La lucha pacífica de los Embera Chamí Puro por un nuevo hogar

La lucha pacífica de los Embera Chamí Puro por un nuevo hogar

A través del diálogo, esta comunidad indígena logró ser reubicada a las afuera de Florencia, Caquetá en el 2009

Por: Lilit Lobos
enero 07, 2016
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La lucha pacífica de los Embera Chamí Puro por un nuevo hogar
Foto: Lilit Lobos

Milena Dobigama Isama y Ariel Echeiza son dos jóvenes pertenecientes al resguardo Embera Chamí Puro, que vivían tranquilos en su comunidad, hasta que en el 2005, tuvieron que darse cuenta de la realidad violenta que azota el país. Ese año, las FARC les obligó a desalojar sus tierras, y se vieron arrojados a vivir en las calles de Florencia, Caquetá donde por sus costumbres alimenticias, religiosas y el uso de su idioma materno, fueron maltratados por aquellos que no entendían de esa forma indígena de sobrevivir a la ciudad. Aun así, esta pareja de amigos, aprendió de sus mayores que la violencia no es el camino, por eso busca a través de la educación, recuperar todas esas peculiaridades que los constituye como indígenas, principalmente el uso de su idioma materno.

En el 2005 cuando la guerrilla de las FARC llegó a sus tierras con el discurso que se formaron porque estaban cansados del abandono del Gobierno, decidieron armarse y combatir para exigir con armas lo que en su derecho no obtuvieron con palabras. Les invitaron a hacer parte de su grupo, pero como la comunidad Embera Chamí es una comunidad de paz, dijeron que no. Fue así como el grupo armado quiso reclutar por la fuerza a sus jóvenes, obligándolos a abandonar sus tierras,  para ir a parar a la llamada Calle del Indio, unas pocas casas en la zona urbana de Florencia, a las que arribaron a inicios de los años 80 otras comunidades Embera desplazadas.

Allí permanecieron durante 8 años, hasta que la lucha pacífica del diálogo, y, como suele suceder en este país, a través de tutelas, lograran obtener en 2009 – mediante la sentencia   N°0125-- la ordenanza  para que las fundaciones Yapawaira y ACNUR, tomaran acciones de reubicación en un predio de la vereda San José de Canelo, en las afueras de Florencia.

Dichas instituciones les apoyaron en la construcción de una parte de las casas que necesitaban, pero no han sido suficientes: les faltan al menos 20 casas para la población que habita el resguardo, eso sin mencionar los problemas de acceso al agua, a la cual acceden de dos formas: consumen agua de lluvia que hierben para poderla usar, pero a veces a los niños bajo ese incesante sol de Florencia, suelen tomarla sin darle ese proceso, y por ello las enfermedades intestinales infantiles se han elevado. La segunda opción: la del aljibe, además de conllevar el mismo riesgo intestinal, se le suma el peligro de caer dentro del pozo al tratar de sacar el agua.

Foto; Lilit Lobos

Foto; Lilit Lobos

A pesar de las dificultades que convergen en este nuevo entorno, que les hace recordar con nostalgia sus tierras, donde tenían acceso al agua, sus propias viviendas, animales en sus corrales y en la selva para ir a cazar, las plantas medicinales con las cuales curarse de enfermedades y extensiones de tierra donde cultivar su comida, ellos reconocen que es al menos un lugar donde pueden recomenzar sus vidas y trabajar en la reconstrucción de su modo de vida antes del desplazamiento al que se vieron forzados.

Fue allí donde estas 45 familias tomaron la decisión de conformar una escuela, mediante la construcción del Plan de Vida Embera; espacio político de toma de decisiones, donde se reúnen todos los integrantes de la comunidad, desde los niños más pequeños hasta los ancianos de más edad, como afirma Milena Dobigama  “El plan de vida se hace con todos, desde los niños; porque si los adultos se llegan a morir, quienes quedan son los niños. Por eso todo se trata con ellos, que les quede claro, todos tienen que aportar  para las decisiones del plan.” El Plan de vida se realiza en el Tambo, una especie de choza alta y amplia, donde se sientan en círculo amplio, mirándose a los rostros y debaten el camino a seguir de su comunidad.

Una escuela, donde los pequeños pudieran recuperar el uso de su idioma materno, el que perdieron que perdieron en esos duros años que pasaron en la Calle del Indio, aprender sobre su forma de cocinar, la forma de acceder a los alimentos sagrados, la celebraciones y ceremonias  con el Jaibana, quien es su guía espiritual.

Foto: Lilit Lobos

Foto: Lilit Lobos

Por el momento para suplir esa necesidad, tomaron una casa grande que había en el resguardo y la convirtieron en una escuela, en donde en condiciones de hacinamiento los pequeños reciben clase desde el grado primero hasta octavo. Para los grados desde octavo en adelante no hay cobertura en el resguardo, tienen que movilizarse hasta un colegio en la zona urbana de Florencia. Pero transportarse hasta allí es un les representa una enorme dificultad, pues no cuentan con carreteras ni transporte público cercano al resguardo, la opción es contratar un carro en Florencia que les preste el servicio por un valor entre $180.000 a $200.000, servicio que sólo les prestan si no llueve, pues con la lluvia la vía de tierra se vuelve un lodazal y así ningún conductor quiere meter su carro por la zona. Estos inconvenientes influyen en la deserción escolar, como en el caso de Ariel, quien ya no asiste más al colegio.

La comunidad es consciente que la educación es la herramienta para la convivencia entre ellos y el mundo que los rodea, por eso a la pregunta de si Milena quisiera ser gobernador, responde: “Una mujer joven puede ser gobernadora,  lo decimos en género femenino, las instituciones solicitan que sea estudiada y nosotros siempre hemos pensado que deben ser estudiadas, porque nuestras personas son un poco tímidas, así que si una institución va  a hablar con ellos, no debe darles pena.”

La educación es necesaria, pero no cualquier tipo de educación, porque mal enfocada puede causar mucho más daño que bien, como en el caso del colegio mencionado. Allí no se respetan sus costumbres Embera, no les dan las clases en su idioma materno y los jóvenes comienzan a olvidar la forma de vida indígena, su conexión amorosa con la naturaleza y la esencia del plan de vida indígena: Trabajar y estudiar por el beneficio de su comunidad. Dice  Ariel “Me gustaría conocer cosas de otra parte, pero quiero estar dentro de mi comunidad para aprender de mis mayores.”

Ellos saben que la educación es la herramienta para vivir bien…

Milena y Ariel, a pesar de los daños que recibió su comunidad por ese país no indígena que los rodea, continúan alimentando la esperanza de poder trabajar mancomunadamente con su pueblo colombiano. Ellos saben que su comunidad tiene mucho por ofrecer, por ello persisten en construir un puente de afecto entre ellos y nosotros, entre su sabiduría ancestral y los aportes que la modernidad les puede brindar.

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