Todas somos Carolina

Todas somos Carolina

“Una voz de un hombre anónimo me insulta por ser mujer, por ser una voz crítica y defender mi condición de lesbiana. Quiere callarme. No lo logrará”

Por:
noviembre 12, 2016
Todas somos Carolina

El día que vi por primera vez la horrible imagen de Carolina Sanín con la cara golpeada, yo

estaba sentada en una silla mecedora leyendo el libro de Octavio Paz titulado  “Sor Juana Inés de La Cruz o las trampas de la fe”. Un libro que una mujer debería leer muchas veces, recuerdo pensar mientras anotaba en mi libreta. Así de tranquila estaba yo cuando mi teléfono sonó.  “¿Has visto lo que le han hecho a Carolina? ¡Mira lo que te acabo de mandar por correo. Mira!” La voz de mi amigo sonaba adolorida, angustiada. Y dejando mi libro a un lado, la imagen que vi en la pantalla del computador me atacó.

Mientras él me trataba de explicar semejante historia tan bizarra, mis ojos no podían apartarse de la violencia: el ojo morado de una mujer sonriéndose…la cara de una escritora abusada en esta aterradora red porque sí…para que aprenda a estar en su lugar. Que no es el lugar público, el lugar donde se debaten y se crean ideas. Oh, no. Que se vaya Carolina a la cocina y a la cama. Que deje de escribir, de expresar sus opiniones, que deje de decir que en nuestro país a las mujeres no se las trata por igual. Que no sepa tanto. Que se vaya a la cocina o a la cama. A donde se nos ha querido tener desde tiempos inmemoriales Que deje de ser valiente y guerrera.

Qué horror, le dije a mi amigo, que horror…y los dos colgamos y yo, no pudiendo volver a mi libro, busqué el muro de Facebook de Carolina y le escribí mi apoyo incondicional. Igualmente protesté en mi muro:  “Estoy contigo, Carolina. 300 por ciento. Estoy con todas. Horror de los horrores”. Y terminaba diciendo: “ Como siempre he dicho: hay distintas formas de apedrear a una mujer. Y la gran mayoría de ellas no requieren piedras. Hay distintas formas de obligarnos a usar burkas. Y la gran mayoría de ellas no requieren burkas”.  Y cerrando mi computador, me fui a dar una larga caminata recordando todas las caras de mujeres golpeadas que he visto en mis 66 años de vida. Muchísimas. Una cara es ya demasiado.

Por mi carrera profesional de trabajadora social son muchas las caras de mujeres que he visto. Mujeres llegando a entrevistas a plena luz del día con anteojos de sol, mujeres, jóvenes y viejas, ricas y pobres, narrando infiernos Dantescos. Esas historias y esas caras siempre me acompañarán. La cara de Carolina es ahora una de ellas. Y TODAS somos Carolina, Ana, María, Helena, Hilde, Gretchen, Genevieve…les invito a poner nombres femeninos de cada país de este aterrador mundo.

Esta cara golpeada de Carolina Sanín, me ha obligado a enfrentar y a denunciar públicamente el matoneo y el abuso anónimo que yo, Rosario Caicedo, mujer colombiana, residente fuera del país, he experimentado durante casi dos años. Yo, una mujer que vive hace 44 años fuera de su nación de origen, mujer que de vez en cuando escribe para el público, mujer que no es conocida ni famosa. Ni aquí ni allá. Ni lo quiere ser. Una mujer común y corriente que conoce muy de cerca la intolerancia inherente del país y de la ciudad donde nació. Mujer que sabe en carne propia la razón por la cual el escritor Andrés Caicedo, mi hermano, llamó a Cali ¨Calicalabozo¨ y me describió la puerta de la casa familiar como la entrada a su propia inquisición.

Yo he sido acosada con violencia verbal y de género  a través de anónimos telefónicos desde que en Febrero del 2015, después de asistir al Sundance Film Festival, escribí una  crítica cinematográfica sobre la película ¡QUE VIVA LA MÚSICA! en el portal digital  “Las2orillas “ en la que expresé mi insatisfacción con el film:  mala actuación, mala dirección. Mala. Mi opinión personal. Testamento básico de la libertad de expresión. A las dos semanas, en medio de una bella tarde invernal,  recibí mi primera llamada insultante:

---¿ Señora Caicedo?  Acento caleño. Voz masculina.

