Los riesgos no contados de meterse a OnlyFans o conseguirse un sugar daddy

Los riesgos no contados de meterse a OnlyFans o conseguirse un sugar daddy

Una chica quería abrir una cuenta de Only Fans o conseguirse un Sugar Daddy. Cuando le preguntaron por qué no lo hacía, respondió: "Me dan miedo que me maten"

Por: Daniel Cerón
julio 27, 2022
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Los riesgos no contados de meterse a OnlyFans o conseguirse un sugar daddy
Foto: Flickr
Anoche, conversando por teléfono con Ana Lucía, que me había llamado por mi cumpleaños y a quien quiero muchísimo -incluso más de lo que de ordinario se quieren a las amigas- ella me hizo saber que estaba pensando en abrir una cuenta de OnlyFans o en conseguirse un "sugar daddy".
El asunto no me molestó en principio, pues esas dos cosas no soy hoy algo extraño o censurable. El hecho de que nos hayamos acostado un par de veces no ha eliminado -a mi pesar- las distancias que nos separan y tanto ella como yo cultivamos otras relaciones amorosas además de la nuestra. En realidad, no sentí esos "celos" que vienen con la apropiación del otro. Sin embargo, ocurrió algo que me hizo entrar -como casi siempre que abro los ojos- en conflicto con nuestra contemporaneidad.
En el trascurso de nuestra conversación le pregunté por qué quería abrir una cuenta en OnlyFans o encontrar un "Sugar Daddy" y la respuesta que me dio es la que cualquiera esperaría: "Necesito plata". Sabe Dios aquello a lo que nos empuja la necesidad y es ahí donde comienza el problema. Desde que la conozco Ana Lucía ha sido muy independiente, trabajadora, "guerrera", lo que hizo que esa respuesta, aún cuando encajase dentro de la moral "normal", adquiriera para mí un sentido muy distinto.
Sé que ella está pasando por una situación difícil, que nada en su vida le satisface del todo y que aún no logra instalarse en el mundo. Imaginé que si ahora buscaba solucionar sus problemas acudiendo a los lazos de dependencia económica que el patriarcado y el mercado sexual le ofrece es porque se siente cansada, que de una u otra forma le pesa el mundo y que preferiría alivianar las cargas antes que seguir padeciéndolas. Mi sentimiento fue el de la compasión, el de com-padecer, el de padecer-con ella un mismo sentimiento de fatiga o agotamiento existencial.
Pero la cosa se puso más extrema para mí cuando le pregunté por qué no lo hacía, por qué no había abierto ya una cuenta en OnlyFans o por qué no se había conseguido un Sugar Daddy. Ella es una mujer preciosa, muy sexy y lo suficientemente astuta como para no poder conseguir las dos cosas y obtener el dinero que necesita. La respuesta que me dio fue realmente abrumadora: "me da miedo que me maten".
¡Jamás se me habría pasado por la cabeza una respuesta semejante! En el momento me pareció que ella exageraba, no sabía qué testimonios había escuchado al respecto, pero me costó creer que lo que me decía lo decía en serio.
Luego investigué un poco y me di cuenta que los casos de Melanie Juárez y Carol Maltesi o Angie Tatiana Idárraga confirman que eso es posible, que ya ha ocurrido, que no es una exageración y comprendí, al fin, que algo muy perverso liga el OnlyFans y el Sugar Daddy a la prostitución.
Lo que sentí fue miedo, miedo de que le pasara algo a Ana Lucía si decidiera hacerse parte de ese mundo en el que ella dejaría de ser ese ser hermoso que es para convertirse en un objeto de perversión bajo la mirada de un otro desconocido, anónimo, que se sentiría con el "derecho" de hacer con ella lo que le viniera en gana al haber comprado ese "derecho".
Pienso que en el mundo hipersexualizado de hoy aparecen demonios como estos y que nosotrxs los subestimamos: de hecho, subestimamos la relación simbólica entre sexo y mercancía y lo que liga esa experiencia de cosificación a la violencia y a la muerte.
El capital no coopera en absoluto, no previene, no cuida a nadie: todo está bien mientras se sigan realizando las transacciones y la guerra contra la moral sexual, a veces, pierde de vista que la moral puede suspenderse en el vacío pero el capital no, y ahí donde abrimos paso a todos los demonios habrá quien, en el círculo vicioso de las transacciones y sus efectos simbólicos de apropiación fetichista, prefiera irse a la cárcel o enviar flores a una tumba antes que renunciar a sus "derechos adquiridos".
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