Los procuradores también se mueren
Opinión

Los procuradores también se mueren

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marzo 09, 2015
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La lucha del procurador Ordóñez es contra la felicidad. Contra la de los otros, por supuesto. La suya consiste, precisamente, en obstaculizar la posibilidad de ser feliz a cualquiera que no conciba la vida del modo en que él lo hace.

Cada rincón de su mente enfermiza está colonizado por la idea de la “restauración del orden cristiano y el aplastamiento del comunismo ateo”, como reza su tesis de abogado de la Universidad Santo Tomás de Bucaramanga, dedicada la Virgen María, donde, de paso, manifiesta su esperanza de que “brille por doquier la Fe Católica pues sin ella no hay esperanza para las sociedades y para los hombres”.

Su pose de energúmeno inquisidor es ya familiar para todos los que vivimos en este país extravagante.
Pero esta semana, en unas imágenes de nuestro jefe del Ministerio Público que de modo casual pesqué en la televisión mientras huía de programas de cocina, concursos de imitadores y series de alienígenas, vi al procurador de un modo diferente.

No es que se le viera menos amargado. No. En eso se supera cada día.
No es que su vehemencia de capellán frustrado hubiese disminuido. No. Por el contrario. Ahora se le ve más vehemente, más capellán y más frustrado.
No es que lo haya visto como un personaje menos siniestro. No. Simplemente lo vi más viejo. Francamente envejecido. Y esa característica que a todos nos colonizará y que en la mayoría de las personas logra transmitirme serenidad y respeto, en el caso del señor Ordóñez me produjo una sensación similar al alivio.

Siempre habrá posturas conservadoras en nuestra sociedad y francamente creo que la erradicación absoluta de esa visión del mundo no es un escenario deseable.
Pero una cosa es la visión conservadora y otra la pulsión cavernícola por el regreso —precisamente— a las cavernas.
Una cosa es situarse en el extremo azul de la balanza y otra destrozar la balanza a garrotazos para evitar que el otro extremo se ocupe con alguien que decida vivir de un modo diferente.
Una cosa es concebir un camino personal a la felicidad y otra dedicar trabajo, fuerzas y bilis para que cualquier ruta diferente sea proscrita y condenada.

En su más reciente movimiento la Procuraduría solicitó que se anulara la sentencia de la Corte Constitucional que ordena al Ministerio de Salud proceder a la reglamentación de la eutanasia.
Pero hoy, por primera vez, la indignación que se apodera de mí ante este tipo de canalladas a las que nos tiene acostumbrados el procurador, fue atenuada por una suerte de certeza proveniente de su envejecimiento y que podría explicar del siguiente modo.

Cada una de las causas a las que Ordóñez se ha opuesto con Biblia y crucifijo en mano, ha logrado avanzar de modo cierto, pese a sus jaculatorias y artimañas.
Sí. Cientos de piedras en el camino de la consecución de la igualdad se las podemos atribuir a la Procuraduría, pero aún así, las parejas del mismo sexo han logrado preciados avances en la reivindicación de sus derechos, la tolerancia hacia el consumo personal de cannabis sigue expandiéndose y el debate sobre el derecho a morir con dignidad está lejos de haberse silenciado, por mencionar apenas tres ejemplos.

Sí. Ordóñez seguirá profiriendo discursos medievales, continuará escupiendo fuego y no cesará de utilizar su índice para señalar desde su púlpito. Pero los años marcan su declive y esa es una realidad que ni su energúmeno dios puede contradecir.

Y mientras el tiempo avanza en contra del procurador, los movimientos sociales que claman por la igualdad de derechos, por la libertad de creencias, por la separación de Estado e Iglesia, siguen consolidándose y usando el paso de los años como uno de sus mejores aliados. Y esa es una realidad a la que ni monseñor Ordóñez, en su refinada perversidad, puede oponerse.

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