Sotanas y homosexuales
Opinión

Sotanas y homosexuales

No existe la coherencia absoluta.

Por:
octubre 20, 2014
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Todos construimos nuestra existencia sobre contradicciones más o menos soportables, y ese etéreo llamado crecimiento personal, no logro imaginarlo como otra cosa que el intento permanente —y siempre inacabado— de hacer coincidir, cada vez más, nuestros pensamientos y nuestra visión moral con nuestros actos.

Defendemos la aplicación de correctivos a quienes transgreden las normas pero entramos en cólera cuando nos llega una multa de tránsito.
Levantamos la voz para señalar a las empresas evasoras de impuestos pero a la hora de pagar nuestros tributos acudimos al verbo evadir en toda su amplitud gramatical.

Somos, en esencia, incongruentes. Unos más, otros menos. Sin embargo está claro que el primer paso para superar nuestras incoherencias morales consiste en reconocerlas. Por eso mismo hoy pongo una de ellas en el centro del debate: no se puede ser simpatizante de la causa homosexual y al mismo tiempo católico practicante sin incurrir en una contradicción insostenible.

El Sínodo de obispos realizado los pasados días en el Vaticano, produjo un documento que, según algunos medios, contenía declaraciones revolucionarias con relación al tema homosexual.
El mencionado documento se preguntaba, en resumen, si la Iglesia era capaz de "dar la bienvenida a los homosexuales" .

La verdad es que una cosa es dar la bienvenida y otra muy diferente preguntarse si es capaz de hacerlo. Aún así reconozco que, viniendo de donde viene, sí resulta llamativa la simple enunciación de la pregunta.

Lo particular y predecible fue lo que ocurrió luego: ante las críticas de un grupo de prelados angloparlantes, el Vaticano cambió los términos del documento.

Donde decía "dando la bienvenida a los homosexuales" consignó "atender a las personas homosexuales".

¡La supuesta casa de la bondad se arrepiente de dar una simple bienvenida! ¡Y considera que en lugar de acoger debe atender!
Se atiende a los enfermos o a los desvalidos. Pero es lógico: para la Iglesia católica los homosexuales continúan siendo o enfermos o minusválidos. O ambas cosas.

Ante la avalancha de críticas, Federico Lombardi, portavoz del Vaticano, informó que el texto se revisará y será sometido a votación.
Pero la postura ya quedó clara: estamos ante una institución que se autoproclama adalid de la moral y aún así, en pleno siglo XXI, necesita someter a votación el tema no de incorporar, no de validar, sino de dar una bienvenida a los homosexuales.

Sin importar al intento de sus defensores por disfrazarla con un insostenible traje de modernidad, la Iglesia católica exuda una homofobia imposible de ocultar y su visceral rechazo a la diferencia se instala en el núcleo de su doctrina. Es eso lo que pregona en sus documentos, lo que enseña en sus colegios y lo que transmite en cada uno de sus actos.

Si usted es católico y considera que los homosexuales son enfermos dignos de lástima o pecadores que merecen la condena eterna, entonces lo felicito: es, al menos en este punto, absolutamente coherente.

Pero si usted se considera un simpatizante de los derechos de los homosexuales, si tiene un familiar o un amigo homosexual al que ama y respeta, si cree que la discriminación hacia los homosexuales debe detenerse, y aún así va a misa los fines de semana, entrega donativos a su parroquia o tiene a sus hijos en un colegio católico, debería preguntarse seriamente sobre la congruencia moral de ese escenario.

 

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