Perdonar al Estado
Opinión

Perdonar al Estado

El Estado no es una persona, sino el campo de juego donde se libran las luchas por el poder social. ¿Cómo construir en él la voluntad de ser perdonado?

Por:
abril 11, 2016
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Desde hace varios meses el equipo de investigación aplicada sobre Instituciones, Aprendizaje Social y Construcción de Paz de la Universidad Tecnológica de Bolívar viene desarrollando una serie de ejercicios deliberativos de lectura e interpretación crítica, independiente y propositiva de los acuerdos de paz de La Habana, en clave territorial, con los pobladores de los Montes de María.

La idea de dichos ejercicios es leer detenidamente los acuerdos y conversar profundamente sobre sus contenidos, para construir participativamente una interpretación de los mismos nutrida por las experiencias históricas y contextuales del territorio. La reflexión colectiva sobre la conexión entre los diversos puntos de los acuerdos con las causas y consecuencias del conflicto armado en la región, también permite formular propuestas para la implementación de los mismos con una mayor pertinencia territorial.

Una de las apreciaciones más recurrentes en el curso de dichas conversaciones sobre construcción de paz territorial fue sintetizada por un líder social de la región mediante la siguiente frase: “Para poder construir paz en el territorio tenemos que ver qué hay que hacer para poder perdonar al Estado”.

¿Por qué hay que perdonar al Estado? ¿Qué quiere decir esto, y cómo se puede llegar a perdonar al Estado?

Para comenzar por lo más obvio —al menos para quienes conocen la historia—, tan solo pensemos en un caso emblemático de la participación del Estado en la producción de violencia contra la población civil en el marco del conflicto armado:

El reclamo a la fuerza pública. Varios hechos se agrupan en un énfasis compartido que reclama por la omisión y por la acción de la fuerza pública en los hechos… Lo que la memoria le reclama a la fuerza pública no es únicamente que hubiese permitido los hechos centrales de la masacre, sino que esta continuó después, con su presencia; y también se cuestiona que habiendo advertido la presencia de los paramilitares en los montes, en vez de perseguirlos, optó por confinar a las víctimas en el pueblo… Ahora bien, los énfasis no se agotan en el epílogo de la masacre sino que se extienden hasta los hechos previos o en desarrollo de ella. Centro Nacional de Memoria Histórica (2009): La masacre de El Salado. Esa guerra no era nuestra, pp. 120 - 121.

 Y recordemos que un caso —como el de la masacre de El Salado— es emblemático, en la medida en que representa un claro ejemplo de múltiples otros casos que entre todos comparten una lógica de actuación y una sistematicidad en el tiempo.

Por supuesto, la producción de los variados repertorios de violencia ejercidos contra la sociedad por parte del Estado no se reduce a los casos de involucramiento de la fuerza pública; la participación de políticos, burócratas, legisladores, jueces, notarios y un largo etcétera de funcionarios públicos en el asesinato, la desaparición, el despojo, el desplazamiento y el silenciamiento de millones de víctimas, ha configurado a lo largo de la historia de Colombia lo que Francisco Gutiérrez-Sanín ha caracterizado, con base en un detallado análisis histórico apoyado en cifras, “terrorismo de Estado” (ver El déficit civilizatorio de nuestro régimen político. La otra anomalía en perspectiva comprada, así como su magnífico libro El orangután con sacoleva).

 

Una segunda dimensión de resentimiento justificado frente al Estado, no corresponde tanto a su ausencia ni su inoperancia ni su abandono, sino a su corrupta presencia como instrumento de los intereses privados de élites internacionales, nacionales, regionales y locales, que utilizan el poder estatal para imponer su dominio, capturar recursos públicos destinados a la salud, la educación y la infraestructura básica de las poblaciones, e implantar modelos de desarrollo extractivos.

Desde la lejana comodidad de una vida afortunada es muy fácil criticar las constantes demandas de carácter asistencialista de los más vulnerables; pero, ¿qué más podríamos pretender que demandaran, cuando han aprendido que esa es, si acaso, la única vía a través de la cual les ha sido reconocida históricamente su profundamente desigual y precaria ciudadanía?

Cuando uno quiere perdonar a alguien, uno le pide que reconozca sus errores, que se arrepienta de ellos, que compense los daños causados, y que se comprometa realmente a no repetirlos. La voluntad del perdón solo puede manifestarse cuando encuentra como su correlato, la voluntad de ser perdonado.

Pero como todo politólogo sabe, el Estado no tiene una voluntad propia; su voluntad es la suma de las intenciones de quienes ocupan posiciones de poder. El Estado no es una persona, sino el campo de juego donde se libran las luchas por el poder social. ¿Cómo construir en él la voluntad de ser perdonado?

 

El Estado debe comprometerse con su transformación,

para convertirse en un ente digno de perdón

Aparte de un compromiso transparente y sólidamente anclado institucionalmente en normas y políticas públicas que permitan avanzar significativamente hacia la verdad, la justicia y la reparación de cara a las víctimas, el Estado debe también comprometerse con su transformación, para convertirse en un ente digno de perdón.

En primer lugar, el Estado colombiano debe comprometerse con una indagación pormenorizada e independiente sobre sus debilidades, y sobre esa base emprender efectivas reformas estructurales que corrijan las fallas y las fisuras que facilitan la captura de su fuerza pública, funcionarios, jueces y legisladores por parte de oscuros intereses privados, organizaciones ilegales e ideologías sectarias. En segundo lugar, debe comprometerse con una evaluación detallada e independiente de sus mecanismos y lógicas de actuación, y sobre esa base desarrollar profundos ajustes institucionales, principalmente orientados hacia un rediseño del Estado que lo acerque realmente a los territorios y las comunidades, en función de garantizar condiciones de justicia social para el ejercicio de una ciudadanía plena, para todos por igual.

Los pobladores de los Montes de María no están seguros de que estos objetivos estén comprendidos en los acuerdos de La Habana; como dijo un líder del territorio: “Si estos acuerdos van a ser aplicados por la institucionalidad actual… poca fe”.

En últimas, entonces, ¿cómo podemos llegar a perdonar al Estado? Quizás solo cuando su voluntad de cambio para ser perdonado, emane de nuestra voluntad, como ciudadanos, para que se dé, por fin, ese cambio. ¿Qué haces tú para apoyar ese cambio?

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