En defensa de las fotomultas
Opinión

En defensa de las fotomultas

Por:
mayo 04, 2015
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Medellín ha cambiado en los últimos años. Y lo ha hecho para bien.
Sin embargo no creo que seamos los más en nada, como rezan varios de los eslóganes públicos redactados con esa pomposidad grandilocuente que tanto gusta en nuestras montañitas.
Aunque pensándolo bien, sí somos los mejores en algo: en trasladarle la culpa al otro y en evadir la autocrítica.

Cuando en el 2014 el periodista peruano Guillermo Galdós presentó en el Canal 4 de Gran Bretaña un reportaje en el que develaba la realidad de la prostitución infantil en Medellín, la administración municipal y gran parte de la población reaccionaron airados. Y, como bien lo hacía notar la columnista María Jimena Duzán, curiosamente “no cuestionaron al periodista porque hubiera faltado a la verdad sino porque se atrevió a mostrar en su documental a una Medellín que existe en la realidad pero que casi ningún paisa quiere ver.”
La retorcida lógica paisa concluye que la culpa no reside en nuestra incapacidad para resolver la tragedia de la prostitución infantil sino en el descaro de un periodista que decidió mostrar ese lado de la ciudad y no el hermoso metrocable.
¿Autocrítica? ¡Jamás! ¡La culpa es del periodista!

Hace pocas semanas el también británico semanario The Guardian publicó un informe gráfico que denunciaba la narcoestética en la mujeres y niñas de Medellín, así como la enfermiza costumbre de someterse a cirugías plásticas, tan tolerada y establecida aún en niñas de cortísima edad.
La indignación no se hizo esperar: los periódicos locales, las redes sociales, las autoridades. ¡Que esa no es la mujer paisa! ¡Que ciertos periodistas no son capaces de ver los ejemplos de mujeres emprendedoras y valientes! ¡Que patatín, que patatán!
Lo que me queda claro es que ninguno de los que respondió enardecido ha estado un viernes por la noche en el Parque Lleras de El Poblado.
La extraña lógica paisa concluye que la culpa no reside en el patrón estético femenino que hemos establecido como deseable, ni en la presión que ejercemos sobre niñas y mujeres para que se acomoden a el, sino en el periódico que se atrevió a publicar las fotos de las Yayitas, no bajo un titular elogioso sino bajo uno peyorativo.}
¿Autocrítica? ¡Jamás! ¡La culpa es de la fotógrafa!

La pasada semana se anunció el inicio de operaciones del sistema de carro fotomultas: un móvil equipado con cámaras que estará rodando por la ciudad en busca de autos mal parqueados.
¡Las redes explotaron!: que si ladrones los funcionarios del Tránsito Municipal, que si ávidos de recaudo, que si es posible esquivarlas, que existen trucos para no pagar, que todo mal, que con este gobierno no se puede.

Quien escribe esta columna está muy lejos de ser un conductor modelo: tres veces he sido multado por el sistema de fotomultas de la ciudad y tres veces he experimentado la misma sensación cuando he recibido el comparendo: profunda rabia.
Pero rabia conmigo por no aprender la lección. Jamás rabia con el sistema o con la cámara o con el funcionario que me dictó el tedioso curso al que me hice acreedor con honores.
La lógica elemental me dice que si me han multado es porque he cometido una infracción y que si he cometido una infracción, la responsabilidad es mía, no de la cámara.

En pocos escenarios, como en este de las fotomultas, se hace tan evidente una de las mayores tragedias de la naturaleza paisa y la que considero como su más grande impedimento para alcanzar estados superiores de cultura ciudadana: esa profunda incapacidad de autocrítica manifiesta en su patológica tendencia a derivar hacia otros las responsabilidades propias.

La enferma lógica paisa concluye que la culpa no es de quien se parquea en una zona prohibida, de quien se roba un semáforo en rojo, de quien viola la restricción del pico y placa o de quien excede el límite velocidad, sino de esas malditas cámaras que nos pillan en flagrancia y a las que resulta tan difícil evadir.
¿Autocrítica? ¡Jamás! ¡La culpa es de la fotomulta!

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