Sobre Carlos Velandia
Opinión

Sobre Carlos Velandia

Es curioso que, aunque ha puesto su pasado al servicio de la paz, sentándose con ministros, parlamentarios y presidentes, hoy esos múltiples y constantes esfuerzos no se le reconocen

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julio 13, 2016
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Ya estando yo fuera del país, me enteré de la captura de Carlos Velandia, quien había llegado de España, pocas horas antes. Casi nos cruzamos en el aeropuerto. Pensé que a mi regreso ya estaría en libertad, en parte porque me pareció un exabrupto su detención (y me sigue pareciendo) y  porque lo conozco de cerca y no encuentro razones para una nueva detención.

Conocí a Carlos a mediados de la década pasada, en un acto precisamente por la paz de Colombia, en Bilbao, España. Recuerdo que los primeros años caía en la tentación de llamarlo Felipe, por su antiguo nombre de guerra.

Carlos nunca me pidió que dejara de hacerlo ni que lo hiciera, me dejó llamarlo como me pareciera. De hecho, fue una amiga en común quien me explicó que Felipe Torres ya no estaba. De aquí hay dos cosas que quiero resaltar: él nunca ha negado su pasado ni busca maquillarlo y desde que lo conocí no ha dejado de pelear por la paz.

Cuando volvió al país nuestro reencuentro giró sobre un tema compartido: cómo avanzar en la mesa Gobierno–ELN. Parte de ese interés común nos llevó a desarrollar un proyecto con comunidades de Arauca, financiado por Presidencia de la República. Es curioso que aunque ha puesto su pasado al servicio de la paz, sentándose con ministros, parlamentarios y presidentes, hoy esos múltiples y constantes esfuerzos no se le reconocen.

En 2015, hablamos casi todos los días y, si algo tengo claro, es que nunca hizo aspavientos de su pasado, ni en charlas personales ni menos aún en charlas públicas. Como otros excomandantes, hay cierto pudor por el respeto a lo vivido.

Con Carlos hemos tenido diferencias, precisamente por su vocación de defender la opción de la paz a toda costa, dejando de lado a veces otras consideraciones, mientras que para mí la paz tiene unos mínimos de justicia social que no deberían dejarse de lado. No digo que él no crea en la justicia social, sino que como actor de la guerra que fue, está hoy 100 % convencido de la renuncia a la guerra como elemento prioritario. Yo no soy guerrerista, pero mi escepticismo sobre el Estado me hace dudar de que Santos cumpla lo que firme.

 

 

Detenerlo no afecta para nada al ELN,
ya que en sus filas, donde algunos lo recuerdan con afecto,
oficialmente no es bienvenido.

 

 

En cierta ocasión, tuve que dar un curso a varios oficiales de muy alto rango de la Policía, y para tal fin invité al general Rafael Colón Torres y a Carlos. El debate fue directo y duro, pero muy respetuoso. Algo así repetimos en Cali, donde Carlos, como en otras ocasiones, no dudó en pedir perdón, aunque él es muy consciente que ya pagó en años de cárcel sus violaciones a las normas nacionales.

Detenerlo no afecta para nada al ELN, ya que en sus filas, donde algunos lo recuerdan con afecto, oficialmente no es bienvenido. El mensaje que encierra su detención tiene otro destinatario: la sociedad organizada que apoya la paz, dentro de la cual me incluyo.

Parece que el sistema judicial, al servicio de los enemigos de la paz, no escatimará esfuerzos en desempolvar el pasado (o inventarlo, si fuera necesario) para amedrantar, con la apariencia de la formalidad jurídica, a las personas que creemos que la paz es el camino y la mejor opción de acumulación política. Felipe Torres ya no existe, pero existe alguien que de cierta manera es más peligroso: Carlos Velandia, que espero ver libre a mi regreso, porque, además, me debe un café.

 

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