Secreto de confesión es una película mal hecha

Secreto de confesión es una película mal hecha

Una muestra del cine inofensivo, plano y artificial

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mayo 13, 2014
Secreto de confesión es una película mal hecha

Voy a intentar darle coherencia a un argumento que no entendería ni el detective más avezado: un asesino, muy pulcrito él, elegante, con el pelo engominado para atrás, entra a una iglesia y se sienta en el confesionario. Un cura, con la cara larga y oscura de alguien que al parecer nunca se ha bajado del púlpito, escucha con angustia la confesión que le hace este ángel del mal. El pobre cura que ha pasado la vida arrodillado ante la desnuda figura de un hombre crucificado, que se ha privado del contacto de tersos e impúberes niños, tiene que ver como un sofisticado sicario le anuncia, como si de un esbirro de Satán se tratara, que dentro de pocos días vendrá la Parca por él.

Al otro lado de la ciudad, un policía se ve atormentado por sus recuerdos y debe ahogar sus penas fundiéndose en el alcohol. No sabemos muy bien qué es lo que le angustia, en realidad tenemos que suponer que está angustiado porque el actor que lo interpreta es tan limitado que es incapaz de expresar una sola emoción y nadie bebe en soledad si no es que hay una nube negra encima de su cabeza. Por ahí, en las noches de su insomnio, se le aparece el fantasma de su papá, como si del padre de Hamlet  se tratara y le aconseja sobre los casos que tiene pendientes y lo acompaña en las solitarias borracheras.

Al sur, al norte, en cualquier parte de este país imaginario, un grupo de paramilitares masacra a quince familias indígenas para obligarlas a salir de la tierra que una multinacional quiere explotar. Uno de los tipos que ordena el genocidio es un hombre que acostumbra parlotear infumables discursos sobre temas tan banales como la vida, la muerte y Dios. En esa masacre cae un periodista que quería hacer una investigación sobre el atropello a la tribu. Su hija, una hermosa reportera, busca, como venganza, hacer pública la masacre y hundir a los culpables, entre los que se encuentra un influyente y también atormentado senador de la República.

Y ahí como sea, a trompicones, el filme va hablando de religión, de corrupción, de la justicia, de la venganza, del periodismo, de la explotación de los recursos, del atropello a los indígenas, de la paz, de la guerra, de la política, de los sueños, del mal y del bien. Y arrastrándose penosamente va avanzando lentamente, creando una atmósfera en la que el espectador inteligente y atento —esa especie en vía de extinción—, tendrá que padecer  la falta de sentido del humor, la grandilocuencia y la incongruencia de un guion muy mal escrito.

Contrario a lo que se cree Venezuela tiene una tradición cinematográfica más rica que la nuestra. Mientras que en la década de los cincuenta Camilo Correa trataba infructuosamente de sincronizar el sonido con la imagen en su fallida Colombia linda, Margot Benacerraf ganaba el Premio Internacional de la Crítica en Cannes con su documental Araya. En la década de los setenta mientras Ciro Durán exportaba nuestra miseria a Europa,  Román Chalbaud se le adelantaba unos cuantos años a Almodóvar con su maravilloso y eterno El pez que fuma.  Sí, entre las dos cinematografías no existen puntos de comparación. Por eso cuando se anunció la coproducción para realizar Secreto de confesión, tercer largometraje del hábil publicista y videoclipero Henry Rivero, creímos que nos íbamos a nutrir con la experiencia y el profesionalismo de ellos.

Pero los resultados dejan mucho que desear. Nos reunimos solo a compartir nuestras miserias, nuestras más profundas limitaciones. Rivero, un rotundo admirador de The Wall y de la saga Rápido y furioso, se equivoca al afirmar  que “nada está en función de la historia, todo está en función de la cinematografía, porque en el género que él está incursionando, el del thriller policial, un noventa por ciento del éxito de la película recae en la historia que estás narrando. Acá está construido como si de un inmenso rompecabezas se tratara, un puzle al que evidentemente le faltan fichas, lo cual constituyó un problema tan grave que la producción tuvo que filmar nuevas escenas dos años después de haber terminado el rodaje, y al que le sobran diálogos profundos y trascendentales, que exponen aún más, las enormes limitaciones que tiene el elenco.

Porque hace rato que no veíamos actuaciones tan malas como las de Marlon Moreno y Juan Pablo Raba en esta triste y aburridísima película. Del primero me gustaría decir un par de cosas. No sé en que momento quedó instalado en el imaginario popular que Moreno era el actor más grande de este país. El hecho de haber encarnado en más de una ocasión a una figura de culto para el pueblo colombiano como es un capo de la mafia, habrá servido sin duda para consolidar esa exageración. En mi humilde opinión nunca vi otra actuación que igualara a la que realizó de la mano de su hermano Carlos, en la notable Perro come perro. De ahí en adelante decidió encasillarse en el papel del mafioso glamoroso y me imagino que él cree que en Secreto de confesión, encarnando a un asesino con discurso denso y pretencioso, el asesino bressoniano por excelencia, se está acercando en intensidad y contención a su ídolo, Al Pacino, de quien tiene una foto en su biblioteca. Es una verdadera pena decirle que no, que con esta nueva producción se aleja unos cuantos años luz más al hombre de los ojos huecos.

Todo thriller mal hecho es una gran oportunidad perdida. Con las cosas que han sucedido en Venezuela en los últimos 16 años, da para hacer un gran film noir. Fue un error descontextualizar la película y rehusarse a mostrar una Caracas que nada más en sus muros, ya muestra la terrible confrontación en que viven ricos y pobres. Si estaba vinculado un senador en la incongruente trama, ¿por qué no abordarlo desde el punto de vista político? ¿A qué se debe esta falta de garra de su realizador? La razón es el calculado negocio: lo que acabamos de ver en salas de cine probablemente sea el piloto de una serie que pronto veremos por algún canal Premium. La textura con la que está realizada la película es completamente televisiva al igual que las actuaciones. Recuerden que el tándem Raba-Rivero ya habían trabajado juntos en esa ridiculez llamada Los caballeros las prefieren rubias.

Cine inofensivo, despolitizado, que  igual está convencido de tener algo muy importante que decir pero que es incapaz de encontrar sus propias palabras. Cine artificial, plano y soso, que pretende ser universal rehusando al contexto, a la coyuntura política. Un cine que fuera de nuestras fronteras da risa y vergüenza y que nos sigue hundiendo como cinematografía. Lo digo porque ahí, en los créditos, está otra vez Proimágenes, pareciéndose cada vez más a Focine, careciendo de cualquier tipo de criterio a la hora de escoger las películas sobre las cuales caerá su decisiva bendición.

Lo terrible es que estos sainetes encuentran su público, mientras que Cazando luciérnagas y La sirga vagaron por nuestra cartelera en silencio, como almas en pena.

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