Vivir en Bogotá: un acto heroico

Vivir en Bogotá: un acto heroico

'Es más fácil convivir con una manada de hienas que con los habitantes de la capital'

Por: Fabio Andrés Olarte Artunduaga
julio 29, 2015
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Vivir en Bogotá: un acto heroico

Hace poco menos de 25 años mi madre me trajo al mundo en la más importante metrópolis colombiana. Una ciudad en la que casi todo el año hay que andar con chaqueta y sombrilla en la mano, por lo que ver el sol y vestir camiseta en la capital de la República de Colombia es un acto digno de celebrar. Una ciudad que dejé siendo muy niño pero a la que volví algún día y la encontré peor que nunca, aunque años después entendí que, día tras día, se vuelve un lugar menos amigable para la existencia de la especie humana. O sea, cada mañana es más horrenda que la anterior. Por eso afirmo que vivir en Bogotá es un acto heroico.

En Bogotá, prácticamente, no se puede respirar. Hay casi 16 millones de fosas nasales que inhalan oxígeno segundo a segundo, haciendo que el elemento químico de número atómico 8 sea cada vez más preciado por unos pocos. Los automóviles ya no caben por las vías, y las empresas que los venden no paran de otorgar créditos a personas que no pueden pagarlos, con el fin de que adquieran vehículos nuevos y sigan llenando los bolsillos de unos pocos con billetes verdes y los pulmones de muchos con smog. Cada día hay más buses rojos articulados que lanzan humo a diestra y siniestra, arruinando la calidad de vida de los pobres niños, adolescentes, jóvenes y ancianos que deben vivir en esa ciudad espantosa. Los aviones no tienen restricciones horarias para transitar por encima de las cabezas de los colombianos que viven en Bogotá, haciendo ese ruido molesto que perturba hasta al más escandaloso de los habitantes de la capital. En suma: contaminación de todo tipo es la que se encuentra a lo largo y ancho del pequeño asentamiento que fundó un ladrón español llamado Gonzalo Jiménez de Quesada.

Y, probablemente, por haber sido fundada por ese cordobés miserable, la gente que vive en Bogotá no es de lo mejorcito que ha parido el mundo. Cada quien tira para su lado y pasa por encima del que sea, sin importarle un carajo la integridad del otro. Allá el más vivo es el más malo, y el más bueno es el más tonto. Empujones, groserías, malas caras, ofensas, abusos, gritos, indecencia, inmoralidad, desconfianza y envidia es lo que brindan en mi ciudad. Es más fácil convivir con una manada de hienas que con los habitantes de Bogotá en el mismo espacio, porque las hienas al menos no parecen ser amables. Hay ladrones, asesinos, hinchas de futbol criminales, violadores, drogadictos, truhanes, mediocres, perezosos y aprovechados que, cada vez que pueden, le dejan grabado en el pensamiento a los más pequeños que deben ser así para “no dar papaya”. Y aparte de todo son brutos, muy brutos. Cada tanto van a las urnas y eligen a un criminal para que lleve las riendas de una ciudad anclada a la miseria. Es más, este año le van a entregar el poder a cualquier Pardo, Peñalosa, Santos o López para que sigan viviendo como reyes, mientras los que votan viven como esclavos.

La cultura no es apoyada y, usualmente, es ignorada. Al deporte acceden unos pocos, porque no hay escenarios dignos para que los niños practiquen con tranquilidad cualquier actividad física. Pero eso no le importa a nadie. Lo único que les importa a los habitantes de Bogotá es llegar cansados de trabajar o estudiar a sentarse enfrente de la caja estúpida y ver telenovelas que les rinden homenajes a asesinos como Diomedes Díaz. Los sujetos que habitan mi ciudad actualmente se matan entre ellos, se explotan, se abusan. Pero eso lo solucionan de una forma simple, poco menos que ideal. Van al 20 de julio el domingo y con un par de padres nuestros arreglan el problema, y en caso de que lo que hayan hecho sea más grave, la solución es subir un cerro que se llama Monserrate y allá, todos sudados y oliendo horrible, le dejan unas monedas al señor caído que perdona por arte de magia las desgraciadas acciones que realizan durante toda la semana. ¿Y qué hacen al salir de la misa o al bajar de la montaña? Sencillo, se sientan en una tienda, toman cerveza o aguardiente, pelean, se matan y el ciclo vuelve a empezar.

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