Fernando González Pacheco: ¡Feamente divino!

Fernando González Pacheco: ¡Feamente divino!

Él comenzó a sentir que su ciclo estaba terminando

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febrero 14, 2014
Fernando González Pacheco: ¡Feamente divino!

A quién de nuestra época no lo acompañó Pacheco, no se rió con Pacheco, no creció con Pacheco… no soñó con Pacheco, como yo. Cuando no tenía ni diez años quería ser cantante y siempre pensaba que lo iba a buscar y le iba a cantar para que me ayudara. Claro que apenas canto en el baño, pero lo soñé con él. Sin embargo, la vida se encargó de ponerlo en mi camino profesional. Lo vi por primera vez cuando fue a entrevistarnos a Antonio José Caballero y a mí como presentadores del Noticiero Cinevisión para Charlas con Pacheco. Ese día sentí que lo conocía de toda la vida, y cómo no, si en mi casa eran sagrados Yo y Tú y Animalandia. El destino me dio el privilegio y el honor de iniciar con Fernando, María Pía Duque y Lucía Esparza la franja de la mañana en la televisión colombiana, con el Informativo RCN 7:30; me dio el privilegio de desayunar con él haciendo lo que más le gustaba: sopitas, es decir, metiendo el pan en el chocolate; de conversar mucho de nuestro espíritu de solitarios; de hablar un día de su hija y de contar con su presencia y sus abrazos cada mañana durante casi tres años.

De Fernando, así le dije siempre, todos han resaltado sus múltiples virtudes: versátil, cálido, sincero, profesional como el que más, etc., etc., etc. Yo agrego dos más: 1) La capacidad de escucha respetuosa para quien se acercaba a consultarle algo o a confiarle sus cuitas, como yo. Se tomaba el tiempo, el que fuera, realmente ponía atención y cuando lo veía pertinente, daba su opinión. 2) Eso a mis ojos lo hacía ¡feamente divino!; esa es la otra virtud.

Un día, no sé por qué razón, resultamos hablando de su hija. Quedé sorprendida, no solo por la noticia —todo el mundo creía que él no tenía hijos—, sino porque rara vez hablaba de sus asuntos personales; me sentí especial.

—¿Tienes una hija?

—Sí señora, me dijo.

—¿Y dónde está?

—Vive en Buenos Aires. Ella es argentina, como su mamá.

—¿Y te ves con ella?

—No mucho. Hablo con ella de vez en cuando, pero no la veo con frecuencia.

—¿Y qué hace?

—Es la bailarina principal de ballet de Buenos Aires.

Y ahí quedó la conversación. Me sentía incapaz de preguntarle más sobre el tema porque uno sabía cuál era el punto y hasta dónde llegar, y eso él sabía darlo a entender muy bien.

Pero más allá de esa vida personal que defendió con ahínco, vino su declive; ese también me tocó y me atrevo a decir cuándo. Llegó una crisis empresarial a RCN televisión que provocó el despido de un grupo importante de periodistas… ¡y de Pacheco!

—Fernando, dizque hay un recorte el macho.

—Sí, y uno de los que sale soy yo.

—Ay, cómo se te ocurre. Cómo te van a sacar a ti.

Y para mi sorpresa, ¡salió Pacheco!  Y me tocó despedirlo al aire; traté de reconocer lo que significaba para los colombianos con las mejores palabras posibles. Cuando salimos del aire me dijo: “Pendeja, casi me haces llorar y hasta sentirme viejo” y me dio un abrazo que hoy todavía me acompaña. Se fue con el caminado de siempre, porque hasta eso era particular. Me atrevo a decir que ese día comenzó su descenso. Algunos amigos le tendieron la mano. Hacía tal que cual cosa, más en radio que en televisión, pero nada tan especial como antes. Él comenzó a sentir que su ciclo estaba terminando… pero nunca se preparó para eso.

Hoy me pregunto sobre sus defectos; a mí no me tocaron. Me quedo con el saludo de todas las mañanas, con el tono de “quiere cacao” reemplazado con mi nombre. Me siento bendecida. ¡Un beso al cielo Fernando!

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