Proteger a los niños de las ideas de sus padres
Opinión

Proteger a los niños de las ideas de sus padres

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junio 08, 2015
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La potestad de los padres para decidir sobre todos los ámbitos de la vida de sus hijos parece ser un tema intocable.

Entiendo que resulte polémico sugerir, por ejemplo, que la educación religiosa de los niños constituye un abuso, pero no debería ser así, sobre todo porque efectivamente lo es.
Los dogmas religiosos se siembran en los niños a una edad en la que carecen de capacidad crítica y en la que no poseen herramienta alguna para defenderse de ellos o para al menos decidir si quieren o no adoptarlos.
Pero en la práctica a nadie le importa que los padres tengan total derecho a moldear a su antojo las creencias de sus hijos y el Estado ampara esa atrocidad.

Recuerdo un video que se hizo viral hace no muchos años y que presentaba a un enardecido niño predicador. ¿Cuántos de los adultos que se escandalizaron por la criminal manipulación de ese pequeño llevan sus hijos a misa cada domingo, como si hubiera alguna diferencia fundamental entre uno y otro adoctrinamiento?

Ejemplo emblemático es el de los Testigos de Jehová que, por creencias religiosas, rechazan las transfusiones sanguíneas para sí mismos y para sus hijos, lo que en no pocos casos ha puesto en peligro la vida de pequeños inocentes a quienes la ciencia ofrece una opción terapéutica efectiva y segura, que no se puede hacer efectiva porque se interpone la superstición amparada por la tradición y en algunos casos por la ley.

La pasada semana se diagnosticó el primer caso de difteria en España en 28 años y en febrero se presentó en los Estados Unidos un inesperado brote de sarampión. Ambos casos resultado de niños cuyos padres se negaron a vacunarlos.

El movimiento antivacunas representa el lado más perverso de las supersticiones seudocientíficas y de las teorías conspiratorias: toda una joya de la Nueva Era con tanto fundamento científico como el Reiki, el tarot, la carta astral o la limpieza del aura.

Dejar de vacunar un niño es un crimen que atenta no solo contra la salud de ese niño sino contra la de la sociedad entera a la que pone en peligro y como tal debería ser abordado por el Estado.
Pero falta mucho para que así sea porque, antes de que eso suceda, ha de instalarse en la sociedad la idea clara de que la mente de los niños es un tesoro no para moldear, sino para proteger y salvaguardar aún —y en muchísimos casos especialmente— de la manipulación paterna.

 

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