Llegó hace treinta años de Australia. Arrancó en un garaje en la Avenida Caracas y poco a poco fue agarrando pueblo hasta que la Congregación no cabía sino en una sala de conciertos tan impresionante como la de La Castellana, donde ya tienen dos manzanas. El barrio gira comercialmente en torno a la iglesia Su Presencia, un monstruo del entretenimiento cristiano.
No solamente están aquí. El pastor Andrés Corson tiene iglesias en Suba, una sede campestre en Cajicá y otra en El Nogal. Fuera de Bogotá tiene sedes en Medellín, Chiquinquirá y otra en Dallas, Texas (Estados Unidos).
Allí, en La Castellana, está su sello: El Lugar de su Presencia. Basta con pasar un miércoles, un sábado y un domingo de cualquier semana para ver las filas descomunales. Los miércoles es el día más agitado. Las filas cubren varias cuadras con jóvenes amontonados para ver, como si fuera a un concierto de Karol G., a los pastores en el culto. Los que no alcanzan a ingresar al auditorio principal, entran al teatro adyacente que está arreglado con pantallas gigantescas. Esos teatros también se llenan a reventar.
Los espacios no dan abasto así que todo el barrio se convierte en un inmenso parqueadero. La euforia adentro sólo se compara con lo que se puede sentir en un estadio de fútbol o en un concierto de reguetón.
A la iglesia Su Presencia hay que llegar temprano
Para entrar, lo único que te piden es tener paciencia, llegar con media hora de anticipación y hacer la fila que, lentamente, va entrando en la iglesia. Si no llegas temprano un miércoles, en los que la reunión empieza a las cinco, te quedas afuera. Adentro hay guías dispuestos a ayudar a la gente con el acomodo de su silla. Hay guías para todo: para los parqueaderos, para las filas, para la librería. La librería puede ser una de las pocas que consiguen utilidades vendiendo algo arcaico como es un libro de papel.
La emoción que se vive adentro no se compara con lo que se siente en un templo católico. Por eso, muchos jóvenes han entrado a hacer parte del ejército santo de Andrés Corson. Las imágenes no dejan ninguna duda. Aquí, la emoción toca las fibras del alma.
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