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Alberto Aguirre y Benjamín de la Calle muestran en la exposición de Sura una mirada comparada por Medellín en todo un siglo de retratos

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mayo 29, 2016
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Yo sigo en el libro Cosmos de Michel Onfray. Mis avances son lentos entre las cosas de la vida y los párrafos de esa ontología materialista. Por estos días también pasé de a pocos sobre una reflexión que hace el escritor en torno a la magia y al alimento, pero no tuve el paso sigiloso por las calles del centro de la ciudad. En mi marcha rápida recibí un volante de comida hecha por robots y otro de un adivino que atraería en 20 días mi mayor anhelo. Ambos papeles me hicieron pensar justo en lo que el filósofo me había dicho: “… el pensamiento mágico alimenta el alimento. No lejos de los puestos de carnicería se instalan los pequeños tenderetes de las brujas, de los sanadores, de los médicos tradicionales (…)  Lo que vende el carnicero también lo vende el curandero. Lo que ingiere el enfermo que ha venido a ver al médico tradicional lo come el cliente del vendedor de carne, pues el alimento lleva en sí una carga simbólica, alegórica, metafórica.”

¿Qué me vende este lugar de la ciudad? ¿Me vende ilusiones empobrecidas en la mala comida y la falsa ilusión? Carretas de mangos muy maduros, pirámides de aguacates, sandalias en pies de plástico, baratijas, amuletos, falsos perfumes, chatarra… todo un comercio que le apuesta a la pauperización, en especial de la historia y del patrimonio, pues todos estos puestos se asientan en algunos de los lugares más simbólicos en la historia de Medellín.

El próximo miércoles en la sala de exposiciones de Sura se inaugurará la exposición La gente del común, una selección de fotografías de Alberto Aguirre y Benjamín de la Calle, dos hombres, que aunque separados en el tiempo, tienen en esta muestra la ocasión de encontrarse para mostrar una mirada comparada por la misma ciudad en todo un siglo de retratos.

Alberto Aguirre, fotgrafía

Alberto Aguirre, fotgrafía

 

Empecemos por el que nos es más reciente. Alberto Aguirre, abogado, escritor, librero, gestor cultural, estudiante. Nació el 19 de diciembre de 1926 y murió el 3 de septiembre de 2012. Entre una fecha y otra llenó su vida de acciones intensas que ampliaron el sentido de su existencia con comprensión y trabajos que han sido fundamentales para el desarrollo de la ciudad. Fundó una librería icónica en el centro de la ciudad que para tristeza de todos ya no existe como tantas otras iniciativas que se han visto apagar por el desarrollo contradictorio y atropellado de la ciudad, inició el primer cineclub de la ciudad, fue juez y magistrado, periodista, escritor por casi 30 años de una columna de opinión, fotógrafo, pero por sobre todo, una voz independiente y recia que habló en nombre de los ideales propios de un país que no debía olvidarlos y que Aguirre defendía a través de su pluma impecable.

Como casi un pasatiempo que fue tomando un lugar importante, Aguirre llevaba consigo en los paseos matutinos su cámara Olympus y con ella iba fotografiando aquello que se encontraba al paso. Aparecen entonces escenas de miseria y olvido, de habitar la calle en una ciudad que se aferraba como podía a un ideal de progreso y modernización a la misma par que iba destruyendo su patrimonio. Alberto no enfocaba edificios ni nuevas obras de infraestructura sino lo que se iba dejando de lado: la gente y sus luchas. Niños en la calle, viejos solitarios venciendo las aceras, conversaciones en la catedral,  y por sobre todo, silencio y soledad. Durante veinte años registró en una agenda las fechas y los paseos que fueron completando una serie importante que hoy constituye un archivo de ciudad.

 

 

Benjamín Calle, fotografía

Benjamín Calle, fotografía

 

A finales del siglo XIX Benjamín Calle se iniciaba como fotógrafo en Yarumal. Abrió un gabinete que heredó y a partir de ahí configuraría uno de los archivos más hermosos y honestos alrededor de las contradicciones que la sociedad de los inicios del siglo XX en Antioquia. Nació el 26 de octubre de 1869 y murió el 28 de marzo de 1934 en su estudio de Medellín. En sus 65 años de vida fotografió en su gabinete de Guayaquil con valentía y mucha dignidad a los descalzos y a los que visten de corbatín, a los bebés muertos, a los fusilados, a las mujeres de sociedad, y los hombres que visten de mujer, a parejas de amigos y grupos de mujeres, a bailarinas y enajenados. Cuando sacó la cámara del gabinete, retrata la ciudad con su comercio, el nuevo tranvía, la estación del ferrocarril, los barrios, la ciudad que promete desde el ideal. Pero lo cierto es que fue ante la cámara en donde Calle expresó la justicia que una sociedad conservadora le negaba a la vitalidad de la expresión diversa que asoma siempre por los intersticios de la vida urbana.

Aguirre, al cabo de las noticias del país, de su exilio, de las evidencias de un ideal de progreso que fue fotografiando en su derrumbe, escribió en marzo de 2005 una larga carta en la que recogía la sensación de amor y rechazo por las condiciones finales de la historia y del patrimonio de la ciudad, y se ubicó con ella en la misma línea de dolor que también dejaron escrita León de Greiff, Fernando González y Gonzalo Arango. Los párrafos de esa larga descripción los remata con una frase contundente: para vivir a la enemiga es necesario un medio hostil.

 

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