Sin darnos cuenta, nos arruinó Juanpa
Opinión

Sin darnos cuenta, nos arruinó Juanpa

Nos quitaron lo que teníamos, en escandalosas proporciones, irrefutables, evidentes, incuestionables, y no hemos tenido valor a para dar un grito

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diciembre 28, 2015
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Dedicados como estamos a averiguar si existe o no el papel con el que hicimos la fiesta de La Habana y el maravilloso discurso con telepronter en la ONU, dejamos pasar ciertas cosas que nos conciernen, y de qué manera.

Sea la primera el temita de nuestra deuda externa, o sea lo que le debemos al resto del mundo. En 200 años de existencia independiente acumulamos un pasivo de poco más de treinta mil millones de dólares. Hablamos solo de la deuda pública, que nos compromete a todos.

Pues en cinco años de nuestro Juanpa, esa cantidad se duplicó y por estas calendas debemos algo más de sesenta y siete mil millones de dólares. Todo lo que sumó la deuda en el largo Siglo XIX, en la guerra de los mil días, en el gobierno conservador, en la República Liberal, en la Segunda Guerra Mundial, en la violencia política, en el Frente Nacional, en los años de la marihuana, en los de la cocaína, en los innumerables ensayos de paz, en el terrorismo, en el gobierno redentor de Álvaro Uribe Vélez, duplicado en estos cortos cinco años de fanfarronería. Y nadie explica, porque nadie pregunta. Los gusticos para los Ñoños y los Musas, para los partidos de la mesa y para los asesinos que se regodean como héroes en Cuba, las promesas, los anuncios, los “como nunca antes”, no fueron gratuitos. Ser pusilánime y cobarde, como hemos sido, tiene su precio.

Esa catástrofe trae sus consecuencias, por supuesto. Y la primera es la pérdida dramática de valor de nuestra moneda, que obró como una confiscación del 65 % de todo lo que teníamos.

Un querido amigo, grande profesional y mejor persona, nos dijo, cuando le preguntamos, que todo su patrimonio constaba de una linda casa avaluada en novecientos millones de pesos. Eso quiere decir que tenía un patrimonio de cuatrocientos cincuenta mil dólares, liquidado a la tasa en la que nuestro inefable ministro Cárdenas dijo que se estacionaría el dólar. Un año después, suponiendo que su casa valga lo mismo, lo que no es verdad porque la parálisis económica le ha quitado precio, tiene trescientos mil dólares. Alguien, una mano negra larga y peluda, se le robó a nuestro amigo ciento cincuenta mil dólares, la mitad de todo lo que ahora cree tener.

Pero las cosas no paran ahí. Porque como este gobierno necesita mucho dinero para que sus amigos tengan qué robar, organizó una reforma tributaria que produjo el lindo resultado de que un empresario colombiano, de esos que trabajan de sol a sol y son exitosos, triunfadores, tiene encima una carga tributaria del 75 % de todas las utilidades de su empresa. Querido socio se ha levantado este otro amigo, el dueño de la fábrica o la finca, que le quita, sin hacer nada por él, las tres cuartas partes de lo que se gana. Si eso no es una confiscación, nos preguntamos qué será aquello. No sobrará decir que es la carga tributaria más alta del mundo. En eso sí somos los primeros.

Tampoco paran aquí las cosas. Porque la Bolsa de Valores existe para que las sociedades importantes de un país tengan en el mercado sus acciones y sus dueños sepan, de verdad, cuánto tienen. Pues acontece que la Bolsa de Valores de Colombia es una de las tres peores del mundo en su desempeño reciente. En este último año solo les ha ido tan mal a los inversionistas de Hong Kong y de Atenas, allá en Grecia. En la archiquebrada Grecia, sí señor. En este período anual, el Índice Colcap, que mide estos valores, indica que los dueños de acciones de todas las compañías grandes de Colombia tuvieron una pérdida igual a la cuarta parte de toda su inversión. Y no hay un solo analista que diga que la cosa se va a recuperar. El deterioro seguirá, inexorable.

Ese es nuestro panorama real. Nos quitaron lo que teníamos, en las escandalosas proporciones señaladas, irrefutables, evidentes, incuestionables, y ese no parece ser nuestro asunto. Un ladrón se nos metió por la ventana, nos dejó sin blanca y no hemos tenido valor siquiera para dar un grito.

La lesión de James nos trae preocupadísimos. La muerte de Pijarvey y Megateo copa nuestra capacidad de asombro. Los choques de los buses en las calles de Bogotá y en el mejor de los casos las campañas electorales en marcha, bastan y sobran para mantenernos distraídos. Y somos capaces de mirar compasivos a nuestros hermanos de Venezuela, porque les han quitado casi todo.

Ojalá sepamos si existe o no el famoso papelucho de La Habana, que tiene la constancia de nuestra entrega a Timochenko. Pero no sobra que como el avaro de Molière gritemos sin parar: nuestro dinero, nuestro dinero. ¡Nos han robado!

Publicada originalmente el 5 de octubre de 2015.

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