Por qué no iría a ver a los Stones y por qué no creo que ese concierto valga la pena

Por qué no iría a ver a los Stones y por qué no creo que ese concierto valga la pena

El periodista Ricardo Abdahllah da sus razones por las cuales no vería a "esos viejos decrépitos" en Bogotá

Por: Ricardo Abdahllah
febrero 10, 2016
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Por qué no iría a ver a los Stones y por qué no creo que ese concierto valga la pena

¿Cuánto pueden pagar los colombianos por ver una banda de la que se saben una sola canción? Hasta 1.800.000 pesos, según los rumores. ¿Cuántos colombianos van a pagar esa fortuna que no tienen para ir a un concierto con un grupo por el que no sienten ninguna empatía particular?. 50.000. O 49,000 mejor dicho, ya les explicaré por qué. ¿Cuándo? El 10 de marzo del 2016, según puede leerse aquí, pero para eso habrá que trasnocharse frente al computador el próximo 18 de noviembre y a lo mejor haber empeñado un higado para contar con el dinero.

Si me preguntan en abstracto si aún aguanta pagar para ver a los Stones, digo que sí. Si me preguntan si vale la pena pagar lo que están pidiendo en Colombia por ver a los Stones en un estadio con cincuenta mil personas, digo que yo los ví por ochenta euros, unos 300.000 pesos, y que ya me iba pareciendo demasiado. A los precios colombianos, no, no iría a verlos y no creo que valga la pena.

Y eso a pesar de que alguna vez dije que un polvo, un viaje y un concierto son vainas que uno no deja pasar sin que luego le queden remordimientos y eso a pesar de que durante el evento viví momentos tan especiales como este:

Al pensar en los conciertos inolvidables de mi vida, me vienen a la cabeza el de La Pestilencia en el Coliseo de Lagos III en Bucaramanga, las dos veces que he visto a Amanda Palmer y a Roger Waters y cada una de las presentaciones de Leonard Cohen o de R.E.M. También la única vez que vi a Pearl Jam, en el Festival de Arras. En cada una de esas ocasiones artistas que la daban toda en el escenario, sin hacer concesiones al facilismo, tenían enfrente espectadores que no sólo conocían las canciones sino que las sentían desde adentro por todo tipo de razones: porque Cohen es el mejor letrista del último siglo, porque Vedder y Stipe son los más honestos artistas de los noventa y porque en el colegio uno se había definido a partir de las letras de Dilson Díaz.

Cuando el artista ofrece una presentación marcada por la honestidad, y el público, así sea movido por la nostalgia, lo espera con una apreciación sincera, se crea entre los dos una conexión que produce lo que en el lenguaje especializado se denonima “un concierto ni el hijueputa”.

Ese es el ideal, pero un concierto puede ser al menos un “conciertazo” si por lo menos una de las condiciones se cumple. Yo no sabía gran cosa de bandas como The Killers, Placebo o Florence and The Machine cuando los vi por primera vez en vivo pero me convertí en fan absoluto después de ver lo que eran capaces de entregar. Por otro lado, aún si los artistas se limitan a cumplir su papel, un “conciertazo” también lo puede hacer el público. A estas alturas de la vida es difícil seguir admirando a W. Axl Rose o negar que MetallicA no es una banda de metal sino una empresa a la que sólo mueve el dinero, pero la gente que va a verlos no sólo conoce de memoria las letras de las canciones sino que siente cada golpe de guitarra, bajo o batería. Gracias a esa emoción, puede que aunque uno tenga en frente a un payaso patético, un hombre cansado del oficio o un cerdo capitalista, la música baste para que al otro día tenga la voz ronca y el cuello adolorido de tanto cabecear. Yo volvería a pagar caro por ver a esas dos bandas, o a Maiden o a Slayer o Cradle of Filth porque sé que en esos conciertos se transforman en eucaristías paganas no sólo porque la gente se sabe las letanías sino porque cree en ellas, o al menos en una época creyó. Por esas mismas razones aún tengo entre los pendientes a Aerosmith.

Queda una tercera opción los “shows que se dan garra”. Esos espectáculos que hacía Michael Jackson, que aún hacen Madonna , AC/DC o tal vez Kiss.

Los Stones no dan un “show que se da garra”, sólo un mes después de verlos asistí en el mismo escenario a una presentación de Indochine que sí se la daba. Cómo también es ingenuo pedirle a los mejores performersdel mundo la honestidad humilde que diera para un “concierto ni el hijueputa”, el precio de la boleta sólo podría justificarse con la opción “conciertazo” pero para eso se necesitaría un público que los adorara. Ý la banda de Jagger/Richards y compañía nunca tendrá en Colombia suficiente público que los quiera de corazón como para llenar un estadio.

La culpa la tienen ellos por ser tan buenos músicos y tan complejos como los Beatles, pero porque a diferencia a de los chicos de Liverpool, nunca tuvieron una época de pop lígero que les sirviera de gancho y no cedieron a la tentación, o no supieron cómo, de hacer canciones pegajosas que funcionaran en los estadios. Como siempre han sido más blues que rock n’ roll, sus canciones con coros cantables son poquísimas y de esas ninguna tiene  estrofas que una multitud pueda entonar sin esfuerzo. Paradojicamente los Stones son tan buenos que han logrado mantenerse durante cincuenta años en la cima del mundo sin que casi nadie se sepa sus canciones.

Pero eso en los estadios no va a funcionar porque los verdaderos “stonianos” del país , los que se las cantan todas y lloran con varias, los que podrían crear una conexión que convirtiera un banal estadio de fútbol en templo del rock n’ roll, no han de ser más de mil y eso si contamos a Carlomago Umaña y a Sandro Romero Rey.

Esos fans de corazón, boca gritona y lengua afuera, se terminarán diluyendo entres los 49.000 asistentes que no irán al estadio para ver a la banda sino para decir que la vieron. Gente que de los Stones sólo conoce la letra de “Angie” y el punteo de “Paint it Black” pero al leer este texto ni siquiera se dará cuenta que al título de la canción le falta una coma. Espectadores de todo lo que sea cool y caro a los que el nombre de Brian Jones no les dice gran cosa, que ignoran que el primer productor de la banda vive hace décadas en la 72 con Séptima y que cuando, co
mo en toooodos los conciertos, los Stones toquen de penúltima “Sympathy” va a contentarse con decir “Uh uh. Uh Uh” en lugar de cantar a todo pulmón esa severa reflexión sobre el papel del diablo en la historia que Jagger escribió directamente inspirado de “El Maestro y Margarita”.

Porque, admitálo querido lector que ya anunció en todas partes que comparará la mejor boleta como hizo con Depeche Mode de quien sólo se sabe (el coro de)  “Personal Jesus” y de The Cure aunque no conozca nada nuevo desde “Killing An Arab”. Usted que por esa vocación medio traqueta y exhibicionista de decir que no se lo perdió,  hace subir los precios de las boletas y se le tira la fiesta a los fans de verdad obligándolos a quedarse en casa o a ver de lejos a las artistas por los que ha esperado toda la vida, usted de “(I Can’t get no)Satisfaction” sólo se sabe el coro y nunca se ha puesto a pensar en de qué putas habla la canción.

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