Aviones y aeropuertos: el bazar de los cretinos
Opinión

Aviones y aeropuertos: el bazar de los cretinos

Por:
junio 23, 2014
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"Es mentira que sea un caballero cuando nadie me ve", dice una canción de Joaquín Sabina. Y esa afirmación aplica para la mayoría de seres humanos que conozco, incluyéndome, por supuesto.
Vivimos en una impostura más o menos controlada.
Un día ayudamos a un ciego a cruzar el semáforo y otro arrojamos una basura a la calle. Podemos comportarnos de manera solidaria con el vecino y luego sacar provecho de los demás cuando se nos presenta la oportunidad.
Somos eso. Duales e imperfectos. Cuando estamos en colectivo mostramos el mejor de nuestros ángulos mientras en soledad, cuando desaparece la presión social, nos comportamos no pocas veces como unos perfectos imbéciles.

Por eso valoro tanto el escenario de los aviones y los aeropuertos: existen poquísimas puestas en escena colectivas donde se haga más evidente la doble cara de las personas, y asistir a ese lamentable laboratorio, si bien no es un placer, es al menos un privilegio antropológico.

Por no sé qué clase de intrincado mecanismo mental, parecería suceder que una vez se encuentran adentro de un avión o en un aeropuerto, las personas pierden por completo el control de su lado oscuro y el desagradable Mr. Hyde que todos llevamos adentro, aparece sin pudores ni filtros.

"A partir de este momento los aparatos electrónicos deben estar apagados. Mantenerlos encendidos atenta contra la seguridad del vuelo."
Eso dice la voz en los altoparlantes.
Sin embargo un número cada vez más creciente de pasajeros simplemente los silencia o descaradamente los continúa utilizando en una actitud que podría traducirse de varias formas: "soy un cretino al que mi seguridad y la de todos los aquí presentes le importa un comino", o tal vez "nunca me ha pasado nada cuando hago esto, por lo que asumo que el personal a bordo dice mentiras, lo que me convierte en un doble cretino solipsista al que mi seguridad y la de todos los aquí presentes le importa un comino" o quizás y simplemente "soy un cretino y punto".
Este espécimen me causa especial curiosidad porque la mayoría de las veces parece corresponder a personas con altos perfiles laborales, hombres y mujeres muy bien vestidos, poseedores de cerebros funcionales y de dosis elementales de respeto por los demás, o de al menos una de las dos características. Pero el maravilloso laboratorio aeronáutico permite contradecir sin asomo de dudas esa primera impresión.

"Es requerimiento de la autoridad aeronáutica que permanezcan sentados hasta que la nave se detenga", recita la voz de la sobrecargo por los parlantes.
O al menos eso escucho yo, porque otro gran número de pasajeros escuchan algo como "por favor, libere la bestia que le habita, salte de inmediato al pasillo con la más beligerante de sus actitudes, procure abrir los compartimentos del equipaje y, de ser posible, ponga cuanto antes su trasero en la cara del pasajero más cercano".

A eso se suma, por mencionar un ejemplo más, la agitada comedia del embarque donde de muy poco sirve la indicación de subir al avión por grupos según el número de asiento. No. Eso es un impensable. (Al menos para el pasajero promedio a quien el duendecillo interno le grita: "¡el último que suba es un pendejo!”).

Sí. En los aeropuertos y en los aviones nos comportamos exactamente como somos: ventajosos, egoístas, insolidarios. Y podría extenderme en la lista de improperios, pero debo suspender la escritura de mi diatriba: la azafata viene por el pasillo y me va a pillar usando el iPad durante el despegue.

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