Dejen en paz al reguetón
Opinión

Dejen en paz al reguetón

No existe un género superior a otro porque no existe un público superior a otro

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mayo 02, 2016
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Cuando en la primera mitad del siglo pasado la Orquesta de Edmundo Arias grabó un porro llamado El mecánico, montones de voces se hicieron sentir contra su letra inmoral. ¡Cómo era posible —gritaban— que alguien cantara impudicias como “Ponle el tornillo a la máquina. / Úntale grasa y caliéntalo. / Sácalo límpialo y mételo.”!

Sin embargo, y pese a las voces que se levantaron en su contra (y que hoy nadie recuerda), el porro de Arias se ha convertido en una pieza emblemática de la música tradicional de la costa norte de Colombia.

En todas las épocas se ha publicado música que la sociedad de turno ha marcado como la última frontera de lo aceptable. ¿Ya olvidamos la cara de nuestros padres ante la Lambada?

Hoy el blanco para el ataque es el reguetón. Que J. Balvin escribió mal el nombre de su álbum, que Nicky Jam desafinó en Viña del Mar, que fulano no sabe leer partituras, que los reguetoneros no cantan, que sus letras son horribles. Si alguien quiere coleccionar improperios y adjetivos descalificadores, basta que publique algo relacionado con el reguetón y la cosecha está garantizada.

 

En lo personal, nada del reguetón me gusta:
su ritmo me aburre, sus melodías insípidas me molestan
y sus textos me desagradan por babosos

 

En lo personal, nada del reguetón me gusta: su ritmo me aburre, sus melodías insípidas me molestan y sus textos me desagradan por babosos. Pero creo que la mejor forma de ejercer la censura personal frente al género (a la que, por supuesto, tengo derecho) es, simplemente, no comprar los discos, no asistir a los conciertos y no escucharlo en las plataformas de streamig. Y punto.

Por supuesto que si alguien me pregunta sobre el asunto, también tendré mi colección propia de adjetivos, como la tengo para cualquier otro género musical. Pero una cosa es sentar una postura frente a un hecho estético y otra, muy diferente, hacerlo desde una esquina de superioridad. Y la razón es bien sencilla: ¿te sientes superior porque, en lugar de reguetón, escuchas a Silvio Rodríguez? Déjame decirte que habrá quién sustente que, frente a la elaboración conceptual de la música de Björk, las canciones de Rodríguez son un amasijo insufrible de poses intelectualoides. ¿O te sientes superior porque los reguetoneros no tienen idea de quién es Björk, ese faro de creatividad que Reikiavik regaló al mundo y que tú adoras? Pues sorpréndete: muchos estarán en capacidad de argumentar que, ante la contundencia minimalista de Leonard Cohen, la chica de Islandia no es más que un ícono estrafalario y sobreactuado. ¿O crees, entonces, que adorar a Leonard Cohen te autoriza a mirar con desdén el reguetón? Lo siento. Para muchos, Cohen es un fósil mandado a recoger.

La valoración de los géneros musicales, aunque las emisoras o las revistas especializadas insistan en hacérnoslo creer, no se construye en forma de podio. O, si se hace, ese podio no tiene validez más allá de la  esfera individual. Esperar que se proscriba, se borre o se ignore un género, para propiciar un unanimismo que favorezca el género que amamos, es abrir la puerta para que alguien, cuando no guste de nuestros géneros amados, pida que se proscriban.

No existe un género superior a otro porque no existe un público superior a otro.

Existen géneros que destacan en algún aspecto y serán los perfectos para el público que busque justamente ese matiz. ¿Te interesa la letra? Ahí está la canción de autor. ¿Lo que deseas es bailar? Pues sobran géneros para eso. Preferir una u otra cosa no te hace superior.

Lo otro, es lo que cada uno hace en casa.
En mi caso particular, si en la tele aparece Maluma, cambio el canal; si en la radio suena reguetón, corro a apagarlo; y si me llega un disco publicitario de esos que las empresas regalan en Navidad y tiene un solo tema de reguetón, lo lanzo al cesto de la basura como si estuviera infectado de ébola.

Pero eso hago yo, en mi casa. Los demás, siempre que su volumen no me obligue a compartir la audición, que disfruten lo que quieran, cuando quieran y cuantas veces quieran.

¡Ah! Y no me vengan con el cuento de los valores que esa música transmite. Desde ese lugar se atacó en su momento al rock, al funk, y al blues, por solo mencionar algunos géneros. Y cada uno de esos ataques fue por completo fallido. Y la razón es que la responsabilidad de educar recae en los padres y en las escuelas, no en la música. La m,úsica solo tiene la responsabilidad de ser música.

 

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