---    Sí. ¿Con quién hablo?

--- ¿Cómo así que con quién hablo ni qué diablos? Oiga, usted me deja tranquila a Paulinita, ella es la mejor actriz que tiene Colombia….¿Quién le ha dicho que tiene derecho a escribir? Usted lo que tiene es envidia, usted, vieja mal parida que ni tetas tiene.

Así de vulgar,  así de horrible. Yo colgué inmediatamente. Puse el teléfono sobre una mesa y digerí las insultantes palabras. El hombre no solamente se había leído el artículo sobre la película. El hombre sin nombre sabía detalles de mi vida. Sabía, también por un artículo que yo había escrito describiendo mi experiencia como sobreviviente de cáncer de seno, que había una parte de mi anatomía que yo no poseía. Y para él, en su mente de macho misógino, esta ausencia era otra razón más de insulto. El hombre sin nombre. Un N.N. vivito e insultando.

Los días pasaron sin más llamadas hasta que la segunda se dio a las dos de la mañana. La hora del lobo y de violencia. Los mismos insultos, el mismo tema. El hombre sin nombre parecía tener un vocabulario limitado y decir “haiga” en vez de “ haya”. ( Preciso para que la profesora Sanín le diera toda una clase de gramática.) El hombre parecía obsesionado con la actriz de la película, cinta que yo describí como  “cuatrocientos golpes de mal cine”.  La tercera llamada fue simple y amenazante:

---¿Oiga, vea, se acuerda de esos cuatrocientos golpes?

Con estas palabras zumbándome, busqué asesoría de la compañía móvil para intentar identificar el origen de las llamadas que aparecían como “unknown”. Las llamadas parecían tener su origen en un computador, terreno fácil de los “hackers”. “ Espero que la situación no siga”, me dijo el empleado. “Los cobardes tienden a cansarse.”  Pero  el hombre no se cansó. El mismo tema sazonado con varios insultos de género: ¨vieja, fea, solterona, maricona”, y siempre el  mandato a irme “ a la cocina a hacerme unas arepitas”. Así de burdo.

Compartí la situación con mi esposa y mis amigos, mi familia escogida; a mis hijos no les dije nada para no preocuparlos. N.N. estuvo desaparecido por un tiempo. Hasta el estreno oficial de  ¡Que viva la música! Hace un año. El hombre madrugó a la 1 de la mañana:

---Vea, una advertencia: a quedarse tranquilita, oye, bien tranquilita. Levántese a cocinar para su maridito. Ah, verdad que usted maridito no tiene…pobrecita sin ningún hombre…¨

Hasta risa me dio. Pero después de la colgada rutinaria no me pude volver a dormir. Y claro está, yo callada no me había quedado ni ese día ni el anterior. En mi página de Facebook coloqué una foto en mi muro con las siguientes palabras: NUNCA JUZGUES A UN LIBRO POR SU PELÍCULA. Sí, en Facebook, al cual yo llamo cariñosamente “El periódico popular y democrático de todos los pueblos”. La película se estrenó en Colombia y basada en las múltiples críticas que leí, parece que poco gustó. Cuatrocientos golpes de mal cine fue más o menos el consenso. Y el hombre me responsabilizó del fracaso. …la repetición de la repetidera. Poco vocabulario y poca creatividad. Y mucha misoginia. Y allí quedó la cosa, pensé yo,. aunque durante meses el teléfono me traía la zozobra del recuerdo de aquella voz..Todo queda.

