Desde que supe de la existencia de Ayaan Hirsi Ali, le he seguido la pista. Es una mujer fascinante.
Creció en una familia de musulmanes en Somalia y a los 5 años fue víctima, como muchas mujeres somalíes, de mutilación genital.
Tras la violencia en su país y siendo hija de un político opositor del gobierno a mediados de los 70, esta hermosa mujer y su familia se trasladaron a Arabia Saudita, luego se fueron a Etiopia y finalmente llegaron a Kenia cuando solo tenía 11 años. Más tarde, al enterarse que su padre estaba arreglando su matrimonio, viajó a Holanda y allí se convirtió en traductora y defensora de mujeres que, como ella, pedían asilo.
No contenta con lo que sucedía a sus congéneres maltratadas por el islam en Holanda, decidió lanzarse a la política para combatir con sus ideas la violencia de los extremos de una cultura que conocía de cerca.
En 2003 fue elegida parlamentaria representando al Partido Liberal de centro derecha. Fue durante ese periodo de su vida, que duraría tres años, en el que su fama como crítica extrema del islamismo la condujo por nuevos rumbos.
Su visión del mundo, que incluía el haberse convertido al ateísmo, sus duras críticas al gobierno holandés por no ponerle la debida atención a los abusos de los musulmanes a sus mujeres, y su férrea convicción de que la mutilación genital femenina es un crimen, atrajo la atención del conocido director Theo Van Gogh. Por eso la animó a escribir el guión de Submission.
El cortometraje de diez minutos que criticaba a la sociedad islámica por su trato a las mujeres en Holanda fue presentado en agosto de 2004 generando toda clase de reacciones.
En noviembre de ese mismo año Mohammed Bouyeri, un musulmán de Marruecos, asesinó en Ámsterdam, a Van Gogh. Su cuerpo fue baleado y apuñalado, y en su pecho fue clavada una nota en la que amenazaban de muerte a Hirsi Ali.
Algunos afirman que se fue del país por estas amenazas, mientras que otros aseguran que salió por que su ciudadanía había sido obtenida de manera ilegal —algo que aún se discute—.
Lo cierto es que después de moverse por varias localidades en Holanda para cuidarse, en 2006 llegó a Estados Unidos en donde siguió su lucha.
Hirsi Ali defiende a capa y espada la idea de que la religión del islam no se debe separar de la ideología política y que hay que combatirlo como un todo y en todos sus aspectos.
En algunas ocasiones se ha referido a los liberales norteamericanos que se consideran feministas como hipócritas. Ha dicho que el feminismo moderno ha perdido su rumbo y que debería, entre otras cosas, estar combatiendo al islam radical.
Muchos la catalogan de extremista. Hirsi Ali ha calificado al islam del “nuevo fascismo”, “culto de la muerte y destructivo”. Ha dicho, incluso, que deberíamos estar en guerra contra el Islam.
En una reciente entrevista Hirsi Ali habló sobre los tristes sucesos de París en los que murieron 17 personas a manos de fundamentalistas musulmanes.
Con la calma y diplomacia que la caracteriza repitió nuevamente sus argumentos contra el islam, metiéndole frases más suaves como “la pluma siempre será más fuerte que las balas”.
Puedo entender de dónde vienen las ideas extremas de Hirsi Ali.
Ella creció en una sociedad donde las mujeres no pueden ni salir a la calle sin permiso de un hombre y además deben estar acompañadas siempre por una figura masculina. En donde la violación, el abuso y las torturas psicológicas son la norma de todos los días para las mujeres. En donde los matrimonios son arreglados y las mujeres deben obedecer a sus maridos en todo.
Aunque tuvo la suerte de salir, estoy segura que carga consigo todo el bagaje emocional y psicológico que situaciones de este tipo pueden ocasionar en un ser humano.
La admiro porque del dolor y de la lucha ha salido una gran académica, luchadora y convencida de sus ideas.
Pero la acompaño. El extremismo de sus ideas no es más que el reflejo de que aún pesan más los resentimientos que la claridad e inteligencia de sus ideas.
Para mí el extremismo no se combate con extremismo.