlas de las FARC, renunció al proceso de paz que sostuvo con esa guerrilla casi desde el inicio de su gobierno. Fueron más de tres años donde las FARC aprovecharon los 42 mil kilómetros cuadrados que conformaban la zona de distensión para hacerse cada vez más fuertes.

A Rojas le daba pánico la visita al Caquetá justo en ese momento. Por eso, al llamarla le expresó su preocupación a Ingrid, quien le espetó con frialdad al otro lado de la línea: "Clara, si no quieres ir, te quedas. En todo caso, yo viajo". Esa noche, Clara Rojas cenó con un amigo en su apartamento. Se tomaron una botella de vino. Al despedirse le dio un beso y un abrazo. Fue la última vez que Rojas recibiría una muestra de afecto en seis años.

La comitiva de Verde Oxígeno que se prestaba a entrar a San Vicente del Caguán tras el anuncio del presidente Pastrana de adelantar una rueda de prensa en el municipio para reconocer la presencia militar en la zona de despeje, llegó en avión a Florencia. Ingrid Betancourt quería ir a respaldar al alcalde de San Vicente, Néstor León Ramírez, quien un año antes había sido elegido con el aval del partido de Betancourt.

Sin embargo, cuando Ingrid Betancourt y Clara Rojas aterrizaron en Florencia, el jefe de seguridad que la acompañaba les informó que si se quería desplazar hasta la recién terminada zona de distensión tenía que hacerlo en helicóptero. Ingrid intentó convencer al presidente Andrés Pastrana de que le enviara los medios para desplazarse pero este no pudo hacer nada. Desoyendo todo consejo cogieron carretera. Se encontraron primero con un retén militar, que solo revisó los papeles del carro, verificó las identidades de las personas que iban viajando y los dejó seguir, sin advertencia alguna. Después dieron con un retén de las FARC. El resto es historia conocida por todo el mundo.

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Ingrid en el Caguan con los que serían sus captores

La relación entre Clara Rojas e Ingrid Betancourt se empezó a romper al poco tiempo de estar secuestradas. Fue un infierno que duró seis años. Los guerrilleros que las custodiaban las amenazaban todo el tiempo. Les decían que si había algún intento de rescate por parte del ejército, las ejecutarían de inmediato. Por eso las vestían de camuflados, para que los soldados no pudieran distinguir captores de secuestrados. Además estaba el tedio. Las horas sin hacer nada para estas locomotoras de trabajo era una tortura tan dura como masticar vidrio. Los libros que llegaban eran motivo de pelea constante. Incluso, para Betancourt, el primer desencuentro que tuvo con su asesora de campaña fue justamente por uno de los tomos de Harry Potter que había llegado a la celda donde estaban los secuestrados.

Para Rojas las peleas arrancaron una de las tantas veces en las que ambas mujeres intentaron escaparse. En el segundo intento de fuga, cuando ya se habían distanciado un buen trecho del campamento,  antes de pasar por un puente, Ingrid Betancourt se encontró de frente con un avispero. Al verlo gritó tanto, hizo tanto ruido, que acabaron descubriéndolas. El castigo no pudo ser más atroz: estuvieron encadenadas a los pies durante tres semanas.

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Ingrid Betancourt secuestrada, una imagen que le dio la vuelta al mundo

La muerte del papá de Ingrid Betancourt, el exministro de Educación Gabriel Betancourt Mejía, sucedió durante su cautiverio. Clara Rojas intentó solidarizarse con ella pero la herida era insalvable. En el calor de la selva y con el estrés que generaba estar secuestrada, daba para estar en constante conflicto. Por eso no se soportaban.

Nunca se dijeron nada y ninguna de las dos ha podido establecer cuál fue el detonante de la enemistad. El punto es que al primer año ya no se podían ver y era tanta la distancia que el propio Martín Sombra, el comandante guerrillero que estaba a cargo de su secuestro, decidió cambiarlas de lugar para dormir en el campamento. La hostilidad de Ingrid era tan grande que, al pedido que había hecho Rojas de que le trajeran un diccionario para pasar las horas, Betancourt no dejó que lo usara. Ingrid incluso estableció unas clases de francés para los secuestrados pero rabia y odio hacia su vieja compañera de política la llevó a expulsarla del mismo. En una entrevista que le hizo el diario El País de España en el 2008, dijo que estaba tan aislada que había tenido que refugiarse “en el silencio”.

Clara Rojas, por su parte, creyó que podía perder la razón. No tenía amigos, ni radio. Se aislaba completamente del grupo, ni siquiera escuchaba cuando los guerrilleros gritaban su nombre. No comía, y a pesar de eso notó, en diciembre del 2003, que su cuerpo cambiaba. Estaba aumentando de peso de manera vertiginosa. No le costó mucho tiempo descubrir que estaba embarazada. Pidió una reunión con Martín Sombra, el carcelero mayor entendió todo y puso a su disposición una enfermera, además de regalarle una leche condensada y dos paquetes de galletas. Sombra también la puso a hacer una prueba de embarazo que resultó positiva.

Según le contaría después a una periodista española, Martín Sombra la felicitó, le untó sangre de tigre en la barriga y le hizo recomendaciones que sólo un médico podría hacerle. Ingrid en cambio recibió la noticia con una frase que podría sonar a mofa por el tono en que la dijo: “Bienvenida al club”. Para colmo Betancourt lideró una encerrona al otro día de saberse la noticia. El grupo de secuestrados estaba convencido de que su embarazo significaba una traición.

Según Clara, a ella la separaron de su bebé por las quejas que dio constantemente Ingrid Betancourt. Les parecía que ella maltrataba al niño, Emmanuel, quien a los pocos meses de nacido fue entregado a una familia campesina en el Guaviare. El niño fue determinante para la liberación de Clara Rojas, pues al conocerse la ubicación de Emmanuel por parte de las autoridades colombianas, la guerrilla aceptó soltar a Rojas, todo por intermediación del gobierno de Hugo Chávez.

Ingrid Betancourt y Clara Rojas nunca más volvieron a hablar. La segunda recuperó su libertad el 10 de enero de 2008, siete meses después de su vieja compañera de política, pero ni siquiera cuando Ingrid volvió a Bogotá hablaron por teléfono. Esa relación quedó rota para siempre, tal vez por las presiones del secuestro, tal vez por los dolores de la guerra, lo cierto es que cada una tomó su propio camino.

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