Sapos de cinco años que no saben nadar
Opinión

Sapos de cinco años que no saben nadar

Por:
enero 21, 2015
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Cuando a uno le hablan de ausencia de Estado, o para ser más precisos del Gobierno, uno lo que se imagina es que los funcionarios no llegan a ciertos lugares, y la gente se arregla su cotidianidad como puede. Pero pocas veces tiene uno la oportunidad de escuchar cómo se manifiesta ese Estado invisible, ese fantasma tácito, o como dicen en Cartagena,  es de cartón, es decir existe, se ve, pero en realidad no es.

La reunión es en San Jacinto, Bolívar, con campesinos de la zona (solo hombres) venidos de veredas con nombres que no aparecen en los libros de geografía colombiana, sino en los mapas del Ejército, los paramilitares (en su época), las bandas criminales (en esta época)  y la guerrilla (en otra época). Sus hombres son Las Mercedes, Brasilar, La Aguadita, Guamal, Arenas, Las Charquitas, Las Lajas y El Loro. La reunión es con un grupo de funcionarios de la Defensoría del Pueblo, organismo del Ministerio Público que se encarga, entre otros asuntos, de ver dónde no está el gobierno, para buscar la formar de que esté, vaya, atienda, cuide o proteja a gente que es parte del Estado, así sea entutelando a los funcionarios públicos.

Las historias que se cuentan, son historias de “¿Cómo así?, “¡Nojoda… no puede ser!”, “Habla en serio, ¿eso es verdad? En Brasilar, por ejemplo, a un niño le picó una culebra: murió antes de llegar San Jacinto. En Las Lajas los profesores llegan el martes y se regresan el jueves. En las Charquitas no hay médico. La manera como estos campesinos cuentan la ausencia estatal es una mezcla de sabia ironía, humor inteligente y paciencia de la forma “ajá… y qué hace uno, sino echá pa’ lante”.

“Vea, a decir la verdad aquí nosotros no sabemos qué es un médico, han venido y que brigadas, pero esas brigadas no están cuando uno las necesita. Bonitos que son: llegan cuando lo necesitan a uno para tomarse fotos y salir en el periódico, pero cuando los necesitan uno, dicen que la brigada ya paso, y eso uno lo sabe. Vea, el puesto de salud lo ocupan los murciélagos, ellos sí que le gusta estar en el puesto de salud, oiga…  y eso que usted los ve y ninguno está enfermo, todos briosos, saludables”, dijo un campesino de Las Charquitas… pero las historias siguen:

“Vengo de Las Lajas, y usted sale a las seis de la mañana y llega a la una de la tarde. Son como unos 20 o 25  kilómetros, pero uno parece que saliera para Bogotá. El carro dura más enterra’o en la arena o en el barro, que andando. Cuando uno se viene pa’ San Jacinto… ¡ombe! eso hay que pensarlo un poco de veces oyó. Vea, para llegar puntual a esta reunión, salí ayer de mañanitica y llegué a las tres de la tarde. Porque es la única forma de estar temprano aquí, y uno sin tener dónde dormir, ni dónde comer”.

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“En Paraíso pasa el arroyo de María, y cuando se seca, cavamos unos huecos y sale agua por unos días, cuando se secan…  ahí sí nos jodimos todos, no sale más agua, después nos toca salir a comprar a dos mil pesos el galón”.

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“En La Aguadita, los ojos de agua ya se han secado todos, no queda agua ni para las 10 gallinas que uno tiene, tuvimos seis meses de verano, la mortalidad de matas de plátano fue del cien por ciento, igual del ñame, y las hortalizas… vea, el asunto es tan sencillo, digo yo, que nada más con que nos lleven agua, todo el pueblo se llena de riquezas”.

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“En Las Charquitas nos hemos organizado, allá tenemos una alberca comunitaria, cuando la cosa está apretada, repartimos de a dos canecas por familias cada dos días, así no las arreglamos hasta que la cosa mejora”.

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El campesino que habla ahora, lo hace en voz baja, dice que él no quiere meterse en problemas pero que la sequía es también por la tala de árboles en la región: “En Arenas no hace mucho que cortaron un árbol de caracolí que tenía como 200 años, Cardique no hace nada, la alcaldía menos. Si uno tala un árbol, es vida que le quita al arroyo. Vea cortan copé, campano, abarco, cedro, camajón, campano, aromo, carito, guarumo, todo lo que se atraviese, y el negocio está aquí mismo en San Jacinto. La Policía es como un tronco seco… ni se mueve. Si usted se le ocurre ir a la alcaldía, eso es como hablar con los sordos y yo la verdad ese lenguaje de los sordos todavía no le he aprendido a hablar”.

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Lo que los campesinos relatan pasa en tiempos de la visita de Mark Zuckerberg, de las discusiones sobre la libertad de expresión y el fundamentalismo occidental, de la presencia o no de María Niño en el  Carnaval de Barranquilla y de las promociones de Quinto, en Cartagena, aviso que desaparecieron, luego de la investigación abierta por la Procuraduría, por publicidad electoral anticipada. Eso nos dejó el sabor de que sí hay quinto malo, y que cuando se es candidato a la alcaldía es mejor tener equipo de softbol que tenga su mismo apellido.

De todos aquellos relatos de ausencia estatal mi preferido es el de Bajo Grande, Bolívar. Allí un funcionario, luego de advertir sobre la presencia del fenómeno del Niño, pregunta a un campesino ¿cómo es la situación del agua en el pueblo?

El campesino lo mira a los ojos y mientras se quita la arena seca que tiene en sus manos responde: “Vea, no le voy a decir si está bien o está mal, lo que sí le puedo contar es que aquí hay sapos de cinco años que todavía no saben nadar”. El funcionario se queda en silencio: es lo que se llama ausencia del Estado.

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