En Agosto viajé a Colombia. En Bogotá, viendo televisión presencié admirada la defensa de  la ministra Gina Parody a los señalamientos de los congresistas.  Mujer valiente. Mujer transgresora. Combinación peligrosa, pensé yo, mientras veía su cara en alto definiéndose como lesbiana. Al otro dia viajé a Bucaramanga para participar en una serie de eventos sobre la vida y obra de Andrés Caicedo, mi hermano. Apenas llegando, a la salida del aereopuerto oí pronunciar mi nombre: .  ¿Señora Caicedo? Al frente tenía un señor bien vestido de unos cincuenta años. “ Sí, soy yo.”, le respondí amablemente, convencida de que había venido a recogerme. No pude del asombro cuando escuché sus palabras:

“ La reconocí, arepera hija de puta. Lárguese de Bucaramanga que aquí no queremos a degeneradas como usted.” Y tan campante, siguió su camino. Me quedé allí, aterrada.  ¿Me reconoció? ¿A mí? ¿En Bucaramanga? Cómo? Se me vino a la cabeza otro artículo publicado  en Las2orillas a propósito de la horrible masacre de Orlando, en el que me identifiqué  una vez más como lesbiana. Mi foto en el artículo. A eso se refería el apuesto misógino homofóbico.

Camino a la ciudad, mi joven anfitrión me comentó de ¨una marcha homofóbica organizada por la derecha contra las cartillas de la ministra Gina.”Allí entendí todo. Situé al apuesto insultador en la tierra del entonces Procurador Ordoñez. A través de la ventana del hotel presencié a  miles de familias marchando con carteles llenos de mensajes violentos. Como olvidar a un padre joven, llevando de la mano a  dos niños pequeños mientras su esposa exhibía un cartel con las siguiente palabras: “ PREFIERO UN HIJO MUERTO QUE UN HIJO MARICA¨.

Estuve tan cerca de esta familia que pude ver las inmensas cruces de los padres. Me dí cuenta  que los dos niños no debían saber leer. Cuatro o cinco años. Todavía analfabetas. Gracias a la vida,pensé. Y después, viendo las multitudes con las caras descompuestas por el temor y el prejuicio, empecé a oír los sonidos de los tambores del odio. Música para alegrar el ambiente.  Lo que gritaban y cantaban en contra de la Ministra era tan burdo que por respeto al lenguaje y a mí misma y a ella y los lectores, no lo transcribo. Gina Parody. Recordé su cara en la televisión. Su coraje en medio de los señores encorbatados pidiéndole cuentas. Si hubiera vivido unos siglos atrás ya la hubieran llevado a la hoguera. Usemos el plural: ya nos hubieran llevado a la hoguera. Así pensé yo durante esa tarde y noche presenciando lo que se vino a llamar ¨La marcha del Procurador¨. Mi viaje en Bucaramanga y sus alrededores fue extraordinario…pero la cara del insultador se me quedó plasmada para siempre. Todavía la puedo describir. Hasta sus bellos anteojos. Tantos como él andando por nuestras calles, planeando estrategias de odio.

Y con todas estas experiencias, recorriendo cinco ciudades colombianas en las que el sonido de los tambores se fue desvaneciendo, regresé finalmente a Estados Unidos, a enfrentar la realidad electoral de  un ser tan lleno de odio como los que vi en la marcha. Un hombre que puede acabar con el mundo.. La respuesta de mi esposa a mi relato de viaje fue: “ Siquiera el anónimo ya no te molesta más…hay locos en esta vida”. Optimista como siempre. Pero el anónimo reapareció hace pocos días. Con su delirio misógino.

Me he sentido no solamente motivada pero con el deber de contar estas historias de abuso a muchos niveles, porque siempre he creído que quien se queda callado ante una injusticia es parte de esa injusticia. Y porque así no sepa quiénes son los que me trataron de amedrentar y ponerme en “ mi lugar”, es a ellos a quienes denuncio. A ellos y a un ambiente de intolerancia tal que permite la existencia de grupos dedicados a insultar  y a agredir abiertamente a personas que consideran inferiores. Repito: No solamente con piedras se apedrea a un ser humano. No se necesitan burkas para mantener a la mujer sin la capacidad de ver bien por dónde camina.

Este articulo está dedicado a Carolina Sanín y a todos los hombres y mujeres que se han visto amenazados en su condición humana. Por el simple hecho de ser quienes son. Somos millones.

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